6 realidades del trabajador autónomo

Mariana
Punto y coma
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9 min readJun 18, 2016
¡Sí se puede! Fuente.

La imagen que tenía en mi cabeza cuando decidí empezar a trabajar por mi cuenta era pasar mi jornada laboral sentada en cualquier parte de la casa, junto a una taza de café, mientras le daba gracias a la vida por permitirme ser «autónoma». Ya saben, trabajar en pijamas, tener mi propio horario y, lo más importante, ser mi propia jefa.

La realidad, sin embargo, no tardó en presentarse, sobre todo cuando me di cuenta que el único espacio cómodo de la casa era la mesa del comedor —sí, donde también desayunas, almuerzas y cenas—. Pasar ocho horas, por decir un horario regular —aunque bien podían ser más—, en el mismo lugar en el que, además, tenía que hacer mis tres comidas fue la primera alerta. Empecé a extrañar mi casa. Ya saben, el lugar al que llegas luego de un largo día de trabajo. Digamos que trabajar en pijamas fue lo único que pude controlar —y lo único real— de mi nuevo oficio.

Por otro lado, lograr establecer un horario y sobre todo respetarlo, fue lo más difícil —y debo decir que aún lucho con ello—. Sonaba muy bonito al inicio, pero cuando me enteré de que existía algo llamado «impuestos» y lidiar con ellos en nada se parecía a la simple hoja que llenaba el contable de mi madre, empecé a plantearme la idea de ser la empleada de alguien más.

Pero no lo hice. Aún sigo siendo autónoma, uso pijamas todo el día y aunque ya no tanto, sigo trabajando en el mismo lugar en el que desayuno, almuerzo y ceno. Y sí, hay muchas razones, además de las que ya les mencioné, por las que debí desistir de la idea de ser freelance —no tenía compañeros de trabajo, por ejemplo, esos que luego se convierten en los amigos que te acompañan por una cerveza al salir de la oficina—. Entonces, ¿por qué sigo en estas? Porque bueno, hoy por hoy, con todo y sus defectos —y su soledad— ser autónoma me es rentable, me permite trabajar desde cualquier parte del mundo y, con todo y tema de los impuestos, ser mi propia jefa me permite tener el control absoluto de mi trabajo.

Lo único que ha cambiado desde que supe lo que era realmente ser autónoma es que ahora soy una trabajadora independiente con experiencia, me mudé al café de la esquina y, a mi manera, he logrado ordenar mis días para tener también una vida fuera del trabajo. Es posible, como ven, superar todos los pensamientos negativos y todas esas situaciones que se presentan cuando no tienes idea de cómo se es «autónomo». Se supone que sean sus experiencias —todos tenemos nuestras «propias» historias— lo que les enseñe a dirigirse en un futuro. Sin embargo, no veo la necesidad de guardar para mí lo que he aprendido de las mías, así que… aquí vamos. Comparto seis realidades del trabajador autónomo que se pueden —y se deben— superar.

Sí, tienes que salir. Fuente.

Horario

Tiempo para vivir

Por lo regular, no existe. Al menos no el horario estructurado. Ya saben, levantarse a las siete de la mañana, desayunar, empezar a trabajar hasta la hora de almuerzo, y luego trabajar un poco más hasta que llegue la hora de premiarse con una cerveza fuera del espacio de trabajo. Se trata de lo más difícil de establecer cuando trabajas en tu casa. Es decir, lo mismo puedes empezar a las ocho de la mañana, como a las cinco de la tarde, porque claro, no tienes que rendirle cuentas a nadie sobre la hora de entrada o salida.

Tiene sus ventajas, dirán algunos, pero la realidad es que no establecer un buen horario significará no dormir, o dormir muy poco, cuando se acerquen las fechas de entrega. Además —y muy importante— nos quedaremos sin tiempo para invertir en otras actividades que no involucren trabajo —como la idea de la cerveza, por ejemplo—. Se darán cuenta de la importancia —y ventaja— de establecer un horario de trabajo, como todo trabajador no autónomo, cuando empiecen a obligarse a crear lo que temiblemente llaman «rutina». Si bien para las relaciones no es recomendable, un autónomo necesita de ella si quiere que le sobre tiempo para vivir.

«Mátalo —¡así!». Fuente

Cotización

¿Cuánto cuesta mi trabajo?

No lo sabía hasta que tuve mi primera tarea como editora. Recuerdo que cuando me recomendaron cobrar veinte dólares la hora pensé que se habían vuelto locos. ¿Quién me pagaría veinte dólares «la hora» por editar un escrito? Claro, ante la duda —que siempre puede más— me armé de valor y, con mucha vergüenza —que no debí tener— probé decirles mi tarifa para ver qué tal me iba. Y la aceptaron. Luego, he de decirlo, me arrepentí de no haber cobrado un poco más. Veinte dólares la hora no recompensó la cantidad de trabajo que al final resultó.

El «ajústame el precio» también forma parte de mi experiencia como autónoma. Me lo piden con extrema confianza, como si me conocieran de toda la vida y fuera mi obligación hacer «una rebajita». Lo piden así, sin más, como si estuvieran por comprar un bombón en la tienda de su hermano. Las dudas sobre las tarifas, sobre cuánto deben o no cobrar, mejor se resuelven desde el instante en que se empieza a trabajar como autónomo. El trabajo, sea cual sea, merece un respeto. Es nuestro tiempo, es nuestro oficio, y no porque trabajemos en casa, no viajemos en coche y no compremos comida durante el almuerzo quiere decir que no tengamos otras cuentas que pagar. No tengan miedo de fijar una tarifa a su labor y sobre todo, no tengan miedo de cobrarla cuando llega la hora de contestar al «cuánto cobras».

«No lo sé». Fuente.

¿Cuál es mi tarea y con quién trabajaré?

Mejor que no haya duda

Existe. Claro que existe ese cliente que, luego que le entregas tu tarea —o al menos lo que pensabas que «era» tu tarea— te pide que hagas, de paso, «esta otra cosita». En el supermercado no pedirías que te preparen el sándwich «de paso» luego que te despachan el pan y el queso ¿o sí? Bueno, quién sabe… No sé si la comparación es efectiva, pero ya entienden… Dejar claro de antemano cuál es la tarea y por «qué» estarán cobrando exactamente les evitará un que otro dolor de cabeza. Claro, que no les quepa duda, siempre estará el cliente que «olvida» la parte donde le dijiste que tu tarifa solo incluía X cosa.

En caso de que el cliente sea una empresa o más de una persona, es importante que tengan claro con quién trabajarán directamente. En mi caso, ha ocurrido que es complicado trabajar un proyecto en el que se involucra más de una persona. No es que «no» se trabaje con compañías, de hecho, aquí están los clientes más lucrativos, sino que, para que el trabajo sea más efectivo y acelerado, lo ideal es intercambiar ideas y trabajar con la opinión de una sola persona, y no con la de dos o tres.

Hora del contrato. Fuente.

Contrato

Sí, tú

Entre mi primer cliente y yo no hubo contrato de por medio. Fue un acuerdo de palabras y, como consecuencia, recibí mi paga cinco meses después de entregar mi tarea. Si bien intenté que el proyecto fuera organizado —escribía muchos correos electrónicos dejando constancia de cómo trabajaría y cómo sería el progreso— nunca logré obtener respuestas igual de organizadas. Fue por eso que a partir de mi primera «metida de pata» me quedó muy claro que no podía iniciar ningún otro proyecto sin un contrato de por medio.

Hacer un contrato es menos complicado de lo que parece —claro, eso lo aprendí luego—. Es muy importante que todas las cláusulas estén muy claras, eso sí. Al inicio compartía con mis clientes un documento que había redactado con toda la seriedad y formalidad del mundo. Perdía mucho tiempo explicando cómo lo podían firmar electrónicamente para que luego me lo reenviaran, así que decidí facilitarme —y facilitarles— la vida redactando el contrato directamente en el correo electrónico. Les informaba de que estarían recibiendo un correo que fungiría como contrato, que ahí detallaría mi tarea, con quién trabajaría, el coste total de los servicios, mis horarios de trabajo y la fecha de entrega. De esta forma, empecé a recopilar los «acepto todos los términos de este contrato» en mi inbox.

A tiempo, por favor. Fuente.

Fecha de entrega y fines de semana

Mejor que estés a tiempo para esto

Y con el contrato llega el deadline. Bueno, no es que no lo hubiese antes, pero cuando hay un contrato de por medio sientes mayor presión en terminar tu tarea antes de la fecha acordada. Cuando se estipula esta fecha de entrega, es importante que recuerden excluir los fines de semana. Es decir, el periodo laboral será de lunes a viernes, y solo contarán estos días cuando se establezca el tiempo que se trabajará en el proyecto. Aún cuando decidan que quieren adelantar trabajo un sábado, para efecto del cliente solo trabajarán los días de semana ¿Por qué excluir el sábado y el domingo? Porque de esta forma el cliente se entera que tienes vida y que, como toda empresa, no contestarás el teléfono los fines de semana.

Suena un poco malévolo, sobre todo cuando lo hacemos premeditado. Sin embargo, con esto solo se pretende que tomen en serio nuestro trabajo y que nos vean como un profesional que trabaja responsablemente los días de semana, y descansa, como todo humano debería, los fines de semana. Claro, para que en realidad no tengas que trabajar sábado ni domingo, mejor te aseguras que todo está en orden con tu horario y que la fecha de entrega no es una amenaza.

Lejos, muy lejos. Fuente.

¿Dónde trabajamos?

Fuera de la casa, por favor

Por último, trabajar todos los días en la mesa del comedor, como ya verán, no es buena idea. Aunque suene irónico, es muy agotador. Te cansas… claro que te cansas de estar en tu casa todo el día y de no charlar con nadie — a menos que seas un ermitaño sin remedio, claro—. En muchas ciudades existen los llamados «espacio de coworkers» en los que se puede pagar una mensualidad —o bien un día— y se puede ir a esa oficina y compartir un espacio con otro autónomo que seguramente está igual de cansado de su mesa del comedor. En Nueva York —como es mi caso—, es mejor que opten por una cafetería. El coste por un pequeño espacio en un escritorio es un poco… ¿ridículo? Pero los cafés, a Dios gracias, ya se han convertido prácticamente en un espacio de trabajo compartido relativamente barato —depende de cuánto comas, claro—. Ahí pueden ir a pasar un rato, y mientras toman café —y trabajan, sobre todo— pueden observar cómo la vida los rodea de otros autónomos igual de solitarios.

«¡Pues sí!». Fuente

Y ya. Como ven, la realidad del autónomo es muy diferente cuando se está adentro. Hay muchos detalles que no se conocen, o que inicialmente dejamos pasar de largo, y que poco a poco tenemos que ordenar para poder sobrevivir. Pero vale la pena. Ser trabajador autónomo, con todos sus defectos, vale la pena y es posible. ¿Qué no se puede arreglar con un poco de orden y echándole muchas ganas? Que la experiencia, el optimismo y el buen humor los acompañe en el camino… ¡Claro que podemos!

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Mariana González (@MarianaGlez8) es editora autónoma. Es natural de Puerto Rico pero a día de hoy escribe desde cualquier café de Nueva York.

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Mariana
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Editora, de profesión y por necesidad (y siempre en el café más cercano)