“ELECTROSHOCK” II

Los prejuicios que existen en el presente asociados al electroshock no aparecen de forma gratuita, sino que encontramos una base histórica que le dan todo su sentido. Así pues, se hace necesario hacer un poco de historia para poder entenderlo.

Hace tan solo tres siglos, es cuando comienzan a plantearse posibles remedios que pudieran aplicarse a la locura. Durante siglos, la respuesta ante la locura se limitaba a su exclusión y encierro, y en la medida en que el loco era definido básicamente por la ausencia de racionalidad, y la esencia del hombre era su racionalidad, pues el loco era despojado de su naturaleza humana, lo cual permitía que no se generara ningún problema de conciencia con la suerte que le pudiera deparar.

O sea, que hablar de remedios significó un logro, independientemente de cuáles fuesen estos remedios que se iban a aplicar.

Estos primeros remedios tienen su origen en la idea de que el antídoto debía encontrarse en la propia naturaleza: en el agua, en el éter, en el aire, en la electricidad, en los vegetales, en las sales y en los minerales. Así vemos en La Historia de la locura, de M. Foucault, descripciones de remedios que hoy nos parecen espeluznantes: aplicación de la ingesta de sustancias ferrosas, purificación a través del agua (baños fríos o calientes), purgantes con sustancias vegetales, sangrías, y ya tiempo después la inducción de descargas eléctricas. Tenemos que esperar aún bastantes años hasta que comienzan a añadirse otros elementos que podríamos llamar más psicológicos a la práctica médica: la exhortación, la persuasión, el razonamiento e incluso el diálogo.

Los primeros asilos (futuros hospitales psiquiátricos), suponen grandes avances, pero la locura siguió reducida al silencio y también al encierro. La institución desempeña una función aún carcelera, y el loco es sometido a un juicio continuo, su comportamiento es permanentemente juzgado. Y ciertas medidas que en épocas anteriores eran empleadas como remedios, como una ducha de agua fría, ahora se convierte en algo “judicial”: la ducha fría es el castigo habitual que aplica la “justicia” que permanente se ejerce en el asilo. El castigo es una práctica habitual frente a la supuesta “culpabilidad” del loco.

Es en épocas más próximas, hablamos de comienzos del pasado siglo, cuando la locura merece otras consideraciones acerca de la naturaleza humana del enfermo, de los trastornos que pueden interrumpir nuestras funciones “superiores” y que no suponen la pérdida absoluta e la “razón”, que no son irreversibles, aunque el asilo sigue siendo la institución de la locura por excelencia.

El electroshock y su práctica debemos situarlo en este contexto de los hospitales psiquiátricos donde aún prevalecía la función de encierro y exclusión, y en las que se desarrollan nuevas técnicas que, a pesar de comenzar a tener cierta fundamentación, seguían aplicándose también como método represivo y como la ejecución de un castigo.

Consideraciones mucho más actuales (que no tienen aún ni un siglo) como el respeto de los derechos humanos y la dignidad del individuo han modificado de manera importante nuestra visión de los trastornos mentales (no hablamos ya de la locura) y del paciente psiquiátrico (ya no el loco). Contamos con importantes avances en el terreno de la psicofarmacología y con una amplia oferta de abordajes más psicoterapéuticos, junto a las que coexisten otras intervenciones como el electroshock, cuando se trata de fases agudas de determinados cuadros psiquiátricos.

Tanto el cine (“Alguien voló sobre el nido del cuco”, “La furia de los caballos sin patas” y más recientemente “Electroshock”), como la literatura (“Los renglones torcidos de Dios” o “Estación Delirio”) han ayudado a mantener vivos los abusos de las prácticas psiquiátricas en el pasado, siendo los electroshocks una de las técnicas más empleadas para evidenciar los abusos, la represión y el castigo. Paralelamente, ha sido muy escasa la difusión de la modernización y de la eficacia de esta técnica en las últimas décadas, posiblemente porque seguían despertando ese rechazo en la población. Desgraciadamente, esta actitud tan defensiva de no haber confrontado estos avances y esta eficacia de la Terapia Electroconvulsiva (TEC) por temor al rechazo que despertaba, solo ha contribuido a que siguiera presente el prejuicio, no solo a modo de creencia popular, sino en amplios sectores del campo sanitario.

César Rendón Rodríguez de Molina

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