LO BREVE Y BUENO, DOS VECES BUENO: CÓMO LA ECONOMÍA LINGÜÍSTICA HA FACILITADO NUESTRA VIDA.

Alba Fernández-Baillo Rubio y Alba María Fernández Nadal

En un mundo en el que cada vez se tiende más a la economización de los distintos aspectos de la vida, desde el entretenimiento hasta las relaciones sociales, pasando por la industria o los servicios, no es de extrañar que la propia comunicación se haya visto influenciada por el deseo de preservar un recurso tan limitado como lo es nuestro propio tiempo y esfuerzo. El lenguaje se caracteriza por haber sido a lo largo de la historia una de las herramientas de comunicación más eficientes. Pero, ¿qué pasaría si pudiese serlo aún más?

El término “economía del lenguaje” o “economía lingüística” fue acuñado por primera vez por André Martinent, en su libro Économie des changements phonétiques (1955), en el que expone su visión funcionalista del lenguaje: “cualquier elemento del lenguaje existe porque cumple con una función”. La economía del lenguaje tiene el objetivo principal de eliminar lo superfluo y destacar todo aquello que es importante. Forma parte de una de las muchas alteraciones que ha sufrido la lengua universal a lo largo del tiempo, lo cual se refuerza aún más con el uso de las nuevas tecnologías. La inmediatez y la eficiencia son características fundamentales en el nuevo uso de una lengua más simplista, por no mencionar, su carácter universal con el uso de nuevas herramientas como pueden ser los emoticonos que sirven tanto como medio para expresar emociones o como sustitutos de palabras. En este caso, la transmisión del lenguaje sigue contando con el modelo de comunicación de David K. Berlo, ya que tiene presente a un emisor, un mensaje codificado, un canal y un receptor que decodifica dicho mensaje.

Está claro que la simplificación del lenguaje no es, ni más ni menos que una expresión más del curso natural que sigue el lenguaje para adaptarse a las distintas circunstancias contextuales a lo largo de la historia. Pero, ¿de qué forma se manifiesta exactamente este fenómeno? Lo cierto es que puede transformar desde los componentes más primigenios de cualquier lengua, como los fonemas, hasta la literatura y el lenguaje visual.

Economía lingüística y los fonemas

Esta economización del lenguaje supone un equilibrio entre la tendencia a realizar el mínimo esfuerzo articulatorio y asegurar la comprensión por parte del oyente. Entonces, está claro que las lenguas presentan una tendencia a evolucionar en una dirección en la que se asegure la inteligibilidad (incluso en condiciones poco favorables), así como un máximo aprovechamiento del espacio articulatorio, acústico y perceptivo, como por ejemplo ocurre con la marcada debilitación de las consonantes implosivas (aquellos sonidos que van al final de la sílaba y dificultan la articulación del resto) en los dialectos andaluz occidental y oriental, extremeño, murciano y canario.

La aspiración de la -r- propia de estos dialectos cuando va sucedida de una n o una l es un claro ejemplo de este fenómeno.

Economía del lenguaje en la literatura

Esta transformación progresiva del lenguaje se puede apreciar en mayor medida en la literatura: hace siglos, el uso de un lenguaje cargado de redundancia y ornamentos era símbolo de prestigio, y hacía de la literatura un arte reservado a las clases sociales más altas.

Con el paso del tiempo, incluso los géneros literarios que más priman la belleza y estética (como la poesía), han ido evolucionando hacia la accesibilidad de los contenidos por parte de un público más amplio, por lo que gracias a la economización del lenguaje, la literatura ha dejado de tener un enfoque más elitista y ha adquirido universalidad.

Incorporación de neologismos y tecnicismos para mantener el discurso breve y directo

Aunque pueda parecer que esta tendencia evolutiva del lenguaje sea demasiado simplista, muchas veces no se trata de simplificar al máximo cualquier expresión, sino de hacerla lo más funcional y eficiente posible a la hora de transmitir una información determinada. En estos casos, es preferible proporcionar palabras menos comunes, como tecnicismos y neologismos que nos ayuden a elaborar un discurso más breve y directo, en vez de palabras más sencillas que acaben lanzando un mensaje poco claro.

A continuación podéis observar cuál es el efecto que aparece cuando se eliminan los tecnicismos de un texto para intentar usar expresiones más sencillas:

El desarrollo de vacunas contra el virus SARS-CoV-2 […], agente etiológico de la COVID-19 , constituye una importante herramienta epidemiológica para el control de la pandemia. // El desarrollo de sustancias con organismos de tamaño muy reducido destinadas a prevenir enfermedades que pueden contagiarse contra el organismo pequeño muy contagioso, con forma de corona y con material genético que causa enfermedades respiratorias, supone una herramienta para frenar la expansión masiva a muchos países de dicho virus.

Aunque nos resulta imposible eliminar todos los tecnicismos, se puede observar claramente cómo de esta forma el mensaje no termina de entenderse correctamente, y se pierde bastante información. Además, el uso de tecnicismos y otras palabras menos comunes en textos informativos y divulgativos dirigidos a un público general, siempre que sea de manera concisa, se entiendan y ayude significativamente a transmitir la información, son una herramienta estupenda para incorporar nuevos marcos relacionales que nos ayuden a comprender conceptos más abstractos.

La universalidad del lenguaje

El auge de las nuevas tecnologías ha supuesto el escenario perfecto para que el lenguaje maximice su eficiencia. Ahora, el lenguaje visual abunda más que nunca: mediante formas tan diversas como los emoticonos, los “stickers”, los memes o los vídeos, somos capaces de enviar unidades de información complejas en milisegundos y con el menor esfuerzo posible.

Además, todas estas formas se caracterizan por su carácter universal: incluso personas que hablan distintos idiomas son capaces de entender lo que significa un emoticono o algunos memes.

Somos capaces de contestar un mensaje a un amigo o a un familiar en cuestión de segundos, sin emplear muchas palabras o incluso ninguna y siendo capaz de elaborar un mensaje corto, informativo y lleno de emoción, ahorrándonos algo tan valioso como lo es el tiempo.

Todo esto, podría estar muy relacionado con la teoría pragmática de las máximas griceanas. Como veníamos diciendo, la carga pragmática que presenta un enunciado puede desembocar en mensajes que transmitan cosas distintas de las que se querían expresar inicialmente de forma literal. La información forma parte de un contexto social y ambiental, y puede llegar a perderse parte de esta a través de las tecnologías. Tal y como vimos en clase, según la teoría del principio de cooperación de Paul Grice, cuando la intencionalidad de una conversación es la de cooperar (no siempre tiene por qué ser así), los enunciados deben estar compuestos por unas máximas de cantidad, calidad, relevancia y modo, es decir, enunciados lo bastante informativos, veraces, pertinentes, claros y breves. Además, añade el concepto de la implicatura conversacional, en el que el receptor del que hablábamos antes en el modelo de comunicación de David K. Berlo, deduce cuál es la intención con la cual se comunica el emisor. Si nos trasladamos a lo que hablábamos anteriormente, la reducción del lenguaje supone la máxima expresión de estas normas, facilitando así la cooperación: con pocas palabras, e incluso con un simple emoticono o lo que se conoce como sticker, la comunicación destaca por su carácter breve y conciso.

En definitiva, el lenguaje ha realizado una función adaptativa con el transcurso de los años y con la aparición de otros recursos, como el de las nuevas tecnologías. Está presente en estas nuevas vías de comunicación, sin perder la esencia que lo define. Se ha hecho más eficiente e internacional, por lo que hablamos de claras ventajas frente a la comunicación universal. Por otro lado, ha economizado nuestro tiempo, lo cual resulta muy útil y nos posibilita su inclusión en el día a día, a diferencia de los largos textos que aparecían en las cartas llenos de palabras redundantes e información innecesaria. Pero debemos tener en cuenta que no todo son ventajas porque, ¿cuántas veces nuestro amigo ha entendido algo diferente a lo que realmente queríamos decirle? ¿A qué se puede deber?

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