Hablemos sobre mamá…

Hernández Sambrano Adriana Yosselin & Velázquez Tolentino Rocío Itzel

Desde tiempos remotos la figura materna juega un papel crucial en el desarrollo de la psique en el niño, sin embargo, te has preguntado ¿Como funciona ese proceso?¿Que papel juega el padre en este desarrollo?¿Que funciones cumplen? etc. Bueno pues comencemos

Para Winnicot, la función de la madre es fungir como un yo auxiliar promotor de la integración del self del bebé, por lo tanto, la integración del yo depende de que el cuidado maternal sea suficientemente bueno. Además, el entorno también representa un componente estructurante en la medida en que este permea una mayor integración y fortaleza del yo.

Es por lo anterior que al estar la madre deprimida, se sumerge en sus propias preocupaciones siendo incapaz de prodigar afecto y atención a sus hijos, en este sentido la madre no enseña amor, porque su retiro libidinal la vuelve inaccesible al niño, quien vive la depresión materna como abandono, siendo estas circunstancias una pauta para algunas tendencias antisociales, es quizás por ello que muchas veces estos niños se vuelven adultos “fríos” y “distantes” es sus posteriores relaciones, pues también se presenta una falla importante en el narcisismo.

Al no presentarse el placer ante los cuidados que puede dar la madre al niño se producen efectos destructivos para la construcción de la psique. De este modo se entiende que es la madre el primer objeto de amor/sexualidad del niño, y el papel que esta juega es crucial para el desarrollo del niño. Sin embargo, el peor escenario del niño es que no exista ninguna figura de restacate.

La madre también cumple una función de sostén, que implica tanto el sostén físico de la vida intrauterina como el cuidado adaptativo del bebé y se relaciona con la identificación y provisión del sentimiento de seguridad y confianza, que se basa en la certeza que obtiene el bebé de su madre de su propia existencia con lo que construye su yo, y le permite mejorar el dominio de los impulsos destructivos y protegerse de ellos el mismo y a los otros.

Por otra parte, la función de manipulación se relaciona con la proporción de cuidado y sostén por parte del ambiente, que contribuye al desarrollo de la unidad psicosomática y la integración del esquema corporal en el bebé, lo que le permite conceptualizar el tiempo y espacio, promover su autocuidado y comprender la relación entre causas y efectos. La madre debe ir desilusionando poco a poco al bebé, para ayudarle a instaurar el principio de realidad, además de presentarle cuidadosamente los objetos, pues una respuesta anticipada e inmediata impide la apropiación del deseo, mientras que la demora excesiva genera desesperación y dolor.

Freud plantea que la atención es una función necesaria para el devenir consciente y el examen de realidad, pues permite dar el paso del proceso primario al proceso secundario. El primero se refiere a que la descarga motriz es inherente al principio de placer, es decir, se busca la satisfacción inmediata, mientras que en el segundo, el yo inhibe y pospone dicha descarga en función de las condiciones del mundo exterior. Es en este segundo proceso, en el que el lenguaje adquiere una función simbólica, pues permite que el pensamiento se haga perceptible y se exteriorice.

El super yo se establece como sucesor interno de los mandatos y salvaguarda parentales, sin embargo, si este es muy severo la pulsión de muerte se vuelve contra uno mismo o dificulta que no se instaure el pensamiento y provoque una falta en la regulación de descarga motriz y dominio de la motilidad. Es importante mencionar que la figura paterna es la representante del orden social, por lo que su ausencia implica una tramitación edípica incompleta y un factor etiológico de psicopatologías. Siguiendo esa idea, Winnicot sostiene que el padre es un soporte fundamental para que la madre despliegue sus funciones.

Así como los padres fungen una función primordial para la estructuración psíquica del niño, también pueden obstaculizar la integración psíquica y generar angustias desgarradoras de indefensión y desamparo. Cuando los padres generan violencia a los hijos, estos no son reconocidos como sujetos de deseo, sino que se ven reducidos a un puro objeto. Esta violencia es una manifestación de la pulsión de muerte cuya función desobjetizante tiene la finalidad de destruir toda expresión de autonomía, anulando a los hijos, enajenando su identidad y singularidad. Para sobrevivir a dicha violencia, los niños pueden refugiarse en la fantasía, aceptar la imposición y someterse a los padres u oponerse a sus padres y sus juicios desvalorizantes; esta última opción representa la oportunidad, en parte, de rescatar la autonomía de su cuerpo y pensamiento.

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