El TDAH no es una enfermedad

Moverse más de lo que otras personas quieren que te muevas no es un síntoma.

Con el fin de desarrollar esta idea considero adecuado citar a Tomás Jesús Carrasco Giménez (profesor de la Universidad de Granada) y a Marino Pérez Álvarez (catedrático de la Universidad de Oviedo).

Tomás Jesús Carrasco Giménez

Expone que la mayoría de los psicólogos y psiquiatras consideran que el “Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)” es un trastorno mental y, que aunque no tienen ninguna prueba de ello (no existe ningún proceso etiopatofisiológico o biomarcador específico), suponen que está causado por alguna alteración cerebral. Él, por el contrario, está convencido de que a los chicos y chicas “diagnosticados” como TDAH no les ocurre nada malo en su cerebro, es decir, está seguro que son niños y niñas completamente sanos.

Afirma que “TDAH” no es más que una etiqueta, un nombre que se pone a las siguientes conductas:

  • No conseguir mantener la atención en cosas poco interesantes o aburridas. Ante esto destaca que es muy revelador que la gran mayoría de las chicas y chicos diagnosticados como “TDAH” no tienen ningún problema para atender a aquello que les resulta interesante o atractivo.
  • Actuar de forma “impulsiva”.
  • Moverse más de lo que otras personas quieren que esos niños y niñas se muevan.

Insiste en que “TDAH” no es más que el nombre que ciertos psiquiatras y psicólogos le han puesto a esas dichas conductas. Una etiqueta, un nombre, nada más.

Tras aclarar esto, da un paso y pasa a explicar el motivo por el cual algunas chicas y chicos les resulta más difícil que a otros prestar atención a cosas aburridas. Y por qué son más “inquietos” o “nerviosos”, es decir, se mueven más que otras chicas o chicos. Asegura que en realidad, todo esto es consecuencia del miedo, es decir, todos estos problemas los provoca el miedo. ¿El miedo a qué? El miedo a no merecer el cariño, aprecio y afecto de los demás.

Explica que el motivo por el cual el miedo incrementa la necesidad de moverse y hace muy difícil concentrarse y mantener la atención lo encontramos en la evolución de la especie humana. Durante millones de años los seres humanos vivieron en selvas y sabanas repletas de animales feroces siempre en busca de algo que comer. En este contexto, si un hombre primitivo, de repente, se diera cuenta que cerca de él se encuentra un tigre de dientes de sable. Al sentirse amenazado su organismo experimentaría un miedo intenso. En esas condiciones resulta totalmente contraproducente concentrar la atención en algo en concreto. Es más, sabiendo que un predador se encuentra cerca es muy importante que la atención se disperse para así poder detectar a tiempo cualquier señal que nos advierta sobre dónde se encuentra exactamente ese predador (por ejemplo, el chasquido de una rama al quebrarse a su paso, un olor que lo delate…). Si expuesto a una amenaza y, por tanto, sintiendo miedo, el hombre primitivo se concentrara en algo concreto sería mucho más difícil localizar a tiempo al predador. Y resultaría muy fácil que este lo sorprendiera y lo convirtiera en su almuerzo. Por ese motivo, de forma evolutiva, nuestra atención se dispersa cuando sentimos miedo.

Hoy día ya no vivimos en selvas o sabanas llenas de predadores. No obstante, nuestro organismo sigue reaccionando igual que entonces. Si un predador se nos acerca sentimos miedo y debemos alejarnos lo más rápido posible de él. Por esa razón, cuando sentimos miedo, experimentamos la necesidad de movernos.

Tras esta explicación, Tomás concluye que todos los problemas que se dan en las chicas y chicos etiquetados como “TDAH” no son síntomas de un “trastorno mental” o de una alteración cerebral sino consecuencias del miedo.

Y ¿el miedo a no merecer el aprecio y afecto de los demás de dónde surge? Asegura que muy probablemente del:

- Miedo a ser “malo”. Desde su nacimiento estos niños han estado expuestos circunstancias muy estresantes, es decir, a experiencias susceptibles de provocar mucho miedo. La activación y el miedo que esas vivencias desencadenaron, muy probablemente, favorecieron que para las personas de su entorno resulten niños y niñas demasiado “inquietos” y “nerviosos”. Esos comportamientos dieron lugar a regaños y castigos frecuentes. Recibir tantas regañinas y castigos provoca la aparición del miedo a ser mala, porque se supone que si a una persona la regañan y castigan a menudo eso demuestra que es mala. Posiblemente ciertas personas llegaron a calificarlos así, o de alguna otra forma negativa. Moverse mucho, debido al miedo, no significa, en absoluto, ser malo. El miedo a ser “malo” causa muchísimo dolor y malestar porque nadie quiere a las personas malas. Por tanto, ser “malo” equivaldría a que nadie los querría y a quedarse finalmente solos.

- Miedo a ser “tonto”. En el colegio, la dificultad para concentrarse que causaba el miedo da lugar a que problemas académicos. Y eso favoreció que surgiera otro miedo, el miedo a ser “tonto” al creer que esos problemas que, en realidad, eran consecuencia del miedo se debían a una falta de “inteligencia”.

En definitiva, afirma que es muy probable que todo esto es lo que les suceda a esos niños y niñas. Esto demuestra que no padecen ningún “trastorno mental”, ni una alteración cerebral, ni son “tontos”, ni “malos”. Son niños y niñas con mucho miedo, con mucho miedo a que no los quieran.

Marino Pérez Álvarez

«El TDAH no existe, y la medicación no es un tratamiento, sino un dopaje».

El autor del libro Volviendo a la normalidad afirma que no hay ningún biomarcador cerebral que justifique el “Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad”. Por tanto, la sentencia de Marino Pérez es que no existe, que el “TDAH” es un diagnóstico, cada vez más popularizado, que carece de entidad clínica, y la medicación, lejos de ser un tratamiento, es un dopaje.

Asegura que no existen unos criterios objetivos que permitan diferenciar el comportamiento normal del supuestamente patológico, sino que el diagnóstico se basa únicamente en apreciaciones subjetivas, en estimaciones de los padres del tipo: «a menudo el niño se distrae y se mueve mucho». El diagnóstico es tautológico. Si un padre preguntara al clínico por qué su hijo es tan desatento e inquieto, probablemente le respondería porque tiene “TDAH”, y si le preguntara qué cómo sabe que tiene “TDAH”, contestaría porque es desatento e inquieto. Lo cual es una explicación totalmente circular, una reificación.

Insiste en que no existe ninguna condición neurobiológica ni genética clara y tampoco se conoce ninguna prueba médica que demuestre su existencia. No hay pruebas clínicas de neuroimagen (como TC, RM, PET, etc) ni neurofisiológicas (EEG, ERP) ni test psicológicos que de forma específica sirvan para el diagnóstico.

Concluye que no hay ningún biomarcador que distinga a los niños “TDAH”. No niega la existencia de las conductas problemáticas, pero dice que son niños, que tienen curiosidad y quieren atender a lo que sea, moverse… Pero no existe ninguna alteración en el cerebro.

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