No puedo con todo
¿Sabéis que hay tipos de piel y no puedes usar cualquier crema para la tuya? Ni cualquier champú, porque los de los supermercados tienen parabenos y no son naturales. Hay que ir al gimnasio por salud, tienes que tener limpia y ordenada tu casa. También tienes que descansar y leer un libro antes de dormir. Estudiar y trabajar. No deberías tener malos hábitos, hay que comer sano y variado, y tener buenas rutinas de sueño. Y un larguísimo etcétera.
Cuando llega un día que parece estar todo más o menos controlado, te quedan otras cosas súper importantes en tu lista to do, y otra vez igual, otro día enfrentándote a la frustración que supone no ser una persona perfecta. Así se me ocurrió esta idea, observando que esto me ocurría todos los días. Y además, sin darme cuenta, había empezado a acumular una cantidad ingente de cosas importantes, o al menos así se percibían, que era bastante consciente de la imposibilidad de poder con ellas. Pero si lo sabía, ¿por qué me estaba sintiendo mal si no las hacía? Esta pregunta fue la que hizo que me decidiese a hablar con el profesor de ello. El término al que llegué con él fue el de presión social. Esta tiene muchas formas de ejercerse y en esta primera entrada hablaré de algunos ejemplos reales, que posiblemente te inviten a sentirte identificado.
Ir al gimnasio es uno de los grandes ejemplos en mi experiencia personal. Siempre he tenido un cuerpo normativo, y por ello mismo, hay que ir al gimnasio para tonificarlo, eso significa mantenerlo y mejorarlo. Esto no es lo que yo pienso, esto me lo han dicho personas de mi entorno, que casualmente, están metidas en el mundo fitness. Pero esta presión es muy descarada, muy directa, y por esos comentarios puntuales no me he sentido así, no al menos en solitario. Ha habido un acompañamiento más silencioso y sutil. Cuando llevo varios días sin hablar del gimnasio, me preguntan “¿hoy has ido al gimnasio?”. Esta frase, a priori, es solo una pregunta, pero cuando te dicen si has hecho algo, cae una responsabilidad, una pelota en tu tejado. Ya sabes, de base, que ir al gimnasio es salud y que debes ir, por tanto sabes que “sí” es la respuesta correcta o la buena y el “no” la incorrecta o mala. En el caso de dar la mala, posteriormente vendrá un silencio, un vale, u otra pregunta. En el caso de que haya un silencio o un vale, en realidad, no es un “qué bien”, que es lo que hubieses recibido si hubiese dicho que sí has ido, tú sabes que tu respuesta es la mala, nadie va a reforzarte no haber ido al gimnasio. Recordemos, que cuando no recibes un refuerzo, también es un castigo: el castigo negativo. En el caso de que te digan “¿por qué?”, de nuevo hay otra pregunta, ahora hay que dar explicaciones de por qué has hecho algo (supuestamente) malo. Tener que explicarte, no es lo mismo que tener que justificarte. Cuando solo tienes que contestar con las razones reales de no haber ido al gimnasio, no hay problema. Diferente es cuando hay que justificarse, cuando hay que decir las razones y demostrar que estas son suficientes para determinar que lo que has hecho no está mal, para que no se te juzgue, entonces tu contestación va a venir cargada de tono defensivo. Además, la respuesta va a esperar una aceptación de la otra persona, un “vale, me sirve” que no va a ser literal, como nada de lo que estamos hablando hasta el momento, pero es lo que necesitas para sentirte algo mejor. Normalmente, si estás hablando con una persona que le parece importante esto, que tiene como prioritario ir al gimnasio, medirá esas explicaciones en razón de si para él serían suficientes, que de nuevo, resultarán en una respuesta seca o directamente de “no lo entiendo, te daba tiempo a ir”. Y spoiler, te sentirás juzgado. Para evitarte todo esto y las emociones que implican, el “sí” es mejor, ya sea verdad o mentira. Al final, todo queremos decir la respuesta buena y experimentar el refuerzo. Y ese es el aprendizaje que sacas de una conversación así, todo ese juicio indirecto, se traduce en presión.
Otro ejemplo más silencioso aún, lo viví mientras cuidaba a niños. Uno de ellos, ese día lloraba más y tenía rabietas inesperadas de las que te dejan sin energía al terminar de gestionarlas, si es que puedes. Su madre estaba muy cansada aquel día, tiene varios hijos más y su trabajo fuera de casa, y dentro, cómo no. Estaba desesperada con la situación y alzó la voz al niño, acompañado de frases como “Deja de llorar” o “No se llora”. Como estudiante de psicología, sin duda puedo ver lo negativo de esta conducta. Con ese mensaje, está clasificando emociones buenas y malas, está invalidando la tristeza y el niño en un futuro puede reprimir esas emociones por prohibir o castigar que se experimenten. Todo esto es lo primero que pensé, pero intenté seguir con lo mío. Cuando miré alrededor, varios padres estaban mirando la escena sin decir nada. El silencio también habla, y esa madre enseguida se dio cuenta del juicio que recibió su conducta, sin ni siquiera decir nada, nadie. Ella se fue de allí, y me quedé después de la escena, reflexionando lo que había pasado. Me encantaría haber visto desde fuera mi cara. A pesar de mi intención buena o la de otros padres de no opinar ni meterse en esa circunstancia, el silencio y el lenguaje no verbal, sí opinó, y no favorablemente. Sus miradas cargadas de juicio se metieron en el asunto y seguramente la mía, sin quererlo, también. Al final, la cabra tira al monte, los padres tiran a su estilo de crianza ideal y yo, a la psicología, como los chicos del fitnnes al gimnasio. Cada uno con sus prioridades y valores, pero si cada uno tenemos los nuestros propios, ¿por qué juzgar al resto?
Hay ejemplos prácticamente invisibles, como el de un amigo cuando fue a comprarse un videojuego por Wallapop y dijo que era para regalar, cuando realmente le encantaba Pokemon desde pequeño, y era para él. Me confesó que cuando compraba libros, no lo hacía ¿Alguien le había dicho alguna vez en su vida que estuviese mal comprar videojuegos? No explícitamente me dijo, ni si quiera sutilmente como hemos visto en los otros ejemplos. La presión ocurrió esta vez a través de las etiquetas. Los videojuegos son de frikis y ser friki está mal, comprar un libro sin embargo es algo enriquecedor, y está bien. Ya ni siquiera hay diálogo, ni silencios, nadie ha hecho ni dicho nada para juzgar a mi amigo, pero la sociedad sí ha hablado, siempre tiene algo que decir.
En todos los ejemplos, ahí están los mensajes detrás de presión por hacer, sentir, pensar, ser lo que está bien y evitar lo que está mal. Lo que dictamina alguien, individual o colectivamente que es el bien y el mal, claro. A veces es una presión más directa, otras más sutil y otras casi imperceptible. Al fin y al cabo, es bastante plausible pensar que en una sociedad actual donde se castiga, al menos a priori, el juicio y por ende, la presión que se ejerce sobre las personas, esta esté siendo cada vez más indirecta. Quizás no es que en estas nuevas generaciones estemos siendo más empáticos y estemos juzgando cada vez menos. Quizás simplemente estemos haciéndolo de forma distinta.