Segunda conversación con V. Woolf:
Virginia, “hoy he visto a una mujer”. Hoy he visto a una mujer presentarse en la orilla del mar; parecía pulcra, se movía sin perturbar el ambiente. Tenía la mirada penetrante, las manos llenas de carboncillo y la boca cosida. Llovía granate dentro de sus ojos. No era una imagen desagradable; todo lo contrario: tus pupilas no se hubiesen podido resistir dirigirse hacia aquel ente bailando bajo las gotas de sal que se movían a causa del viento.
He de confesar que no me acerqué, un estado de alerta me subió por la garganta y me impidió acercarme para admirarla más de cerca. Me dio miedo. Me dio miedo saber su historia, así que me di la vuelta lentamente y me fui. Virginia, he intentado quitarme su imagen de la cabeza, y ya hace dos años y unos cuantos meses que tampoco pienso en ti. Estuve muy enfadada contigo, te leí, te escribí y te dejé en una esquina, ignorada y olvidada. Tal y como la historia ha dejado a las demás.
Verás Vir — ¿te puedo llamada Vir? creo que ya tenemos suficiente confianza, ¿no? — , por alguna razón se me da bien ignorar e olvidar. Nunca te he llegado a gestionar, porque me has incomodado. Y la imagen de la mujer de la orilla también me ha incomodado, le he dado la espalda. Creo que esa es la razón por la que te he vuelto a quitar el polvo: necesito volver hablar contigo.
La última vez que te dirigí la palabra, te llamé clasista. La última vez que hablamos, te dije que la ira y la rabia eran unas herramientas artísticas — tan sólo artísticas — que ayudan a gestionar la realidad. La última vez que te miré a los ojos, admití que no creía en el futuro de la lucha. La última vez que te escribí una carta, te declaré la revolución; porque resulta que yo ya estoy harta de caminar por la grava y llevas años prometiendo césped.
“¿Es que nadie me va a detener?”
¡Que me detuve yo! He ahí el problema: me invitaste a ser independiente, y me dio miedo. Me da miedo que me olviden como han olvidado a Amelia Earhart o Marie Curie o Rosa Parks o a Rosalind Franklin. Les he intentado quitar también el polvo. Pero el olvido es persistente. Ya no las veo, ni a Simone de Beauvoir, a Mary Wollstonecraft, Jane Austen, Lady Di, Mary Shelley, o a Emily Dickinson. Se ha apagado el espíritu, veo muy poca fuerza, no percibo nada. Creo que el dolor me ha pasado factura.
Y creo que también me ha pasado factura la implantación de una mentalidad acomodada, antirrevolucionaria y de silencio en toda la sociedad, donde ya no hay palabras que basten, sino un “[…] Me gustan cuando callas porque estás como ausente. / Distante y dolorosa como si hubieras muerto. […]” de Pablo Neruda en su poema XV. Mentalidad que mueve una sociedad callada ante una indignante situación de emergencia, donde las mujeres son musas sin palabras y los hombres no son capaces de sentir una pizca de empatía. Donde la vulnerabilidad no se permite más allá que en el amor tóxico y romantizado. Y asusta Virginia, ¿no lo ves? Todavía tengo miedo de salir a la calle. Que el arte refleja la sociedad actual y ¿qué voy a saber yo si lo que sé siempre es poco? ¿Y sabes de lo que me he dado cuenta? Un siglo más tarde, de los 7 grandes pintores que más cotizan actualmente, sólo hay 1 mujer (Yayoi Kusama); de los 25 artistas plásticos actuales más conocidos, solo hay 3 mujeres (Cecily Brown, Yayoi Kusama y Vija Celmins). Virginia, que sólo hay tres. Y es que “hoy he visto a tres mujeres”, pero ¿y qué hacemos con el resto? ¿Realmente tenemos oportunidad de abrirnos paso ante el frenético y violento ritmo de la discriminación?
Hace un tiempo me comentaste que te aventurarías “a pensar que el Anon (anónimo), quien escribiera tantos poemas sin firmarlos, fue a menudo una mujer”. ¿Y que te voy a refutar yo? Si las mujeres nunca han tenido el espacio que se merecían en el arte. Y, además de ello, la cantidad de vivencias donde los hombres se han apropiado de sus obras a causa de algún tipo de manipulación económica, social o interrelacional. Como podrían ser los casos de Margaret y Walter Keane, Frida Kahlo y Diego Rivera, Zelda y F. Scott Fitzgerald, Camille Claudel y Rodin, Gabrielle Münter y Kandinsky, Yoko Ono y John Lennon. Pero vuelvo a contar y me quedo corta. Virginia, hoy ya he visto a nueve mujeres en total, ¿quiénes o qué conformamos todas las demás?
No sé Vir, hace tiempo que no entiendo esta disparidad. Es decir, teniendo en cuenta que el género es una construcción social, y la sociedad es totalmente binaria — ¿cómo permitir que nos salgamos de dos etiquetas asfixiantes? — , ser hombre o mujer y todos los estereotipos que conllevan, te condiciona desde la niñez. Eso lo entiendo, ¿pero de dónde sale toda esa codicia?
Hay veces que no entiendo el mundo, hoy es uno de esos días. Que me he metido en una burbuja donde mi realidad era compartida, donde no se cuestionaba mi miedo y el espacio seguro era característica principal. No obstante, hace relativamente poco, me han tirado un jarrón de agua fría. No hemos cambiado. He estado tan centrada en mi dolor, que he ignorado el dolor de una sociedad que aún no ha pasado página, de un sector de la población que no quiere despertar. ¿Y ahora qué hago con mis objetivos de vida? Virginia, que yo no quiero ser musa. Quiero ser artista, pero nunca seré suficiente aunque piense que sí. Que soy mujer y no he de tener un historia trágica para hacerme valer.
Virginia, no sé si recordarás cuando me dijiste que “La literatura es como la tela de una araña, muy frágil, aunque sujeta de todos modos a las cuatro esquinas de la vida. A veces, la sujeción resulta apenas perceptible”. Ya no nos sujetan. El arte se ha convertido en algo banal, ya no es revolucionario — he aquí mi crítica hacia tu defensa de omitir la rabia e ira — , y sigue siendo clasista.
Pero es que tenemos las manos manchadas de un crimen que no hemos perpetrado, la boca sellada para mantener un sepulcral silencio. La impotencia presiona a unas lágrimas que salen desde nuestras entrañas, haciendo sangrar la validez de nuestras obras. Soy todo lo que me dio miedo ser algún día. Ahora camino por el césped, estoy por el camino de la independencia económica, re- escribo mi historia. Hoy veo a todas las mujeres. Y, adivina qué: ya tengo mi habitación propia; y lo que no se nombra, no existe. Por lo que, ahora mismo, gritar es pura supervivencia.
En este texto pongo de manifiesto la importancia del lenguaje tanto en la vida diaria, como en la luchas sociales que se están llevando a cabo, como en el arte y en la literatura. Creo que es de gran relevancia, la cantidad de información que adquirimos sólo con el lenguaje, tanto verbal como no verbal; y es eso lo que quiero expresar. Además, para ello, he querido utilizar diferentes recursos lingüísticos para desarrollar el aprendizaje de la asignatura a lo largo de estos meses.
La idea principal del texto surgió hace dos años, tras la lectura de Una habitación propia de Virginia Woolf, de ahí el hecho de que el subtítulo sea “segunda conversación con V. Woolf”.
Este segundo texto expuesto, se ha desarrollado durante estos meses de clases como un monólogo o carta hacia dicha autora, donde se estaba cociendo la idea de seguir con el proyecto referente a la literatura revolucionaria, y la importancia de las palabras en la vida diaria: tanto en las situaciones importante y/o conflictivas, como en lo cotidiano y rutinario.
Durante este monólogo expongo cuán importante es el cómo expresamos nuestras ideas. Hago referencia a una “rabia e ira”, refiriéndome a una fuerza que se obtienen las palabras a diferencia de cómo sería si se habla desde la monotonía.
Por otro lado, también hago referencia al “silencio” de las ideas, pensamientos, emociones, y sentimientos — en este caso de las mujeres — , el cual no sirve de nada. Es inútil mantener la boca cerrada, sin verbalizar las ideas que navegan por nuestra mente. El lenguaje nos facilita el desarrollo de las ideas, de la creatividad, ¿por qué no utilizarlo?
Por último, he intentado recalcar cómo afecta a terceras personas el lenguaje que se ha utilizado para desarrollar x idea. En este caso, puse el famoso ejemplo de Pablo Neruda, donde la expresión de sus palabras puede llegar a perpetuar estereotipos y dictar en un sociedad sin crítica, cómo deberíamos pensar y sentir.
BLIOGRAFÍA:
Neruda, P. 1904–1973. (1991). Pablo Neruda: veinte poemas de amor y una canción desesperada. Madrid: Alianza Editorial.
Woolf, V. (1929). Una habitación propia. Barcelona: Austral Editorial.
Realizado por: Salma Díaz-Llanos Fernández