Somos las historias que nos contamos

Cuando nos preguntan qué podemos decir de nosotros mismos, nos surge una pregunta ¿Quién soy?, ¿realmente nos conocemos a nosotros mismos?, es decir, ¿tenemos plena conciencia sobre la identidad personal que posee cada uno? o ¿simplemente somos la formación de acontecimientos, vivencias y pensamientos que se aglutinan para darnos forma?.

Este proceso ha suscitado el interés de muchos investigadores. Dennett (1998) postuló una serie de teorías referentes al Yo narrativo que defiende que la visión que tenemos de nosotros mismos, es decir, nuestros yoes; no son más que una consideración literaria creada por nuestra conciencia. Sin embargo, este autor sostiene, que la conciencia misma es sólo una creación producida por el entorno, el lenguaje y la cultura. Realiza una analogía entre mente y ordenador, considerándose la mente como interacción entre inputs y outputs. Esto, provoca que exista un flujo constate de información; siendo más accesibles, algunos inputs en un momento determinado que otros, lo que podría explicar lo que comúnmente conocemos como lapsus lingue.

Nuestra identidad personal es la formación de las vivencias que tiene un individuo y la forma que tiene de relacionarse con el medio en el que vive. Sin embargo, cuando intentamos responder este tipo de preguntas recurrimos a etiquetas que hemos ido almacenando según las experiencias que vamos teniendo, es decir, recurrimos al marco relacional almacenado en nuestra mente sobre nosotros mismos. Pero ¿realmente existe esta construcción sobre nosotros, estas etiquetas que nos agregamos es lo que nos define como persona?. Esta construcción varía según el entorno y las circunstancias en que nos pidan describirnos, es decir, no es igual cuando intentamos presentarnos en una entrevista laboral, dónde las etiquetas a las que recurriremos son mayormente positivas y destinadas a exaltar nuestras cualidades.

A lo largo de la vida de un individuo, su memoria fluctúa y no guarda cada vivencia de manera nítida y detallada. Varios estudios han demostrado que la memoria autobiográfica se comienza a desarrollar sobre los 3 años, pero el recuerdo requiere de una experiencia directa. Al período comprendido entre los 0–3 años, se le conoce como amnesia infantil. Este fenómeno se debe a que el desarrollo neurológico, aún no se ha completado y por este motivo no podemos consolidar dichos recuerdos; a esto debemos sumarle la inexistencia de los esquemas de conocimiento, un vocabulario escaso y una inexistente conciencia del yo. Por este motivo, un niño de 3 años recurre al entorno y a la memoria a corto plazo para describir una característica, es decir, si le preguntamos a un niño de 3 años ¿cuál es su comida favorita?, notaremos como mira a su alrededor y busca un alimento que se parezca en color y forma a lo último que ha comido o señala lo que su madre tenga en la mano, sea comestible o no.

Una vez desarrollamos nuestra memoria autobiográfica comenzamos a crear marcos relacionales, lo que no impide que nuestra memoria sea un puzle incompleto. De esta manera nuestro cerebro se trasforma en una máquina de rellenar las piezas faltantes en los recuerdos. Al no tener información verídica con la que sustituir el agujero faltante de datos, el cerebro se encarga de inventar esta información, recurriendo a las vivencias y experiencias almacenadas generando similitud entre la información inventada y la poca información almacenada del recuerdo.

De esta manera, construimos una historia que podemos contarnos a nosotros mismos y al mundo. Pero ¿siempre ha existido la necesidad de contarnos una historia o es una imposición que la sociedad actual nos exige? La necesidad de tener un guion que poder presentar a los demás e incluso a nosotros mismos, es una conducta que se ve reforzada socialmente. La sociedad necesita que exista una coherencia entre cómo actuamos, lo que pensamos y lo que decimos; y la única forma de que esto suceda es por medio de una historia que posea realidad e imaginación.

Cuanto más consistente en el tiempo es la historia y más nos acostumbramos a actuar así, más convencimiento sobre esta tendremos, hasta que la historia que nos terminamos contando a nosotros y al mundo se convierte en una carta de presentación que consideramos como verídica.

Lo que nos hace humanos, es nuestra conciencia. Esta capacidad nos permite crear, modificar, extraer y recordar historias; desde que un niño adquiere un marco relacional, su léxico se ve incrementado y sus conexiones neuronales aumentan. A lo largo de la vida, en su memoria, no dejarán de fluctuar los inputs y outputs que irán desarrollándose mediados por las experiencias influidas por su entorno. Al acercarnos al final de la vida, cuando los individuos han llegado a una madurez tanto vital como intelectual, podemos ver esta fascinación por contar historias al mundo. Sin embargo, encontramos un rasgo muy característico, que es la modificación y alteración que realizamos cada vez que extraemos un recuerdo de nuestra memoria episódica autobiográfica, añadiendo nuevas distinciones lingüísticas que moldean determinados aspectos de nuestros recuerdos. Este rasgo tan característico no lo encontramos en los animales, no vemos el deseo tangible de contar una vivencia pasada, debido a que no han almacenado suficiente información sobre este evento, por la poca experiencia que han tenido con ella. Por este motivo, podemos considerar nuestras vivencias como una historia compuesta por recuerdos que se modifican en el tiempo.

No obstante, ¿somos los únicos que podemos modificar estos recuerdos o nuestro entorno, cultura y sociedad se encarga de agregarle dichos distintivos de manera externa?. Aunque consideremos que somos los dueños de nuestros recuerdos, éstos se ven modificados no solo de manera interna, sino también externa. La sociedad y la cultura juegan un papel muy importante a la hora de modificar la historia del recuerdo que tenemos. Esto, lo podemos distinguir cuando una persona te cuenta un momento episódico con una carga emocional que entra en disonancia con la actualidad, pero que, en el momento que fue vivido y almacenado, dicha discordancia no existía. La sociedad por ende irá modificando de manera externa la percepción que nosotros tenemos sobre dicho evento y la manera en qué contaremos dicho recuerdo. Lo mismo sucede con eventos que no recordamos de manera explícita, nuestro cerebro puede recurrir a llenar los agujeros que faltan con las historias que los demás nos han contado sobre el recuerdo que tienen de un momento similar al nuestro.

En conclusión, podemos observar como nuestra memoria es un libro con páginas en blanco que se escriben y reescriben según la interacción que tengamos con nuestro entorno. Esto, nos confiere la capacidad de modificar a nuestra elección la versión de nosotros que queremos enseñar al mundo y permitir escribir, sobrescribir y redefinir quienes somos para nosotros y para el mundo según las necesidades que se nos presenten. Tal y como una frase popular sostiene “podemos ser la mejor o peor versión de nosotros mismos, pero la elección está en nuestra mano”.

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