Bestia despierta a bestia

Pablo Aguirre Herráinz
Punto y coma
Published in
5 min readNov 18, 2015

Diversas personalidades del mundo de la “acultura”, políticos y particulares varios, nos están vendiendo la idea de que el atentado de París debe servirnos para romper la placenta del bello sueño occidental de paz y felicidad. “Hay guerras”, nos dicen, “y lo quieras o no, están llamando a tu puerta”. No hay que ser un lince para concluir que se nos está invitando a armarnos y a tomar partido, si no frente a una invasión, sí frente a una guerra defensiva (¿pero no son sinónimos?). Por supuesto, los dirigentes de la talla de Hollande ya no se limitan a insinuar este tipo de cosas sino que directamente nos las arrojan al oído como si nos encontrásemos en mitad de una peli de Van Damme. Por si había alguna duda.

A los progres los vas a ver venir ahora con la tontería de la paz”, se aclara también en algún foro de patriotas de cubata. “Habrá que protegerles de sí mismos”, concluyen unos y otros (¡qué remedio!), porque quienes a partir del 13 de noviembre del 2015 no estemos a favor del destete de la guerra nos espera una larga siesta paternalista. “Shhh. Calla, bonito, que ahora no es tu turno de hablar”. ¿Quién tiene la palabra, entonces? Pues quién la va a tener, los realistas de siempre (pragmáticos, que no monárquicos); los que, según autoproclaman, no temen mancharse las manos si hace falta (manchárselas de tinta y de grasa, que no de sangre, pues para manipular presupuestos militares y pilotar drones no hace falta más). Si este es un panorama probable para todos los que no estamos a favor de la americanada que se nos viene encima, porque no encuentro un término mejor para definir lo que ya se está construyendo, ¿qué nos queda por hacer a nosotros los espectadores incómodos?

Nos queda la posibilidad de convertir la pataleta en guerra abierta, pero incruenta. Guerra interna contra los exaltados, por un lado, y guerra externa contra los desmanes de una política internacional descaradamente abusona. Guerra de votos y de elecciones, para poder permitirnos un respiro entre el categórico binomio que nos lanzan como un anzuelo: “¿estás con la civilización o con la barbarie?”, y, por último, guerra de significados. Que no nos metan el gol del “realismo” aquellos que sí que han estado viviendo en la placenta del “por ahora todo va bien… aquí”. Que los “patriotas” que hacen mutis a la hora de cumplir con el fisco no nos calienten la cabeza sobre la legítima defensa de unos valores que cuando les viene bien son inclusivos y cuando no exclusivos (ya nos han hecho creer que la crisis es de todos y que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que no nos cuelen ahora que la guerra también es de todos y que hemos matado por debajo de nuestras necesidades).

Por encima de las experiencias trágicas y de los traumas personales (en este sentido, léase el testimonio de Isobel Bowery), París nos duele porque no estamos acostumbrados a que nos golpeen así en la cara: ni en la mejilla de todos los días ni en la otra, la cristiana, cuya carencia reprochamos al rostro islámico sin haber abierto el Corán en la vida (o es la Biblia la que no hemos abierto, o sendos libros). Otros: kenianos, palestinos, iraquíes, libaneses, etc., saben que el sufrimiento se ha de llevar en silencio si eres pobre, pero nosotros somos VIP ya desde la casilla de salida y nos cobramos muy caro cada revés (unos cuantos kilotones por víctima). Ser superpotencias en casi todo, desde el refinamiento a la muerte teledirigida, es lo que tiene. No solo nos creemos más merecedores de estima en términos absolutos y reservamos toda la piedad para nosotros, sino que además sabemos que si el respeto no “nace” se hace, y para ello tenemos todo tipo de subterfugios, narrativas y países-títere. Si no somos considerados terroristas de largo alcance es tan solo porque atentamos primero contra los diccionarios.

Fuente: https://syrianfreepress.wordpress.com/2015/02/08/report-42142/

Ni que decir tiene que el mundo musulmán y árabe también tienen mucho con lo que lidiar, y que ante los terroristas de ISIS no cabe raciocinio alguno (si aparecen por tu puerta definitivamente no, no han venido a charlar), pero, ¿sabéis cuál es a mi juicio la diferencia entre ellos –los orientales — y nosotros –los occidentales? Que ellos ya están lidiando con ese algo desde hace bastantes telediarios. No marean la perdiz con placenta alguna. Para ellos el fin de la historia y ese estado de cosas de atemporalidad benéfica nuestra (todo les iba bien a las clases medio-altas “civilizadas”) es un cuento a la sazón euroamericano. Están como estábamos nosotros en medio de la vía el pasado siglo; pendientes de si el tren del progreso, la democracia y la estabilidad, los arrolla o los relanza Dios sabe dónde.

Que nadie me malinterprete, estas gentes tienen sus más y sus menos, claro, con sus dictadores, su núcleo duro de países verdaderamente extremistas (y ricos para lo que quieren, como Arabia Saudí), sus contradicciones y sus sociedades civiles a veces brutalizadas o narcotizadas hasta la inacción por conflictos endémicos, pero hay que reconocer que por cada mártir que conceden al islamismo radical ponen a varios ciudadanos propios en sus fauces y aún tienen tiempo de resistirse. Creo que les compadecemos más que lo que ellos se compadecen a sí mismos, y eso que a diferencia de nosotros durante nuestra era moderna, ellos no tienen la oportunidad de sacarse las castañas del fuego sin que el vecino de enfrente (esto es, nosotros de nuevo) venga a incordiar. Así que no, la pelota grande está en nuestro tejado y en el de los demás nuestras bombas.

¿Resultado? Bestia despierta a bestia. Y nosotros, ¿despertamos?

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Pablo Aguirre Herráinz es escritor nocturno y doctorando diurno. Actualmente centra su trabajo universitario en el estudio del difícil retorno desde el exilio republicano a España (años 1945–1985), a lo que se suman afanes muy profanos sobre temas de literatura histórica y actualidad obsoleta (guerras mundiales, etc.).

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