NACIDOS PARA EVITAR
La terapia de aceptación y compromiso, frente a los enfoques clásicos del conductivismo supone un cambio del foco terapéutico. La intervención ya no va dirigida a eliminar o reducir los síntomas, sino que pretende conseguir un distanciamiento de la persona respecto de ellos o, lo que es lo mismo, una forma distinta de autoconocimiento (Freixa i Baque, 2003).
Esta terapia se basa en la teoría de los marcos relacionales, (sobre la que os hablé en mi primera publicación) que incorpora los avances sobre el estudio del lenguaje, que ha demostrado que somos capaces de establecer relaciones arbitrarias entre diferentes estímulos, por ejemplo, entre A y B y entre B y C. Aparecen entonces otras relaciones no entrenadas, implícitas entre A y C (combinatorial entailment), entre C y A y entre B y A (mutual entailment)
Dentro de las figuras psicopatológicas consideradas por la terapia de aceptación y compromiso, destaca el trastorno por evitación experiencial, que consiste en evitar los pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones que nos resultan desagradables, pero de forma destructiva, es decir, sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de las evitaciones. Los sujetos con trastorno por evitación experiencial intentan controlar los sucesos internos y descontrolan la propia vida (Hayes et al 1999; Wilson y Luciano, 2002).
Por ejemplo, en el caso de los delirios persecutorios pueden ser formas activas de lo que se ha dado en llamar «Evitación Experiencial», esta tendría lugar cuando una persona no está dispuesta a establecer contacto con sus experiencias privadas y se comporta deliberadamente para alterar tanto la forma o la frecuencia de tales experiencias como las condiciones que las generan. El peligro reside en lo continuo que se convierta este patrón de comportamiento, llegando incluso a producir limitaciones en sus AVD (Actividades de la vida diaria).
Pero, ¿cómo es el día a día de una de estas personas?, muchas veces los psicólogos damos por hecho que los pacientes, simplemente presentan una serie de síntomas que indican un trastorno y la persona actuá conforme a ellos en su día a día, quizás en un mundo paralelo esto podría suceder, pero lamentablemente en nuestra sociedad no. Nos sirven de bien poco los libros y guías que supuestamente nos indican el camino a seguir como si fuese un librillo de instrucciones y esto es básicamente por lo que no hay ningún camino al que seguir, cada paciente tiene su camino, su propia historia y por supuesto y generalizando, sus aprendizajes.
De hecho, a veces sucede que cuanto más se intenta evitar el dolor más se piensa en él y, como efecto colateral, más se sufre. Esto puede ser un signo de que se está sufriendo el trastorno de la evitación experiencial, una condición psicológica en la que todos los intentos por evitar lo que produce una sensación aversiva implican, irónicamente, que más se piense en ella.
Sin embargo, a veces sucede que cuanto más se intenta evitar el dolor más se piensa en él y, como efecto colateral, más se sufre y por el otro lado, si nos obsesionamos con estar perfectamente felices, centrándonos en evitar la sensación o el pensamiento negativo y dejando para luego experiencias agradables que podríamos estar haciendo ahora mismo, ¿no es como si en realidad nos estuviéramos saboteando nuestra propia felicidad?.
La solución quizás no sean los fármacos, y en algunos casos quizás las terapias de aceptación y compromiso reduzcan o eliminen los síntomas pero el poder del cambio reside en uno/a mismo/a y siempre ha residido allí, en mi opinión evitar un pensamiento es sinónimo de tenerlo, alejarlo no hará que mejore, quizás tan solo dejes de tenerlo tan presente y por ende, eso si llegue a su olvido y este a su aceptación final.
Todo el proceso esta plagado de altibajos emocionales que te impiden mantenerte constante o empezar a brillar, lejos de esto, debemos recordar que nosotros ya brillamos cuando tropezamos, tú ya brillas cuando lloras porque eres luz, energía reciclándose, creándose y sanándose y todo esto conlleva un proceso.