Vivieron felices…

Cuando hablamos de los marcos relacionales, lo primero que se nos viene a la cabeza sería el nuestro propio. Comenzaríamos pensando en una cosa y la acabaríamos atando con otra que ni nos imaginábamos que tuvieran conexión. Pero, ¿y las relaciones que nos llegan desde el exterior? Pues aquí pasa lo mismo, hay relaciones que aunque las creamos imposibles, tienen sentido.

Seguro que habréis escuchado frases tipo: “Vivieron felices y comieron perdices”, “Roma, la ciudad eterna” o “París, la ciudad del amor”.

Pues bien, la primera frase es un refrán, y aunque parezca absurdo relacionar la felicidad con comer perdices -que oye, gustos colores, a lo mejor es su comida favorita- esconde unas historias que le darán sentido, ya veréis…

Todo comenzó cuando Saturnino Calleja (1853–1915), un gran escritor español, le pareció buena idea utilizar esa frase para terminar sus distintas obras. La cual, más adelante se popularizó y fue un final típico en miles de obras. Realmente su significado no está del todo claro, pero tienen sentido si quieren acabar una historia de amor por todo lo alto. Por un lado, están quienes dicen que en la época medieval, la perdiz era un manjar que solo algunos podía permitirse, como por ejemplo la realeza, por lo que terminar una historia de amor comiendo perdices era símbolo de éxito absoluto. Otra teoría es la del astrólogo de la reina de Francia, quien aseguraba que para mantener el amor de una pareja, se debía de cazar una perdiz del sexo opuesto y sacarle el corazón. Pero sin duda, la teoría más popular también nos lleva a Francia, a la reina consorte, la cual utilizaba la carne de perdiz para despertar el deseo sexual y así mejorar la fecundación. Estos finales para cuentos de niños no te los esperabas ¿eh?

Pasemos a la segunda frase, hablemos de Roma y de las maravillas que se hayan en esta ciudad eterna. ¿Por qué se utiliza este seudónimo para referirse a Roma? Si te preguntase por ¿qué ciudad se te viene a la cabeza cuando te pronuncio la palabra eterna? ¿Me dirías Roma? Seguro que sí.

Esto pasa porque realmente parece que el tiempo se ha parado en ella desde hace siglos. Sus monumentos, sus calles, sus cruzar una esquina y de repente encontrarte con una maravilla como por ejemplo es La Fontana de Trevi, sus edificios… todo eso hace que estar allí sea como viajar en el tiempo. Y lo mejor, es que puedo decirlo con opinión propia, ya que he tenido la suerte de que esa ciudad forme parte de uno de mis marcos relacionales. Para contar su historia nos tendríamos que remontar al año 753 a.C, cuando Rómulo, alimentado por una loba, la fundó. Pero para eso, mejor os veis algún documental de National Geographic que seguro que lo contará mejor que yo. Pero si tenéis la oportunidad de ir, os animo a crear un recuerdo eterno como lo es ella.

De Roma nos vamos a 1420 km al norte, y aunque ahora vamos a hablar de la gran ciudad del amor, no os creáis que Roma no tiene también esa reputación, ya que, con simplemente darle la vuelta a su nombre, veréis la gran competencia que le hace a la capital Francesa (R O M A — A M O R). Y tampoco debemos olvidarnos de ciudades como Venecia con sus canales y sus góndolas o como Agra, la ciudad del Taj Mahal, donde el príncipe mandó construir este monumento, considerado una de las 7 maravillas del mundo, en honor a su amada esposa fallecida. Pero nos vamos a decantar por la ciudad por excelencia para enamorarte, París.

¿Por qué París se ha ganado esa reputación? Además de ser una ciudad preciosa, llena de monumentos arquitectónicos de gran valor artístico, cultural e histórico (Torre Eifel, Notre Dame), de sus impresionantes avenidas y rincones con encanto (El barrio de Montmartre), no hay nada más romántico que un crucero por el Sena de noche, agarrados a nuestra idealizada pareja. También consta con un templo dedicado al amor llamado Temple Romantique, donde lo describen como “un lugar para susurrarse palabras de amor al oído”. Pero aunque parezca un tópico, la sonoridad de la lengua francesa es ciertamente hipnótica. Hasta decir te quiero en francés tiene más fuerza: “Je t’aime”. Por último y por qué no, hablemos de su célebre beso francés, que para quién no lo sepa, por definición popular, es el “beso con lengua”, un beso cargado de romanticismo y erotismo. Por lo que entonces, cabría destacar a los creadores de tal interacción con otra persona, los franceses, tanto hombre como mujeres. Los cuales, os dejo la curiosidad para que veáis la serie que os pondré al final y os los definan mejor que yo. Y como anécdota os contaré que el otro día viendo vídeos graciosos por Facebook, me saltó uno sobre las reacciones que tenían los asiáticos y coreanos ante anuncios de preservativos, y en los comentarios puso alguien algo así como “pues no habéis visto los anuncios de condones franceses, tela”… dando a entender lo explícitos que son. Así que ahí lo dejo para las mentes curiosas. Todas estas características han hecho que París se haya ganado ese sobrenombre.

En la serie que os citaba antes, podréis apreciar su belleza, aunque sea a través de un móvil, y para que sintáis lo que los protagonistas pretenden conseguir, que vayamos a París a enamorarnos tanto de ella como de ¿quién sabe? Sin duda, está en mi lista de próximos destinos post-covid. La serie se llama: Emily en París.

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