Teoría Psicológica de la Interacción

Bana Flores
Psicopatología del desarrollo infantil
6 min readMar 8, 2017

Está Teoría no trata de buscar las psicopatologías del bebé, un niño o incluso del cuidador primario (por lo general, La madre), sino más bien analizar el tipo de la relación que los une, y de qué modo esta relación estructura la vida psíquica de uno y de otro.

Los primeros estudios relacionados con “la interacción” se derivan de dos enfoques diferentes:

  1. El enfoque llamado “sistémico”, cuyo objetivo inicial es comprender y tratarla patología de un paciente en el seno de su familia.

2. Estudios sobre las relaciones entre la madre y el bebé.

Estudios y observaciones realizadas a bebés e incluso recién nacidos, han mostrado que es imposible seguir tratando a estos individuos como un organismo pasivo e inerte; una especie de “plastilina” entregada para ser acogido por los cuidados maternales, sino que, por lo contrario es uno de los miembros de la relación capaz de orientar e influir. Entendiendo que el bebé es un individuo vulnerable pero que a su vez es un compañero dotado de evidente competencia. Unidas estas dos nociones dan pie a investigaciones acerca de las interacciones entre el niño y su entorno.

COMPETENCIA

Designa La Capacidad activa de éste para utilizar sus aptitudes sensoriales y motrices a fin de influir sobre su entorno. Se dice que el niño nace con capacidades para exigir satisfacer sus necesidades e incluso escoger entre lo que espera y no de sus padres.

Bruner propone clasificar las formas que presenta la primera competencia en:

a) Formas reguladoras de las interacciones con los demás miembros de la misma especie.

b) Formas implicadas en el dominio de los objetos, de los utensilios y secuencias de acontecimientos de organización espaciotemporal.

El segundo tipo de competencia ha sido objeto de diversos estudios, a menudo basados en la metodología utilizada ya en etología, revelando múltiples competencias del recién nacido.

Visión: capacidad del recién nacido para seguir con la mirada un objeto de color vivo y fijarse en una forma estructurada (rostro, circulo concéntrico…) durante más tiempo que en un objetivo de un solo color.

2. Audición: capacidad del recién nacido de reaccionar a los sonidos puros y sobre todo de demostrar su preferencia por los sonidos humanos, en especial la voz de su madre, inhibiendo parcialmente el resto de su motricidad.

3. Olfato: capacidad de discriminación olfativa que le permite distinguir el olor de su madre, con preferencia por el olor de la leche, en la relación con el agua azucarada.

4. Sentido del gusto: capacidad de discriminar y preferir la leche materna a las denominadas leches maternizadas.

5. Motricidad: capacidad de imitación muy precoz de ciertas mímicas (desde la 3ra semana: sacar la lengua, abrir boca, etc), tender la mano hacia un objeto-bebé y desplegar comportamientos de prensión complejos, etc.

Es importante considerar que entre los bebes existe diferencias individuales importantes en el grado de motricidad, reactividad a estímulos o discriminación de los mismos, es decir, capacidad de excitabilidad o apaciguamiento. Reconociendo la gran importancia que se tiene de los intercambios afectivos y sociales que rodean y condicionan el desarrollo de las competencias.

LA INTERACCIÓN OBSERVADA

El puente entre la competencia frente a los objetos y la competencia interactiva, es decir la capacidad del bebé para participar activamente en la interacción social, puede hallarse en el concepto de “zona proximal del desarrollo” de Vigotsky. Esta zona, es la distancia entre el nivel de desarrollo actual, que puede evaluarse según la forma en que el niño resuelva los problemas por sí solo y el nivel de desarrollo potencial, que puede ser determinado mediante la observación de cómo los soluciona cuando se halla asistido por el adulto o colaborando con otros niños.

Un ejemplo es el gesto de apuntar con el dedo y de la comprensión anticipada de la madre que le asigna un sentido al gesto del niño, sentido que secundariamente organiza su simbolización.

En esta zona podrán ejercerse la competencia del bebe y la madre, creando un efecto de reforzamiento mutua en la medida en que uno se asocie con el otro y desorganizando la conducta de ambos cuando no encuentran armonía. A medida que cada uno percibe que controlan mutuamente su estado de emocional, aprenden a conocerse y a influenciarse, dando como resultado una especie de reciprocidad o de interacción afectiva.

La capacidad de la madre para otorgar significado a las conductas de niño mediante la anticipación, parecida a la ilusión anticipatoria, depende en gran medida del preconsciente e inconsciente que la madre asigna a su bebe, no solo como ser vivo y físico, sino al bebé ideal que ocupa su imaginación. Esto nos conduce a la interacción “fantasmática”.

LA INTERACCIÓN FANTASMÁTICA

S. Lébovici, propone un modelo de comprensión que engloba a su vez observaciones directas madre-hijo y el entramado fantasmática intrapsíquico que subyace, organiza y da sentido a esta interacción. Según Lébovici dado que el bebé es una representación de las imágenes parentales y que los objetos internos creados por el niño están modulados por ellos mismos y por las producciones fantasmática de la madre, todos los elementos están bajo el nombre de interacción fantasmática.

Kreisler y Cramer definen a la interacción fantasmática como “ las características de las cataxis recíprocas entre madre e hijo”, es decir ¿qué representa el niño para la madre y viceversa?, ¿qué representa la oralidad?. Se trata por parte del observador de ser consciente de que en la realidad madre-hijo se interfieren varios bebés: bebé real -bebé fantasmática- bebé imaginario, dichas interferencias pueden facilitar o no la educación madre-hijo.

El niño fantasmático corresponde al niño del deseo de maternidad; procediendo de los conflictos libidinales y narcisistas de la madre, es decir, se halla vinculado al conflicto edípo-maternal.

El niño imaginario es decir deseado; se inscribe en la problemática conyugal a la que subyace la vida fantasmática de la madre y el padre.

El niño de la realidad es decir el que interactúa de manera concreta con su bagaje genético y sus competencias especificas, siempre susceptible de entrar en resonancia con la fantasmática maternal. Dicha resonancia puede colmar deseos o por el contrario conformar los temores fantasmáticos y haciendo esto la madre otorgara un sentido preciso a las conductas del bebé y responderá a los comportamientos en función de su supuesto sentido, respuestas que en un segundo tiempo estructurarán por sí mismas las conductas del bebé.

El estudio de las relaciones entre el fantasma del bebe, el bebé imaginario y el que suscita los comportamientos del bebé real permite evaluar el potencial evolutivo de la interacción madre-hijo. Cuando estas relaciones satisfacen los deseos y calma los temores es muy posible que la interacción resulte enriquecedora y estimulante para ambos. Pero si fuera el caso contrario las interacciones se inmovilicen en conductas repetitivas y cada vez más patológicas.

Esta observación teórica no deja de ser importante puesto que nos dirige a la práctica de las terapias madre- bebé, en las que el papel del clínico consistirá en dar sentido al comportamiento observado, mencionarlo y enunciarlo su contenido.

>Marcelli, D. y De Ajuriaguerra, J. (2004, 3°. Ed.) Psicopatología del niño. Cap. 1 Principales fuentes teóricas de la paidopsiquiatría clinica. Masson: Barcelona

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