En la publicación introductoria, hablamos sobre conflictos que se van de las manos.
Pero… ¿Cómo empieza ese conflicto? No os ha pasado que, muchas veces, discutís con alguien, os vais calentando, deriva en pelea, y más tarde, pensándolo en frío, no sabéis en qué momento se ha ido formando esa bola de nieve que ahora parece inmensa, cómo ha surgido todo. Igual el motivo en sí del enfrentamiento no era para tanto, ¿entonces qué pasó?
Primeramente, es importante analizar nuestras emociones, cómo estábamos antes de iniciar la conversación, porque, dependiendo de en qué emoción estemos sumergidos, tendremos más predisposición a actuar o pensar de una manera u otra.
Si estamos estresados o ansiosos, tenderemos a estar en alerta, con una fuerte activación fisiológica, lo que se traduce en varios errores comunicativos, como: estar a la defensiva, tomarse las cosas de manera personal, interrumpir a la otra persona, sacar conclusiones precipitadas (suponer), etc.
Este último error, es uno de los más frecuentes, creemos saber equivocadamente lo que la otra persona piensa o siente, sin habérnoslo comentado directamente, y a partir de ahí, realizamos inferencias varias, claramente negativas. Para evitar esto, es recomendable preguntarle abiertamente sobre la cuestión que nos preocupa.
Luego, en relación a encontrarnos en estados emocionales negativos e intensos, es preferible, tomarnos nuestro tiempo para calmarnos, antes de empezar la charla, ya que, los sesgos cognitivos pueden obnubilar nuestro diálogo.
