Las palabrotas, ¿los analgésicos del lenguaje?

Andrea RA
Psicología del Lenguaje — ugr
3 min readNov 14, 2019

Una de las cosas que más echan en falta los hablantes del español a la hora de hablar en otro idioma es la gran variedad de tacos (¡y la expresividad que suponen!) que encontramos en nuestra propia lengua. Camilo José Cela hizo ya un homenaje a la riqueza de nuestro lenguaje tabú recopilando ¡hasta 111 significados! de la palabra puta en El Diccionario Secreto. Pero, ¿qué tienen estas palabras, tan aparentemente rechazadas en nuestra educación, para suponer un 1% de nuestro lenguaje?

En 2009, tres investigadores de la Keele University publicaron un artículo en NeuroReport llamado “Swearing as a Response to Pain”, en el que exponían los resultados de su investigación sobre los efectos hipoalgésicos de decir tacos. Su investigación consistía en hacer que los sujetos sostuvieran durante el máximo tiempo posible un cubito de hielo en sus manos. Aquellos a los que se les pidió que dijeran palabrotas mientras sujetaban el cubito fueron capaces de aguantar el doble de tiempo que los del grupo control (que usaron palabras neutras), y, declararon haber experimentado menos dolor. El mecanismo que éstos plantearon para explicar sus resultados fue el siguiente: el hecho de responder al dolor con palabrotas podría activar la amígdala, que dispararía un mecanismo fight-or-flight (lucha o huida), caracterizado por la liberación de adrenalina, que como sabemos, es un analgésico natural.

Otro investigador, Pinker, va más allá proponiendo que el ser humano está “predeterminado para maldecir”, es decir, que existe una conexión cerebral directa entre sentir dolor y responder con una de estas palabras, al igual que un perro aúlla de forma refleja al recibir un pisotón en la cola. Esta conexión se habría ido desarrollando a lo largo de la evolución (del ser humano y de su propio lenguaje) y su objetivo sería ser capaz de asustar a una amenaza inmediata.

Pero la función de las llamadas palabrotas no queda sólo en la analgesia. Cuando maldecimos, también estamos liberando estrés y expresando nuestros sentimientos de frustración e ira de una forma que no tiene por qué hacer daño a nadie (en mi opinión, es mucho mejor decir ‘joder’ durante una discusión que golpear cosas o utilizar adjetivos políticamente correctos para llamar a la otra persona ‘egoísta’, por ejemplo).

Por otra parte, las palabrotas han sido frecuentemente relacionadas con falta de riqueza de vocabulario y una menor inteligencia, pero numerosos estudios han demostrado que eso no es así. Ser capaz de enumerar más tacos en un minuto se ha relacionado con una mayor fluidez verbal; y después de años en psicología, ya sabemos que esta es una de las pruebas más utilizadas por los tests tradicionales de inteligencia y función ejecutiva.

Además, el hecho de utilizar palabrotas puede contribuir a hacernos parecer más honestos, ya que si otras personas nos ven responder ‘sin filtro’ y de forma espontánea a un suceso, la autenticidad percibida será mayor que la de aquellos que responden en un lenguaje más refinado (al mostrarnos más cercanos y coloquiales).

Una última cosa a aclarar al final de este texto es, como siempre, la importancia del contexto. Lo que esta recopilación pretende no es que sueltes cualquier taco delante de tus jefes o profesores; obviamente, siempre es importante reconocer en qué momento y ambiente utilizas un registro más o menos formal.

¿Y vosotros, qué pensáis de las palabrotas? ¿En qué momentos soléis utilizarlas? No os engañéis, todos lo hacemos (¡aunque no sea siempre en voz alta!)

Smith, R. (2011). “Swearing can beat pain: research”. The Telegraph. Telegraph Media Group Limited.

Glausiusz, J. (2013). “Holy @&%*! Author Steven Pinker Thinks We’re Hardwired to Curse”. Wired.com. Condé Nast.

Joelving, F. (2009). “Why the #$%! Do We Swear? For Pain Relief”. Scientific American.

Jay, K. L., & Jay, T. B. (2015). Taboo word fluency and knowledge of slurs and general pejoratives: Deconstructing the poverty-of-vocabulary myth. Language Sciences, 52, 251–259.

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