Cruda descripción de nuestra realidad como jóvenes con 20 años en el siglo XXI.

Dedícale tiempo a leer esto, lo vas a agradecer. Habla de ti y de nosotros.

Redactando el tercer post sobre análisis músical, cuando me puse a pensar sobre el lugar que tiene la música en nuestra sociedad actual; lo que significa para nosotros, los jóvenes de 20 años en el siglo XXI, recordé que hacía tiempo había visto un vídeo que desde entonces llevo en mente. Yo no soy de emocionarme, pero se me ponen los vellos de punta cada vez que lo escucho. Es tan crudo como poético. Es una radiografía de nuestra posición en el mundo actualmente.

Su autor es Pablo Fernández Christlieb, doctor en psicología social y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de Mexico (UNAM). Dejo el link al final del artículo, pero he dedicado un tiempo/esfuerzo en transcribir lo que, considero, es lo más importante de todo el discurso. Disfrútalo:

“ Las únicas cosas que tenemos para entender la vida y el mundo son el tiempo y el espacio. (…) En el siglo XXI, el tiempo se atora y extrañamente deja de moverse. A este tiempo sólido se le llama espera. (…) La espera es como la vida que no tiene vida dentro, por eso se habla de horas muertas y de tiempo muerto. Lo que se espera es justo lo que no puede llegar. (…) Es tan inaguantable la espera, que uno no solo quiere que ya llegue lo que quiere (como las vacaciones o el fin de semana), sino incluso quiere que ya llegue lo que no quiere (como una operación o un exámen). Porque lo que no se puede soportar es el tiempo muerto. (…) Lo que se supone que tienen que esperar a los 20 años en el siglo XXI son los beneficios que la generación anterior construyó para ellos y les tiene preparados: el bienestar, la libertad, la autorrealización. (…) A lo mejor eso de “espérate” es el truco de entretenerlos para que no se den cuenta de que más adelante no hay nada.

(…)Y cuando el tiempo se detiene, sucede algo muy raro: y es que el espacio se pone en movimiento. Es como si las cualidades del tiempo y del espacio se hubieran invertido. (…) Esto empezó a suceder desde el sglo XIX con los sucesivos capitalismos: en el capitalismo de acumulación (ese que le tocó a Engels), se trataba de que las cosas y el capital se guardaran, se ahorarran, se acumularan; en el capitalismo de circulación (que ya le tocó a Roosvelt), se trataba de que las cosas y el dinero cambiaran todo el tiempo de mano, se vendieran, se compraran y se volvieran a vender; en el capitalismo de consumo (a partir de los años 60), se trataba de que las cosas se gastaran, se acabaran, se tiraran a la basura, para volver a comprar más. Como los klinex que fueron las primeras cosas desechables, y luego los encendedores se volvieron desechables (…) y los grupos de rock, y las novelas, y las películas. Y, en fin, también las personas que entraban a matrimonios y a amistades desechables, y finalmente la juventud que originalmente era un divino tesoro, se volvió mercancía de temporada. En el consumismo, las cosas se agarran a un mecanismo de fugacidad interno que hacen que no duren casi nada, y se deshagan o se desechen enseguida (aunque no importa porque ahí vienen otras nuevas). Y por último, en el capitalismo de espectáculo (ese en el que estamos hoy), de lo que se trata es de que las cosas ya no existan; que desaparezcan en el mismo momento que aparecen, como un show; y que, en rigor, nunca hayan existido.

(…)Este capitalismo de espectáculo es un capitalismo de angustia, y es precisamente el ambiente en el que nacieron los de los 20 años, esto es, es su propia naturaleza. Donde todo lo que se tiene, ya se fue. La angustia consiste en que no hay de dónde agarrarse, porque todas las agarraderas se le deshacen a uno entre las manos. (…)

Es la angustia de que el tiempo no pasa, pero las cosas sí; de que la vida no se vive, pero el mundo si se escurre; de que las cosas se vayan, y el único que se queda parado sea uno. Lo único que uno tiene son sus 20 años y nada de lo que se puede hacer con ellos. Y así con todo.

(…) Cuando uno ve que el título de licenciatura, en el momento de obtenerlo, ya ni siquiera alcanza para colgarlo en la pared porque en vez de decirle ‘felicidades’ le dicen a uno que necesita el de maestría, a uno le da la sensación de que hay algo: un agujero en la vida que se traga las cosas, los títulos y las ilusiones. (…) Cuando las cosas se desvanecen, lo único que queda es la espera como bloque de tiempo de piedra. (…)

No es de extrañar que en estas circunstancias, la gente se la pase multiplicando sus entretenimientos (…) a ver si con ellos el tiempo pasa, la espera se mueve un poco. (…) Así, diversiones, borracheras, deportes, videojuegos, conciertos, clases de yoga, pláticas de café, presentaciones de libros, películas, mesas redondas, aparecen como intentos complementarios (y ambos inútiles) de: por un lado, hacer cosas que llenen la vida de algo para que parezca que ésta tenga algún sentido y, a la vez, que mientras las estén haciendo el tiempo no se note, para que así uno sienta que no está esperando, sino que está actuando. Por esta misma razón, los habitantes del siglo XXI se la pasan tomando fotos (…), al parecer, necesitan pruebas de que han estado vivos en algún momento. (…)

No es como dice Sigmund Bauman: que “el mundo es líquido”; sino que “está liquidado”.

Hasta aquí, el asunto todavía no es tan grave. Porque a lo mejor con tanto cinismo neoliberal, puede uno írsela pasando mientras espera a que las cosas cambien, a que llegue el futuro donde la vida se cumple y las cosas tengan sentido. Tal vez como a los 30 años, quizás un poco más tarde, 37 más o menos. Pero lo grave, es que la última cosa que se deshizo que ya no existe es exactamente el futuro. Ya se lo acabaron los que llegaron antes. (…) El futuro ya no existe porque el futuro solo llega cuando pasa el tiempo, y el tiempo ya se detuvo. O al reves, fue la desaparición del futuro la que hizo que se detuviera el tiempo. Y, de hecho, era el futuro el que hacía que uno se levantara temprano, tuviera ilusiones, pusiera fuerza de voluntad, le echara ganas. Y podría ser un futuro en la forma vulgar de coche, familia, casa y herencia; o en la más refinada de las utopías de un mundo mejor para todos, que fue algo muy palpable en el siglo XIX, e incluso alcanzable en el siglo XX. Pero ahora ya no está ni se le ve por ningún lado. (…) Y así no se entiende la razón de esperar.

(…) Cuando le dicen que en el futuro uno podrá realizar sus proyectos y alcanzar sus metas, uno puede contestar que en cuál futuro: (…) si en el de la desigualdad insultante o en el de las inmigraciones forzadas; si en el futuro de la competencia encarnizada o en el de los monopolios; si en el del desempleo o en el de la vejez abandonada.

Perdón, ¿en cuál futuro?

En suma, esta desaparición del futuro significa que la espera se convierte en una espera sin nada que esperar. Lo cual, a parte de ser agotador, le quita el gusto a todo: a dormir, y por eso hay insomnios; a despertar, y por eso hay drogas. En estas circunstancias, (…) parece que lo más decente sería enojarse. Lo único verdaderamente digno que se puede sacar del tedio de la espera sin nada de futuro, es el enojo.

(…) En fin, lo que sigue no es una propuesta de acción, sino una pregunta de investigación, más bien dos: los de veinte años en el siglo XXI ¿qué están esperando? ¿por qué no se enojan?”

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