¿Para qué y cuándo escuchamos música? Parte I
En esta publicación seguiremos desarrollando el tema del papel que juega la música en la percepción interpersonal, pero esta vez nos centraremos en su carácter más individual y subjetivo e intentaremos analizar la forma en la que ella nos acompaña durante nuestra vida diaria, armoniza nuestros días, nos frena, nos impulsa o nos teletransporta y, aunque parezca que no, en multitud de ocasiones, la influencia que puede llegar a tener en nosotros es inimaginable.
Como punto de partida, creo que todos tenemos claro la enorme tendencia que poseemos los seres humanos en multitud de culturas y sociedades de dar un papel bastante importante a la música en acontecimientos realmente relevantes para el grupo, ya sean celebraciones, rituales, tradiciones, etc. En los momentos más especiales siempre se encuentra presente esa sinfonía que lo impulsa y lo dirige todo. Sin embargo, analizando nuestras conductas diarias y cotidianas, como se comentaba en posts anteriores, la música está enormemente presente en cada uno de nosotros. Es más, a las personas que admiten no escuchar apenas música en su día a día solemos calificarlas como raras o desorientadas y quizás podemos llegar a conjeturar sobre la razón misteriosa que la lleva a no armonizar su vida como todo el mundo hace.
Por ello, es difícil no plantearse para qué, por qué, cuándo o cómo se escucha música en nuestra vida diaria. Documentándonos acerca de esta cuestión nos topamos con Tia Denora, profesora e investigadora de la universidad de Exeter, quien en artículos como Music as a technology of the self o en su libro Music in everyday life nos aporta un análisis de una notable profundidad basado en 52 entrevistas en hondura con mujeres de entre 18 y 78 años de edad de pueblos pequeños y áreas metropolitanas urbanas de EE.UU. y el Reino Unido, en las que examina cómo estas mujeres utilizan la música en actividades tan disímiles como mundanas.
A grandes rasgos, estas mujeres no sólo percibían la música como una forma de expresión que sólo los músicos pueden aprovechar. Ellas defendían cómo la música, a través de sus aspectos formales (como el tempo, la estructura melódica y armónica) y asociaciones convencionales, puede influir, modificar e incluso marcar su personalidad, sus percepciones, sus cogniciones y su conciencia; puede hacerlas sentir todo un abanico de emociones e incluso puede tanto impulsarlas a llevarse por delante a quien se interponga en su camino, como frenarlas en su conducta y servir como una forma de manejar y dejar fluir su rabia.
Pero en este análisis iremos parte por parte. Haciendo referencia al título de su artículo antes mencionado, DeNora defiende que la música funciona como “una tecnología del yo”, es decir, propone entender la música como una herramienta que las personas utilizamos de forma intencionada con el fin de influir e incidir sobre nuestro propio estado de ánimo.
En un principio, los oyentes, somos capaces hacer un análisis sobre nuestras experiencias pasadas y la interacción constante que durante nuestra vida hemos ido teniendo con la música. Durante este largo camino, las piezas musicales se han condicionado de forma que su presentación o escucha permite modificar ciertas emociones, transitar de un estado anímico indeseado a otro, aportarnos una emoción concreta muy lejana a la que sentimos en ese momento o hacer que la emoción actual sea menos intensa o incluso desaparezca. Esto es posible gracias a que la música actúa como un dispositivo con el que se reviven ciertos momentos o eventos específicos (y la emoción sentida) a partir de volver a oír una canción determinada o simplemente por el condicionamiento de la propia canción como estímulo condicionado evocador de esa emoción.
Así, las personas nos volvemos Djs de nosotros mismos eligiendo la banda sonora de nuestras vidas. Y es que la música puede servir como modelo para conseguir llegar desde donde uno está (o desde como uno se siente) hasta donde uno se dirige (o quiere sentirse), gracias a una previa averiguación de cómo uno “debe” de estar estar emocionalmente, cómo las circunstancias exigen sentirnos de una determinada forma o simplemente cómo nos gustaría sentirnos. De esta manera una persona se puede plantear lo siguiente: “¡De la forma en que esta música me convierte, así debería o quiero estar. Por tanto, elijo poner esa canción!”.
En las siguientes publicaciones interaremos analizar más profundamente lo antes expuesto y desmetaforizar esto de que la música funciona como “tecnología del yo” ofreciendo ejemplos, confesiones y casos específicos que nos dejarán bastante más claro este asunto que lo que esta presentación nos ha podido demostrar. Así como seguir analizando la forma en la que las personas escuchan música en su vida diaria. Así mismo, os animo a que dejéis vuestra opinión acerca de esta capacidad de las piezas musicales y a contarnos vuestras experiencias personales diarias con la música.
Referencias:
- DeNora, T. (1999) ‘Music as a Technology of Self’, Poetics 27: 31–56.
- DeNora, T. (2000) Music in Everyday Life. Cambridge: Cambridge University Press.