La cultura del piropo

Elena Mena Moreno
Psicología del Lenguaje — ugr
6 min readJan 19, 2020

Durante varios días y a raíz de los debates que han ido surgiendo en mi entorno a lo largo de las pasadas navidades, me planteé a mí misma una pregunta en cuya respuesta creo que se encuentra el mayor problema al que se enfrenta el acoso sexual, tanto en el contexto laboral como en cualquier otro: ¿qué entendemos por acoso sexual? Sé que parece obvio, pero me equivoqué al pensar que todo el mundo tiene clara la respuesta y reconozco que he sido la primera en echarme las manos a la cabeza al oír las opiniones de diferentes personas, entre ellas mujeres. En esta publicación he decidido abordar el tema del acoso sexual de la forma más general posible ya que el problema parte de una sociedad patriarcal y una educación machista que aún hoy, en el siglo XXI, recibimos desde que nacemos.

Actualmente vivo en un entorno que me brinda la oportunidad de hablar y debatir sobre acoso sexual con personas que no tienen una densa formación en temas como violencia de género o feminismo, por lo que pude observar de qué manera enfocan ell@s un problema como este. Muchas mujeres no saben ni sabrían reconocer que están siendo acosadas porque solo conciben como acoso aquellas conductas que llevan a una acción violenta del primer tipo, pero, realmente, el acoso sexual consiste en cualquier comportamiento, verbal o físico, de naturaleza sexual que tenga que propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo. El acoso, en contextos laborales o fuera de ellos, puede incluir tocamientos, insinuaciones, miradas, actitudes chocantes, bromas con lenguaje ofensivo, alusiones a la vida privada y personal, referencias a la orientación sexual, insinuaciones con connotación sexual, alusiones a la figura y a la ropa, etc. Por otro lado, es importante distinguir el acoso sexual del acoso por cuestión de sexo, pues este último se refiere a cualquier comportamiento realizado en función del sexo de una persona, con el efecto o propósito de atentar contra su dignidad y de crear un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo. A modo de ejemplo, en el ámbito laboral, mientras un tocamiento no consentido es acoso sexual, que tu jefe te niegue un ascenso porque piensa que las mujeres valen menos es un caso de acoso por razón de sexo.

Entonces, teniendo claro qué es el acoso sexual, ¿por qué normalizamos éste y culpabilizamos a las mujeres que lo sufren en diferentes ámbitos, entre ellos el ámbito laboral, en lugar de ir contra el acosador? Porque desde pequeñas hemos sido educadas y acostumbradas a que hombres utilicen ese tipo de conductas para mantener una posición de poder sobre nosotras. Hemos normalizado el hecho de que ellos juzguen, opinen y se apropien de nuestros cuerpos. Sí, porque lo que llevan a cabo es una apropiación del cuerpo y de la libertad, incluso en el ámbito público.

A raíz de debatir acerca de lo que es y no es acoso sexual surge un tema que me interesa y me parece importante destacar: la cultura del piropo, o lo que es lo mismo, el acoso callejero. Hace unas semanas encontré una publicación en instagram acerca de la reacción que tuvo una actriz española ante un piropo en la calle y decidí compartirla. La publicación me resultó interesante y, por lo general, bastante acertada, pero lo cierto es que aún me sorprendieron más las respuestas por parte de algunos seguidores hombres. Y digo esto porque, a continuación de la publicación, aclaré que, cuando hablaba de hombres, me refería única y exclusivamente a aquellos que practican el acoso callejero:

[…] Porque cuando los hombres chistan a una mujer lo que están intentando es reforzar su frágil masculinidad.

Es demostrar públicamente que ellos son muy hombres porque les gustan las mujeres y tienen que hacer ver que las desean muchísimo no sea que alguien dude de su virilidad.

Y cuando una mujer se enfrenta, cuando les planta cara, cuando se niega al acoso machista, a la incomodidad, a tener que asumir que es algo que tiene que ver con el pack de ser mujer, automáticamente la desprecian.

Porque como ellos funcionan con el ego empalmado de testosterona, no pueden soportar sentir esa humillación que supone que una mujer no acepte lo que ellos quieren hacer.

Y se creen, pobrecitos, que recobran el poder desvalorizando a las mujeres.

Ojalá más mujeres como ella, que se niegan a esta mierda, que animan a otras mujeres a que hagan lo mismo.

Ojalá más hombres parando los pies a otros hombres,

avergonzándose de sus conductas,

haciendo ver que hay otras formas de ser hombre

en las que no se usa la existencia de las mujeres para lustrar una mediocre hombría.

Todas las respuestas que obtuve por parte de hombres fueron de 2 tipos: ¿Y si el piropo viene de una mujer a un hombre no es acoso sexual? o Ahora va a resultar que todos somos acosadores, ¿no?

En el primer caso se vuelve a la misma dinámica de ‘también hay hombres maltratados por sus mujeres y no se les da tanto bombo eh’. Cualquier feminista estará harta de repetirlo: no negamos que, aunque estadísticamente sean muy pocos en comparación con mujeres, existen casos de acoso sexual de mujeres a hombres. La diferencia radica en que no hay una cultura, educación y sociedad que respalda ese acoso como lo hay en el caso del acoso hacia mujeres por parte de hombres y, por lo tanto, los hombres no sufren ni una décima parte de lo que sufren el acoso sexual las mujeres. En el segundo caso, ese tipo de reacciones son fruto de haber normalizado el acoso en las calles y tachan de victimistas a las mujeres que nos cansamos de que nos sexualicen y objetivicen constantemente, incluso en la vía pública. Para ell@s no hay acoso porque sólo te he dicho guapa, porque mira que te han tenido que f***** mal para que te lo tomes todo así, chica y a esto se me ocurren miles de respuestas, de las cuales creo que la más acertada es: mi cuerpo no ha pedido tu opinión.

Centrándonos en el ámbito laboral, además del respaldo social de una cultura machista, muchos hombres llevan a cabo un abuso de autoridad desde una posición de poder para lograr beneficios sexuales por parte de sus trabajadores. Sin embargo, las consecuencias sociales negativas son para nosotras: porque somos mujeres, porque no somos lo suficientemente competentes y sólo podemos acceder a altos cargos mediante el sexo, porque se nos valora por nuestro cuerpo y no por nuestro trabajo. En otras ocasiones el acoso lo llevan a cabo compañeros de trabajo mediante bromas persistentes y graves de carácter sexual, alusiones o comentarios groseros sobre la vida íntima del trabajador, requerimientos a trabajadores para que lleven una ropa sexualmente insinuante, etc. Una vez más se creen con el derecho de juzgarnos por nuestro cuerpo o nuestra ropa, e incluso nos exigen determinadas prendas provocativas o sexys en determinados trabajos porque, según much@s, para eso estamos allí, ¿no? Ya que eres simple, incompetente, débil, por lo menos alégrame la vista, mujer.

Creo que es importante aclarar que, como en todos los temas de género, el problema no surge por culpa de una parte de la sociedad, sino que todos somos responsables de ello. Normalizar situaciones de acoso sexual en diferentes ámbitos, especialmente en la calle o el trabajo, ayuda a que este se mantenga y en eso somos tan responsable nosotras como lo son ellos. Solo espero que, cada vez haya más mujeres que planten cara a esta situación y denuncien y, como dice el texto que compartí, ojalá más hombres parando los pies a otros hombres, avergonzándose de sus conductas, haciendo ver que hay otras formas de ser hombre.

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