¿El caos para matar o morir?

(Caso Manuel)

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El Presente artículo esta realizado con base en la tesis realizada por la Lic. Villanueva J., la cual titula “Manuel: matar o morir” en 2018.

El caos: a medio camino a la integración

El infante requiere la ayuda de un self auxiliar quien podrá construir una experiencia de caos o ayuda a la integración psíquica. Al inicio de la vida el caos se entiende como las fallas maternales: la falta de holding y de handling. De presentarse estas fallas se genera, en lugar de una unión en las experiencias de vida, una desintegración.

Por un lado, el niño es incapaz de sostenerse a sí mismo, depende enteramente del otro para cubrir sus necesidades más básicas. Por otro lado, su yo es tan precario que necesita de auxilio para dar sentido a sus experiencias (Villanueva, 2018).

La persistencia de la sombra

La sombra hablada, es un proceso ideal de la madre sobre el cuerpo del infante, ideal que se le demandará ser. Existe antes de que lo conozcan. En otras palabras, es el discurso de la madre acerca del bebé que va a tener, inviste a éste con una carga amorosa narcisista.

Cuando el bebé nace, se contrastará lo real con lo imaginado. La madre puede aferrarse a su deseo y denegar la realidad o aceptar esa diferencia que coloca al hijo como un nuevo ser y no sólo como el fruto de su deseo. Si persiste la sombra a pesar de que la realidad marca con determinación su distanciamiento, se entiende que existe una falta en la represión del deseo de la madre.

Castoriadis-Aulagnier (1975 cit. en Villanueva, 2018) propone que hubo un momento donde se deseó tener un hijo del padre, subrogado finalmente de la madre, y que esto se trasmudó a dar un hijo a un padre y, finalmente, anhelar que su propio hijo se convierta en padre.

El papel del espejo de la madre (Winnicott,1982 cit. en Villanueva, 2018) es la situación donde por primera vez el niño se observa a sí mismo. Encuentra en la mirada materna un reflejo e interpretación de sus experiencias, dándole razón y sentido a sus diversos estados de ánimo, cuestión que lo llevará a estudiar su rostro a manera de concepto, intentando descifrar patrones, para predecir ese cambiante y nada continuo estado de ánimo.

La libido está colocada de una manera narcisista sobre todas las experiencias. Así puede explicarse por qué el niño solo puede verse a sí mismo en el rostro de la madre: todo lo que le acontece es interpretado por él como parte de su propia creación.

Como menciona Villanueva (2018), la violencia primaria, el diálogo entre el discurso de la madre (cargado de fuerzas inconscientes) y el cuerpo del hijo; la demanda que el discurso materno exige al cuerpo de encarnar lo mejor posible su deseo, pero si en las fantasías proyectadas sobre el cuerpo del niño no media represión alguna, terminarán por crear una experiencia de caos.

Con esto entendemos que el mundo interno no se construye a manera de réplica de la realidad objetiva, sino que depende enteramente de las fantasías propias de la fase del desarrollo libidinal y de la capacidad psíquica de los padres.

La unidad o el despedazamiento

Castoriadis-Aulaugnier (1975 cit. en Villanueva, 2018) propone un estado primordial de la psique: el proceso originario. En ese modo de funcionamiento, todo existente es autoengendrado; el placer y el displacer son producto de la propia psique.

Se relaciona con el narcisismo primario, que está presente desde el primer día, y parte de ir integrando las experiencias gratificantes, así como las no gratificantes. El bebé, para defenderse del primer caos, lo hace mediante una fantasía planteada por la madre, ella y su hijo son uno mismo, en conjunto con la sombra hablada, mencionada anteriormente. Como el displacer se empieza a dar desde el nacimiento, esa sombra protege al bebé, establece la fantasía de un ser ya completo; si no hay esta sombra, la psique se va a autoengendrar como un órgano del displacer, de caos, de estar despedazado, de desintegración.

Ahora bien, la concepción de un yo-autoengendrante remite a un yo que conserva para sí ambas pulsiones (de vida y de muerte) y que aún no ha investido los objetos, cuestión que armoniza con el binomio amor-indiferencia del estado narcisista. Estas experiencias autoengendran el aparato psíquico, por lo tanto, las experiencias placenteras ayudan a la integración.

Villanueva (2018) menciona que el modo de inscripción psíquica en este estado es el pictograma. Es el primer registro del cuerpo de la psique; tiene que ver con la sombra, de una relación madre-hijo de esperanza narcisista. Cada experiencia, una vez que ha sido metabolizada, da como resultado un pictograma (imagen de cosa corporal). Los pictogramas están cargados de afecto. Dado que su representación es en el cuerpo, se traducen como sentimientos de incorporación o de rechazo. Con un apropiado cuidado, el incipiente yo incorporará vivencias; con el tiempo experimentará un cuerpo sólido del que se apropiará. Si esto no sucede así la experiencia será de despedazamiento. El pictograma se experimentará como sensación de rechazo. No habrá una de incorporación de las experiencias y estas se vivirán como pedazos separados entre sí.

En la etapa de no diferenciación de yo y del no-yo, la carencia de cuidados suficientemente buenos lleva a proyectar la pulsión de muerte sobre los procesos y funciones del propio cuerpo; se despierta el anhelo por volver al estado de quietud máxima, la muerte; lo que Green (1990 cit. en Villanueva, 2018) llama la expresión pura de la pulsión de muerte.

Esto lleva a la diferencia entre dos tipos de procesos que pueden ocurrir: la privación y la deprivación. El primero de estos se entiende por la falta de cuidados suficientemente buenos por parte de la madre al inicio de la vida, llevando la mayoría de las veces a que el sujeto desarrolle una estructura de tipo psicótica. La deprivación, en cambio, es entendida como el retiro de los cuidados, de la presencia física de la madre, en etapas tempranas del desarrollo, alrededor de los tres años, lo que lleva a que el sujeto presente rasgos antisociales.

Proyecto de vida o niño-cosa

Para que el proceso de libidinización no resulte caótico se requiere que dicho proceso tenga un sentido, es decir que las acciones de la madre provengan de un proyecto de vida para su hijo.

Pero bien puede ocurrir que, en lugar de esto, coloque su propio deseo, no reprimido sobre el hijo. (Castoriadis-Aulagnier, 1975 cit. en Villanueva, 2018). En la primera posibilidad, cada uno de sus cuidados se distingue porque tiene un proyecto, está orientado hacia el futuro de su hijo; en cambio, la madre que solo ve en su hijo su propio deseo intentará controlar su cuerpo como a una máquina, y a cada una de sus funciones, como funciones de esa máquina.

Elaboro:

  • Colín Mendiola Karla Paola
  • Velázquez Neri Estefany

Referencia

Villanueva, J. (2018). “Manuel: matar o morir”. (Tesis de Maestría). Universidad Nacional Autónoma de México, México.

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