Volvemos a vivir cuando sabemos que nos vamos a morir.

En mi primera historia del blog hablaba sobre que empezamos a vivir cuando sabemos que nos vamos a morir, de no vivir la vida que queremos y de los arrepentimientos de pacientes que están en paliativos.

Hablando en clase con Tornay, me dijo que me mirara un video de Alan Watts, “Aceptando la muerte”, y lo analizara.

En el vídeo, Watts explica cómo aceptar la muerte, dice que vivimos en un mundo dónde por desgracia nuestra cultura tiene miedo a morir y que deberíamos aceptar que cuando llega el momento es porque dejamos espacio para que alguien viva, comentando así la sobrepoblación.

Además de esta perspectiva, analiza más profundamente por qué debemos morir y, por tanto, por qué no debemos prolongar la vida indefinidamente. A mí me ha llamado la atención un aspecto en especial, cuando comenta que la gente llega un punto en el que se dedica a sobrevivir y a la ganancia monetaria. Explica que cuando somos niños nos parecen fascinantes y maravillosas las cosas cotidianas y ordinarias de la vida, pero que según vamos creciendo entramos en la sobrevivencia y, para él, es ahí donde debe terminar la vida, para que alguien con “energía renovada” tenga su lugar.

Esta visión sobre la muerte a muchos os puede parecer trascendental, sin embargo, lo he querido analizar con mi historia anterior. Hablé sobre que estoy haciendo muchas cosas que no quiero en el presente y planeo demasiado mi futuro cuando, a lo mejor, no llega. También, que, si me dijeran que me voy a morir en un mes, dejaría todo lo que estoy ahora y haría lo que realmente quiero.

Pues ese mes al que me refiero es “vivir” para Watts, y todo lo que hago ahora “sobrevivir”. Me pongo a pensar y cuando era pequeña me sentía feliz, no tenía obligaciones, dentro de unos límites podía hacer lo que quisiera, pero según crecía iban apareciendo más y más obligaciones que no dejaban espacio a que hiciera lo que quería. Para hacer un símil muy simple, cuando era pequeña en el colegio teníamos una hora de patio, en la que jugaba con mis amigos o hacía lo que quería, ahora en la universidad me paso 5 horas seguidas cada día sentada en una silla con el tiempo justo entre clase y clase para ir al baño.

A lo que me refiero con todo esto es que cuando me dicen “tienes un mes de vida”, me dan igual todas las obligaciones (a mí), y vuelvo a mi espíritu de niña, a ver la vida con magia, a irme a la playa y llorar viendo un atardecer bonito. Vuelvo a vivir y dejo de sobrevivir, en términos de Watts.

Por eso, he decidido cambiar el título a la historia, en la primera lo llamé “Empezamos a vivir cuando sabemos que nos vamos a morir” y esta segunda quiero que se llame, como habréis visto en el título “Volvemos a vivir cuando sabemos que nos vamos a morir”. Porque creo que es eso, volver a disfrutar de las cosas cotidianas y sin importancia y dejar de pensar en sobrevivir y en la ganancia monetaria.

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