EL YO COMO HISTORIA Y LA NECESIDAD DE COHERENCIA
Una de las lecturas más interesantes que encontré entre las tratadas durante las clases de la asignatura de psicología del lenguaje fue “El Yo como centro de gravedad narrativo” de Daniel C. Dennet.
El autor compara el Yo con un centro de gravedad: ambos son puramente abstractos, son una ficción de un teórico, pero tienen una función muy bien definida y útil, que nos ayuda a hacer predicciones y elaborar explicaciones sobre lo que nos ocurre y nos rodea. Esta lectura me hizo reflexionar sobre el hecho de que nuestro centro de gravedad es precisamente la historia que nos contamos sobre nosotros mismos, que nos ayuda a construir un Yo sólido y a sentir una sensación de continuidad. El Yo como historia, o el Yo como centro de gravedad narrativo, es sólo una construcción, ya que no existe un Yo permanente; sin embargo, a la gente le gusta que contemos una historia coherente sobre nosotros mismos, ya que esto nos hace predecibles, por lo que es un comportamiento muy reforzado por la sociedad que nos rodea. Lo cierto es que nos resultan intolerables las contradicciones cuando intentamos interpretar algo o a alguien, incluso cuando no se trata de un ente existente, sino de una ficción: eso es lo que siento a menudo con un personaje de un libro o de una película, cuando su comportamiento es contradictorio, cuando no se “ajusta al personaje”, así que “bifurco” al protagonista de la historia para resolver el problema.
El tema de la necesidad de coherencia, en el ámbito de la psicología, se ha tratado, por ejemplo, en la teoría del equilibrio psicológico de Fritz Heider y en la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger. En estas teorías subyace el supuesto de que no toleramos las incoherencias mentales y, en consecuencia, tratamos de alinear nuestras actitudes contradictorias con algo que nos justifique, llegando a manipular la realidad, inventando explicaciones que no tienen fundamento, pero sobre todo mintiéndonos a nosotros mismos. Lo que me pregunto es: ¿necesitamos mentirnos a nosotros mismos y a los demás para experimentar el bienestar y el equilibrio psicológico? ¿Es cierto que todos somos fabuladores, contando historias sobre nuestras vidas, sin prestar suficiente atención a la verdad?
Las preguntas que me hice me recordaron la concepción que Jung tenía del término “persona”, la de una máscara que llevamos cuando nos mostramos a los demás, de hecho la palabra, que viene del latín, significaba originalmente “máscara”. De hecho, el yo como contenido que narramos es una máscara tan pegada a la piel de nuestro rostro que olvidamos que la llevamos puesta y se convierte en nuestros ojos, oídos y boca. El yo conceptualizado contiene una descripción compleja de nosotros mismos, a la que nos hemos apegado y que pronto se cristaliza tanto que la confundimos con la realidad absoluta. Sin embargo, creo que la narración es la forma privilegiada de atribuir significados, que es esencial para organizar y procesar los diferentes episodios de nuestra vida, pero que sobre todo representa la forma a través de la cual damos forma a nuestra identidad. La elaboración de los hechos en historias o “relatos personales” es necesaria para que las personas den sentido a su existencia, para que adquieran un sentimiento de coherencia y continuidad, creando vínculos intencionados entre las experiencias vividas.
Mi opinión es que la narración es fundamental, pero que debemos ser capaces de adaptarnos a los cambios de la historia, a las contradicciones, a los “giros” de la narración, manteniendo la capacidad de poder dar un giro a nuestra narración cuando sea necesario. Lo que quiero decir es que, aunque es importante crear un personaje y desempeñar un papel en nuestra historia, debemos evitar fosilizarnos y ceñirnos a la imagen que hemos construido de nosotros mismos.