No te veo, no te escucho, no te siento, pero te huelo

En la infancia las vivencias se procesan de manera más emocional y el sentido del olfato juega un factor decisivo. Los bebés suelen guiarse por el aroma que emiten sus madres, esto les ofrece tranquilidad. De igual manera, podemos observar cómo los niños se guían por el olfato a la hora de interactuar con los primeros alimentos sólidos que se les ofrecen, decantándose por olores dulces que les provocan salivación. A lo largo de la vida, el sentido del olfato modifica nuestra vida y la perspectiva que tenemos del mundo.

Los sentidos nos permiten tener experiencias sensoriales, de la misma manera que los colores nos ofrecen una experiencia visual y única, los sonidos nos evocan pensamientos y sensaciones. Los olores nos evocan experiencias, sensaciones y emociones vinculadas a recuerdos. Pero esto nos plantea una pregunta ¿la experiencia olfativa se comparte socialmente de manera universal?. Al igual que la percepción del color es única para cada persona, con los olores ocurre algo similar, todos percibimos y procesamos los olores de manera individual. Sin embargo, la experiencia, son conocimientos que se comparte de manera cultura, pero de forma limitada. Agregamos apelativos con los que identificar y nombrar los olores de manera generalizada.

De esta manera transformamos las emociones que nos evocan los olores en palabras, un ejemplo de esto son frases como “el amor se hizo aroma” o “café con aroma de mujer”. La antropóloga Constance Classen sostiene que esta transformación de los olores en palabras se ha utilizado para crear presión social o aislar a una minoría. En la literatura se ha evidenciado la existencia de frases referentes al aroma que despedían los esclavos cuando desembarcaban en los puertos, manifestando que despedían “un hedor nauseabundo”. Podemos considerar que el olfato es un calificativo social que nos permite discriminar entre lo que nos parece agradable y lo que no, valiéndose de las etiquetas sociales para adjetivar las sensaciones que nos produce el aroma de otras personas o lugares.

Desde que somos pequeños nos hablan de los sentidos, la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato; siendo este último, el que menos campo de estudio ha tenido. Según Daniele Dubois el idioma español recurre a elementos en los que intervienen las palabras olor y oler, este autor sostiene que el castellano posee, aunque de manera escasa, palabras para designar los olores; no se recurre a ellos cuando experimenta esta sensación. Otros tipos de lengua como el “Totonaco” poseen un campo semántico dedicado a los olores, en los cuales tienen un amplio vocabulario sobre términos específicos relacionado con el olor, esto se debe a que su uso es común en las conversaciones de sus hablantes.

El olfato nos guía, es decir, nos permite reconocer a una persona, lugares o evocarnos recuerdos; es muy común escuchar decir a una persona cuando le llega un aroma a tabaco decir, “este es el aroma que tenía mi abuelo, cuando me sostenía sobre su regazo después de fumarse un puro”, también podemos encontrar como reconocemos lugares con olores tan característicos como el mar, una panadería o un hospital; estos lugares poseen olores característicos que nos permiten crear marcos relacionales de manera olfativa, evocándonos una imagen mental de ellos al percibirlos olfativamente y asociarlos a las sensaciones que percibíamos en el momento en que los vivimos. De esta manera podemos afirmar que los olores repercuten en el estado físico y psicológico de los individuos.

Laura Lopez-Mascaraque sostiene que los aromas se quedan en la memoria, considerándose un sentido perdurable a lo largo del ciclo vital. Cuando guardamos una vivencia en la memoria episódica, el aroma alrededor de este suceso es el factor que se almacena de manera más permanente. Sin embargo, los demás procesos como la imagen visual, el sabor, el sonido o el tacto se deterioran con el paso del tiempo. Esto se debe a que el olfato posee dos vías de entrada, una retronasal, que se produce internamente, permitiéndose percibir las cualidades de las comidas que vamos a ingerir y otra ortonasal, que ocurre de manera externa permitiéndonos reconocer el entorno a nuestro alrededor.

De manera neurológica, los investigadores han descubierto que el olfato está conectado al sistema límbico, está conexión explica la carga emocional tan elevada que posee. La amígdala se conecta de manera directa con las vías de entrada olfativas, donde se almacena y procesan las reacciones emocionales que este aroma nos produce; el hipocampo se encarga de retener y evocar los recuerdos olfativos que se almacenan en la memoria episódica. La facilidad para evocar los recuerdos olfativos se ha conocido como el efecto Proust, cuando la interacción con un aroma nos evoca un recuerdo que ha sido almacenado tiempo atrás.

Hemos visto como todos los pensamientos se basan en el lenguaje y están condicionados por este. No obstante, ¿podríamos explicar un olor o aroma desconocido para una persona?, para explicar un aroma desconocido recurriríamos a expresar las ideas subjetivas y personales que este olor nos evoca. En un lenguaje como el nuestro, donde el campo semántico referente a los olores es tan limitado recurrimos a metáforas, metonimias o referencias.

Esto lo podemos apreciar en los anuncios publicitarios, cuando promocionan una nueva fragancia, desconocida para los espectadores, los spots recurren a metonimias para que el cliente pueda realizar una asociación. Un ejemplo de esto lo tenemos en frases como “una casa limpia huele a Harpie”, “pato discos activos limpio y refrescante en cada descarga”, “fabuloso hace feliz a tu nariz”.

En conclusión, se considera que el olfato es un medio de comunicación entre los recuerdos y el entorno. A raíz de esto podemos decir que existe una percepción universal de los olores, que se ve modificado culturalmente por el ambiente y la interacción que tenemos con este. Y aunque no tenemos un campo semántico amplio en torno a este sentido, la experiencia subjetiva nos permite recurrir a las metáforas y comparaciones para trasmitir las emociones que nos provoca, permitiendo aumentar los marcos relacionales en torno a las palabras.

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