Amancio Ortega, o los doscientos mil Lamborghinis

Carlos Vázquez
Punto y coma
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6 min readSep 8, 2016
Retrato de Amancio Ortega. Fuente.

En el extraño mundo de la bolsa, una «fortuna» es una idea abstracta, maleable, que cambia muy deprisa obedeciendo a ese poema goliardo que lo vuelve todo más épico:

O Fortuna
velut luna,
statu variabilis,
semper crescis
aut decrescis;

«Oh, Fortuna / como la luna / variable de estado, / siempre creces / o decreces».

Es un mundo en que una improbable combinación de acontecimientos puede incrementar lo suficiente el valor de una acción — que antes eran papelitos y ahora, ni eso, sólo unos bits consensuados en una máquina — como para que Amancio Ortega, español de ochenta años, se convierta de improviso en el hombre más rico del mundo. Y que eso no pase sólo una vez, como hace unas horas, sino dos — la primera vez que Ortega superó a Gates fue el año pasado — , es un pequeño milagro, como los del principio de la película Amélie. Pero claro, el vil metal no nos parece tan mágico… Sobre todo cuando lo tiene otro.

¿Dónde lo esconde?

Porque la «fortuna» que tiene Amancio no son monedas de oro guardadas en una cámara gigante como la del Tío Gilito. Ni siquiera forma parte de la masa monetaria, no existe como dinero. Para orientarnos un poco, aunque decimos que Amancio Ortega tiene unos 70.000 millones de dólares, eso no significa que pueda comprar 70.000 millones de artículos en un «todo a un dólar». Lo que significa es que es poseedor de una determinada cantidad de acciones cuyo valor en bolsa combinado asciende a esa cantidad.

¿Representación gráfica de Amancio Ortega? Fuente.

Así que Amancio no puede comprarse los 175.000 Lamborghini Murciélago a que su hipotética fortuna le darían acceso. Para ello, primero tendría que vender sus acciones, todas ellas. La pregunta es, si en la bolsa ven que empiezas a desprenderte como loco de todas tus acciones de la compañía que has fundado, ¿quién va a querer comprártelas — al menos al precio de cotización normal—?

Y tanta gente muriéndose de hambre

No nos confundamos. Si Amancio hubiera sido como el 90 % de los españoles no estaríamos hablando de él. No nos llevaríamos las manos a la cabeza pensando en la cantidad de dinero que tiene y comparándola con el dinero que les falta a tantos otros.

No nos invadiría la rabia de pensar en los impuestos que puede o no estar evadiendo, en las fortunas misteriosas que puede estar escondiendo del fisco en paraísos fiscales — porque estamos convencidos de que esconder, esconde — . No pondríamos una sombra de duda sobre su imagen: «Uno no llega a tan rico sin hacer algo deshonesto».

Porque Ortega tiene el desparpajo de emplear a miles de personas por «poco dinero», especialmente en países del tercer mundo como Bangladesh — dato aparte que no tiene nada que ver: en 9 de los últimos 11 años Bangladesh ha crecido por encima del 6 % — . Sí, es indignante dar trabajo a la gente que más lo necesita por poco dinero; no como la mayoría de españoles, que directamente no ofrecen nada a las trabajadoras de Bangladesh y se comportan, así, de forma totalmente ética.

Pero también nos indigna que, además de ser rico, realice obras de caridad. ¡Caridad! La caridad es un insulto, o así lo percibe una parte de la sociedad — la que no la necesita, se entiende — , para la que el filántropo se ubica así en una posición de superioridad con respecto a sus semejantes. Alguna gente tiene, sencillamente, una dignidad muy fácil de herir.

¡Pero es verdad! Él podría pagar más a sus empleadas, podría dar más dinero a la caridad. ¡Qué leches! Él podría vivir como un monje y dar que todo lo que producen sus empresas a una asamblea del pueblo para que la gaste del mejor modo. Él, él, siempre él, nunca nosotros. Que quede claro.

Cartel contra Inditex. Fuente.

Detrás de cada cartel que reza: «Niñas de 8 años trabajan para Inditex como esclavas. No compres», hay un activista que no les ofrece una solución a esas niñas de 8 años; un activista para el que esas niñas bien podrían no existir. Recordemos que las propias trabajadoras de Bangladesh nos pidieron que compráramos más en Inditex para que ellas pudieran tener más trabajo y ganar más dinero.

Incluso sus detractores lo adoran

Porque en el fondo Ortega puede ser todas las cosas de las que le acusan. Posiblemente habrá tenido fábricas cuasi-ilegales en Galicia, con empleadas pagadas por debajo del SMI. Quizá también las tenga en Bangladesh o la India. Y sí, no os quepa duda, sus trabajadoras reciben mucho menos de lo que nosotros pagamos por esas prendas.

Pero todas estas críticas son vacías cuando se trata de analizar su verdadero impacto en la sociedad; si se trata de una fuerza positiva o de un lastre para el proletariado. Y lo cierto es que esas trabajadoras tan mal pagadas no pudieron elegir opciones mejores porque otros españoles, los que critican a Ortega con tanta dignidad, no se las han ofrecido.

Me temo que quienes tanto critican a Ortega por pagar «poco» a sus empleados creen que de no estar ahí el gallego, esos mismos empleados disfrutarían de mejores y mayores oportunidades en su vida.

Y cuando decimos que el empresario gallego debería dar más dinero a la filantropía, reconocemos que lo necesitamos. Que por fortuna existe este hombre que, ayude más o menos, puede ayudar a quienes sólo reciben dignidad — eso sí, mucha dignidad — por parte de otros.

La miseria de los hombres ricos

Así que Ortega es muy muy muy rico. Para sus detractores el problema parece estar más en que sea posible ser tan rico, que en cómo se ha amasado tal fortuna. Personalmente yo prefiero una sociedad donde alguien pueda volverse muy rico si en el proceso no empobrece a nadie.

Esta óptica distorsionada es producto del mismo «mal» que estos nuevos puritanos encuentran en nuestro modo de vida capitalista: somos demasiado ricos. Nuestra sociedad se ha vuelto tan productiva que el nivel que consideramos «digno» es absurdo. Consideramos que la vivienda — digna, de nuevo el adjetivo — , la salud, la educación y hasta Internet son derechos inalienables al ser humano, pero olvidamos que dichos derechos se conquistaron.

Pero no fue la voluntad de los obreros la que los conquistó, sino el interés de los empresarios y la riqueza que generó.

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Carlos Vázquez trabaja como desarrollador web en Londres. Coautor del libro de relatos Uno más y lo dejo, escribe ficción desde hace más de diez años.

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Carlos Vázquez
Punto y coma

Doctor en Ingeniería Informática; escritor aficionado