¿POR QUÉ PINOCHO ES UN NIÑO? PARTE 3

En este último post, Carmen Huertas y yo vamos a explicar diferentes formas de detectar las mentiras de un niño mediante diferentes estudios científicos y, al final, sacaremos conclusiones sobre cuáles son más fáciles de usar en nuestra vida diaria. Como aclaración, la mayoría de estos artículos están enfocados a adultos, pero pueden ayudar a distinguir entre las mentiras de los más pequeños.

En el estudio de Edelstein y colaboradores (2006) participaban trabajadores como policías, trabajadores sociales y profesores, y estudiantes. Se les enseñaban grabaciones de niños desde los 3 hasta los 14 años y se les decía que el propósito de la investigación era ver la habilidad de las personas para detectar las mentiras. Después de cada vídeo se les preguntaba si el niño decía la verdad o no y también se les preguntaba en qué se basaban para responder lo primero: nervios, aparente forma de pensar o si querían parecer honestos. Estas respuestas tenían que ser evaluadas del 1 al 7, siendo uno el extremo bajo y 7 el extremo alto.

Se mostró que los participantes tenían un porcentaje de acierto del 60% para detectar las mentiras de niños de 5–6 años. Esto puede provocar que los trabajadores no noten las mentiras de los adolescentes, malinterpreten situaciones u ocurran falsas acusaciones. También se ve que los niños de 5–6 años no pretenden parecer honestos, pero esto no facilita la detección de la mentira porque se perciben como más nerviosos y eso justificaría el comportamiento.

Esto podría demostrar que simplemente basándonos en el lenguaje corporal puede conducirnos a error y a pasar por alto algunas mentiras.

En este estudio (Talwar, 2015) participaron 250 díadas madre-niño, con niños desde los 3 a los 11 años. A los niños se les presentaba una versión modificada del experimento del juguete. Se les pedía que no lo usaran mientras el experimentador estaba fuera de la habitación. El juguete hacía un sonido y el experimentador les proponía a los niños averiguar cuál era el sonido y ver si podían identificar el juguete pero sin verlo. Antes de irse, el experimentador les decía que, cuando volviera, debían decirle la verdad sobre si habían visto el juguete o no.

Todos los niños que no vieron el juguete dijeron la verdad (93 niños). Pero los 157 niños restantes sí lo vieron y se les dividió en dos grupos: mentirosos y confesores. Los mentirosos (115) no admitieron haber hecho trampa, mientras que los confesores (42) sí que se lo dijeron al experimentador.

Los padres no vieron el comportamiento de sus hijos en ningún momento, solo se les preguntaban si creían que sus hijos habían hecho trampa y si creían que sus hijos estaban diciendo la verdad. Un 74% de los padres pensaban que sus hijos estaban diciendo la verdad tras ver sus respuestas. Existía, por tanto, un alto porcentaje de predicción de la conducta de hacer trampa y se predecía mejor la conducta de los que no veían el juguete de aquellos que sí lo hacían. En general, los padres tendían a pensar que sus hijos estaban siendo honestos. Hubo un alto porcentaje de hacer trampa en niños más pequeños, lo que parece señalar que los padres son más conscientes de este comportamiento cuando los niños son más jóvenes y suben sus expectativas sobre ellos conforme van creciendo.

En otro estudio realizado por Gálvez-García y colaboradores (2020), donde participa Emilio Gómez, profesor de nuestra universidad, se utilizó la termografía para la detección de mentiras y el Big Five para ver qué tipo de personalidad tenía cada persona. Se les grababa con la cámara térmica antes de hacer las tareas necesarias para llevar a cabo el estudio. Para medir la temperatura de la piel, se utilizaban las mediciones ROI, que son aquellas zonas donde mejor se recoge la información térmica: frente, mejillas y nariz. También se les pide a los participantes que no revelen a nadie que lo están realizando para mantener en secreto la investigación y conseguir unos resultados fiables. Se les dan tres minutos para preparar una mentira creíble y contársela a algún allegado, y deberá tener contenido emocional. Llamarán a esa persona y le contarán la mentira.

Los resultados muestran que la temperatura cambia: el aumento en la frente se relaciona con mayor carga cognitiva, la disminución en la nariz tiene que ver con el arousal y la temperatura en las mejillas se relaciona con la impresión de convicción sobre lo que se está diciendo. Estos cambios permiten detectar las mentiras con exactitud.

Por otro lado, según Vrij (2008), los signos de nerviosismo más comunes son la falta de contacto visual o el exceso, errores en el habla, exceso de pausas y latencias de respuesta anormales.

Otro truco muy bueno es pedirle a la persona que trate de contar la historia empezando desde el final. Esto se debe a que la persona que miente ya está ocupando muchos recursos cognitivos, por lo que se entorpece dicha tarea. Y también se cree que el mantener contacto visual también consume de esos recursos porque puede ser un distractor, por lo que también podría ayudar a detectar mentiras porque las personas lo evitan o cometen más errores si lo hacen.

En definitiva, según este autor, las principales señales para detectar mentiras se pueden dividir en verbales, vocales y visuales:

  • Verbales: a los mentirosos les cuesta más describir detalles que a lo que no mienten, puede ser por la falta de imaginación a la hora de inventarse mentiras. En este estudio se diferencian los detalles en: visuales, auditivos y contextuales. Se asume que la mentira requiere de más recursos cognitivos que la verdad y se plantea la hipótesis de que los mentirosos aportarán menos detalles en sus historias. La última pista verbal que se utiliza para detectar a un mentiroso se basa en evidencias cognitivas que se muestran en las narraciones en las narraciones como pensamientos o razonamientos y suposiciones sensoriales. Se cree que se observarán más evidencias de este tipo en mentirosos al estar asociadas con una mayor carga mental.
  • Vocales: Se ha observado que al mentir incrementa la latencia (tiempo entre el final de la pregunta y el comienzo de la respuesta), aparecen más pausas entre frases, sonidos para rellenar el tiempo como “mm”, “uh” y “eh”, más errores gramaticales, tartamudeos, intentos de empezar una frase pero sin continuarla (ejemplo: ayer fui… Bueno, el caso es que ayer estuve comprando), se habla mucho más lento y se presentan vacilaciones a la hora de hablar.
  • Visuales: Se ha comprobado que cuando una persona debe esforzarse cognitivamente, decrementan los movimientos. Apenas presentan gesticulaciones porque la demanda cognitiva para mentir es demasiado alta. Por esto, una persona que miente disminuye los gestos que acompañan al habla, movimientos de mano y de dedos, parpadeos, movimientos de las piernas, balanceo o reajustes del asiento.

Hay que tener en cuenta que el contacto visual no puede ser determinante, porque una persona que dice la verdad puede estar muy concentrado para poder recordar todo con detalle y porque la gente que miente tiende a esforzarse por mantener el contacto visual, ya que quieren parecer menos sospechosos. Esto último también ocurre con movimientos nerviosos, como sería jugar con los dedos de forma excesiva. También se ha observado que la teoría sobre cómo detectar mentiras, se ve ignorada porque la gente utiliza antes su intuición. Para evitar esto y aumentar el acierto a la hora de detectar mentiras, se cree que la solución es aumentar las señales conductuales. Estas señales son aspectos como el contacto visual, la voz tensa, movimientos extraños, latencia del habla inusuales,… Y, para aumentarlos, se debe forzar a la persona para que salga de su zona de confort y que no se mantenga en un mismo discurso monótono, se deben preguntar sobre los detalles que no especifique y contrastar cada vez que sea posible con información externa, tratando de exponerla en la conversación para que tengan que argumentar y desmentir esa nueva información (Hartwig y Bond, 2011). En definitiva, hay que tratar de convertir la mentira en algo complejo, para que tenga que trabajar más cognitivamente y pueda llegar a cometer más errores. E incluso, se puede decir que, si la persona está mintiendo sobre algo que no conoce o sobre algo con lo que no está demasiado familiarizada, va a presentar más conductas ligadas a las mentiras (Battista, 1997). Por lo tanto, en esta condición puede ser más sencillo el detectar que una persona está mintiendo.

Además, parece que el ser una persona capaz de detectar mentiras no depende del sexo, pero sí de la edad. Se ha observado que a partir de los 40 años, decrece la capacidad de detectar mentiras de manera correcta. E incluso se ha demostrado que, la gente que era capaz de reconocer emociones presentadas en unas diapositivas utilizando rostros faciales, presentaban una mejor detección de mentiras (Ekman y O’Sullivan, 1991). Sin embargo, la capacidad de detectar mentiras no dependía de la confianza que tenía una persona para detectarlas. Por otra parte, todo apunta a que, las personas que son capaces de utilizar características del discurso y están atentos a señales no verbales, tienen mayores probabilidades de detectar una mentira, en comparación con usar solo una de las dos (Ekman y O’Sullivan, 1991). Los errores de discurso más señalados son: responde con lentitud, se contradice, es evasivo y habla demasiado. Por otro lado, las señales no verbales en las que más se fijan son: evita contacto visual, voz tensa, sonrisas falsas y el lenguaje corporal.

Como conclusión, los padres detectan las mentiras de sus hijos cuánto más pequeños son. También se observa que las personas menores de 40 años detectan mejor las mentiras de los niños. Por otra parte, como la mentira requiere un gran esfuerzo cognitivo, la persona que se está analizando debería estar fuera de su zona de confort, contando la historia desde el final por ejemplo, para observar los errores que se cometen al mentir. Y aunque hay que tener en cuenta las señales visuales, vocales y verbales, a veces no pueden ser determinantes porque la gente se esfuerza por parecer confiable evitando estos errores. Por esto es fundamental sacar a la persona de su seguridad y preguntar por detalles. Por último, la termografía detecta los pequeños cambios de temperatura que sufre el cuerpo a la hora de mentir, pero no es un método al que todas las personas tengan acceso.

Bibliografía utilizada:

Bond, C. M., y Hartwig, F. (2011). Why do lie-cathers fail? A lens model meta-analysis of human lies judgments. Psychological Bulletin, 137(4), 643–659.

Edelstein, R. S., Luten, T. L., Ekman, P., & Goodman, G. S. (2006). Detecting Lies in Children and Adults. Law and Human Behavior, 30(1), 1–10. https://doi.org/10.1007/s10979-006-9031-2

Ekman, P., and O’Sullivan, M. (1991). Who can catch a liar?. American psychologist, 46(9), 913–920.

Gálvez-García, G., Fernández-Gómez, J., Bascour-Sandoval, C., Albayay, J., González-Quiñones, J. J., Moliné, A., … & Gómez-Milán, E. (2020). A trifactorial model of detection of deception using thermography. Psychology, Crime & Law, 1–22.

Patrick, d. B. (1997). Deceivers’ responses to challenges of their truthfulness: Difference between familiar lies and unfamiliar lies. Communication Quarterly, 45(4), 319–334. doi:http://dx.doi.org/10.1080/01463379709370069

Talwar, V., Renaud, S. J., & Conway, L. (2015) Detecting children’s lies: Are parents accurate judges of their own children’s lies?. Journal of Moral Education, 44(1), 81–96, DOI: 10.1080/03057240.2014.1002459

Vrij, A., Mann, S., Fisher, R., Leal, S., Milne, R., & Bull, R. (2008). Increasing cognitive load to facilitate lie detection: The benefit of recalling an event in reverse order. Law and human behavior, 32(3), 253–65.

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