Zorras, Cerdos y Cucarachas

El sonido de los tacones golpeando con ímpetu sobre el suelo de parquet se solapaba con la música relajante que se escuchaba de fondo en el salón. Depositaron sus abrigos de visón en el respaldo de la mesa, dejando sus bolsos de Hilde Palladino y Judith Laiber en los laterales de la mesa y se sentaron decididamente. Hablaban entre ellas en Ruso y mientras una se retoca el peinado dejando entre ver el anillo de diamantes de la mano. La otra entornaba la mirada y alzaba una sonrisa discreta en señal de complicidad. Sus acompañantes seguían en la entrada hablando del último partido de fútbol apurando sus cigarros y echándose las manos a sus trajes, parecían apurados por el devenir del tiempo y sufriendo el frío intenso propio de aquella noche de Diciembre.

Eran hermosas, altas, esbeltas, con largas y onduladas melenas rubias, con zafiros azules intensos como ojos. Uno se quedaba perplejo de la sutileza de ellas al acicalarse el pelo y el discreto maquillaje que tenían, el cual ya os confirmo, era casi imperceptible. A corta distancia sus olores eran lo suficientemente atrayentes para no pasar desapercibidos, te embaucan y envolvían en una atmósfera floral y cítrica a la par que amaderada. Te transportaban en un instante a la suites de hoteles de lujo, a jets privados y salas vip de importantes reuniones sociales. Sus perfumes eran acordes a sus apariencia y modales; lo suficientemente discretos como para seducirte y, a la vez, no tan intensos como para impregnar la estancia del ego desmedido de sí mismas.

Sin duda, era una noche importante, así como lo eran algunos de los famosos y premios nobeles que estaban cenando en nuestro restaurante, a los cuales teníamos el gusto de atender, procurando que la cena cumpliese los requisitos y gustos de cada celebridad. Mi jefa se encontraba entusiasmada más jovial de lo normal, haciendo bromas a los trabajadores. Decía a modo jocoso y entre risas; “Un día como hoy nunca lo volveremos a repetir”,“ … rara vez está rodeada de gente tan importante”y dice: “entras al comedor y te sientes como si fueras una más entre sus iguales”. De sus palabras se podía entrever la sentencia firme y condenatoria; difícilmente tendríamos el privilegio de volver a entablar conversación y ser parte de ese tipo de eventos, estando rodeados de personalidades tan influyentes, puesto que nosotros los camareros no pertenecemos a ese mundo, y hemos aceptado ser el eslabón más bajo de la cadena social. Siendo todo un honor poder recibir una mínima e insignificante atención y comunicación por parte los comensales puesto que no somos personas importantes, de alcurnia, ni perteneceremos a la alta sociedad.

La velada transcurría sin sobresaltos, a pesar del bullicio incesante proveniente de los salones, Desde la sala de camareros del piso inferior, se escuchaba de trasfondo lo que cualquier oyente fuera de contexto pudiera clasificar como sonidos de hienas y jabalíes en celo. La camarera de la barra atendía ajetreada a las comandas de bebidas que se le acumulaban haciendo caso omiso al ruido, sirviendo cañas de cerveza y servicios de refrescos, a la vez que observaba fijamente las trayectorias de las cucarachas que descendían por la pared, que pasaban cerca del jamonero y se introducían en el recobeco de la encimera en dirección a uno de los múltiples agujeros del suelo.

Los hombres de la reserva, se dispusieron a entrar apurando las últimas caladas de los cigarrillos, tirándolos al suelo y apagándolos con un fuerte pisotón. A simple vista la diferencia de edades de los integrantes de la mesa era más que notoria. Siendo los empresarios amigos de mi jefe quienes duplicaban y triplicaban en edad a sus acompañantes féminas.Ya estando todos reunidos, el Sommelier pasó a servirles la carta de vinos y, como era de esperar, las mujeres, haciendo gala del buen gusto pidieron sin mucho miramiento una botella de Champagne Runiart Blanc de Blancs con valor de 111€. Mientras que los hombres, curtidos por la experiencia de los años, con cada una de sus canas y arrugas, se decidieron por una botella de Ribera del Duero Flor de Pingus cosecha del 2010 valorada en 250€. Las diferencias de gustos no sólo se ceñían al vino, sino también a la comida; pidiendo ellas como plato principal un steak tartar y una ensalada y, ellos, un chuletón poco hecho de 750gr a compartir. De las personas como aquellas capaces de costearse un buen vino, uno siempre espera una propina sustanciosa de 20€ o 50€ como mínimo.

Era una mesa encantadora así los definía mi jefa con la expresión; “!Qué calidad de la mesa 10¡” porque te miraban a los ojos cuando pedían, respetaban los turnos de comanda ordenando ellos mismos los entrantes a compartir, los primeros y segundos platos, haciendo uso de unos modales y vocabulario exquisitos, digno de admirar y deleitarse al contemplar la facilidad con la que hablaban y expresaban sus ideas.

Todo iba viento en popa hasta que en milésimas de segundos el bullicio propio de la sala cesó ante el sonido de cristales rotos, que dio relevo a una voz femenina indignada y colérica, junto de una estrepitosa galopada en tacones. En un ir y venir la camarera que los atendía se percató de que toda la sala se había enmudecido siendo la mesa 10 el foco de atención de todas las miradas, en especial, las miradas de desconcierto del Premio Nobel de Literatura Bielorrusa Svetlana Aleksiévich y el director de la Orquesta Sinfónica de París Daniel Harding, situados en mesas colindantes.

En la mesa faltaba una de las integrantes, su acompañante se levantaba perplejo con la camisa manchada de vino y salía corriendo del comedor mientras que el otro empresario alzaba la mirada fija de enfado a la camarera, mientras que la mujer rusa se echaba las manos a la boca abochornada por el escándalo y dirigía su mirada a la cristalera donde se apreciaba a lo lejos a la mujer que faltaba, temblando del frío, alejándose a paso firme y de tacón del lugar.

La escena era dantesca, gélida a pesar del óptimo funcionamiento de los radiadores, el salón se había convertido sin esperarlo en una obra de teatro. La mesa cumplía la función de escenario donde los comensales eran los protagonistas, actuando sin temor ante el escrutinio público. Expresado con las palabras de mi compañera ucraniana que había estado presente cuando las mujeres llegaron y se encontraba en el salón cuando todo sucedió, nos comentó con desprecio; “ …Ná, ¿Qué se puede esperar de unas zorras?”. Al parecer se trataba de señoritas de compañía, una de ellas amante del empresario que le habría prometido el divorcio y la formalización de su relación con la alianza y en pleno debate entre los hombres el “puto cerdo”-según la camarera- le habría mandado a callar al amante diciéndole que se comportase y que se dedicase a cumplir con su trabajo como “mujerflorero”.

Al final de la noche todos soplamos apenados al ver que los botes de cada una de las mesas, no superan los 3€ o 10€ por mesa. Ajenos al “ marrón” que nos llevaríamos a la mañana siguiente cuando tuvimos que limpiar el polvo sobrante de las rayas de coca sobre el mueble de baño que esnifaban aquellas personas ilustres y de “buenas familias” en el baño de señoras y los charcos de orina maloliente acompañado con manchas de pisadas secas en el baño de caballeros.

Limpiando lo que parecía más un establo de caballos por el mal olor resultante, no pude dejar de pensar: ¿En qué momento se decidió quienes son dignos de atención o ser tratados con educación y respeto? Parece que lo único que importa en esta vida es ascender en la jerarquía social a través de la apariencia; tener el coche último modelo, la ropa y joyería de las marcas de lujos, un cuerpo diez, ser eternamente jovenes y bellos. Pero, ¿Dónde quedan los valores y principios de las personas?¿A dónde se fueron conceptos olvidados como la empatía y solidaridad?

Vivimos en una sociedad que se glorifica de sus pilares grecorromanos, de poseer el legado de los grandes pensadores y filósofos mientras subimos al Tiktok contenido banal, idolatrando nuestros cuerpos en un puro acto de narcisismo, o criticando sin piedad cualquier equivocación o palabra sacada de contexto por Twitter como si defender nuestro posicionamiento fuese lo único que diera sentido a nuestra existencia.

Es curioso cómo seguimos admirando la vida exitosa de empresarios “innovadores” de los cuales nadie daba un duro por ellos como Steve Jobs y nos leemos libros de auto-ayuda en busca de una vida llena de prosperidad financiera con “mentalidad de tiburón” como el libro de “Padre rico, Padre” pobre de Robert Kiyosaki, y trabajamos en multi-tarea pensando que así somos más productivos, como si cosificándonos a nosotros mismos y tratándonos como un producto alcanzáramos la paz y el reconocimiento que ansiamos, mientras seguimos tratando a nuestros iguales como si de escoria se tratase.

En la película Parásitos de Bong Joon-ho se aprecia bien la deshumanización al más puro estilo kafkiano, y el sin sentido de tratarnos como productos de valor socialmente impuesto que hemos mantenido, construido y empeñado en mantener, la despersonalización del individuo que olvida su esencia y se ve sometido y condicionado por una etiqueta que define su valor y clase social como lo es ser camarero, barrendero, puta, escritora o músico.

Al final del día esas cucarachas, ratas, zorras, cerdos e ilustres no distan mucho de ti o de mí, de lo que somos nosotros mismos; meros mortales de carne y hueso que sienten, padecen, aman y sueñan al igual que lo hacemos nosotros.

Imagen libre de derechos de autor editada por el programa de creación de imágenes DALL E

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