¿Cómo de medieval es la guerra de Juego de Tronos?

Pablo Aguirre Herráinz
Punto y coma
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11 min readJul 5, 2016
Los caballeros del Valle haciendo lo que mejor saben: pisotear infantería. Fuente.

Antes de empezar hagamos una aclaración: Juego de Tronos no puede ofrecer una representación inexacta de la guerra medieval porque, ante todo, es una ficción. Y como ficción que es aspira a entretenernos y no a ilustrarnos sobre cómo era tal o cual tiempo pretérito. Además que la última vez que comprobé mis manuales sobre la Europa del siglo XIII los caminantes blancos aún no habían hecho aparición y los únicos dragones que ondeaban en el cielo eran heráldicos. Por eso, que nadie se tome muy en serio esta diatriba que también tiene mucho de ficción en sí misma y en los conocimientos de quien la escribe, lo que no quita para que pueda resultar entretenida.

Y recuerda, lector, «no sabes nada» y esta publicación es oscura y alberga algún horror o dos. ¡Disfrútalos!

Algunos consiguen sus ejércitos con más facilidad que otros. Fuente.

Movilizar ejércitos es esencialmente caro, pero ante todo lento. Desde que se hace un llamamiento hasta que se reúne a la fuerza convocada pueden transcurrir meses. En el universo de Juego de Tronos por el momento no han tenido que prevenirse seriamente ante ningún invierno (aunque eso va a cambiar), pero debemos pensar que los ciclos estacionales determinan también cuándo se guerrea y cuándo no. Además, no importa cuántos juramentos presten los hombres de armas a sus señores o cuántas obligaciones se ciernan sobre las levas de gentes sencillas: a quien combate hay que pagarle, bien sea a través de gracias (tierras, feudos, derechos) o de dinero contante y sonante (la soldada). Si el dinero se acaba con él se acaban también las ganas de pelear, y si una campaña dura demasiado, más de lo mismo: los contingentes se disuelven como un azucarillo en café recién hecho. Es decir, que los soldados, que rara vez son profesionales (permanentes), cogen sus cosas y se van.

«[…] dos pueden pelear aunque uno no quiera, pero no se dan leña en el campo del honor si uno rehúsa personarse en aquel»

Los ejércitos históricos tampoco podían permitirse librar de continuo batallas multitudinarias como las que vemos en la serie. Es más, por lo general este tipo de enfrentamiento era reservado para circunstancias extraordinarias, golpes de efecto dados por generales demasiado desesperados (o intrépidos) como para llevar a cabo un tipo de campaña más cautelosa o convencional. Es más, si repasamos la historia de la guerra bajomedieval (pues es, salvo por la ausencia de artillería, la más cercana al tipo de refriega que se hace en Westeros), por cada batalla campal encontraremos decenas de asedios y escaramuzas menores. Un esfuerzo de destrucción muy selectivo y a menudo conservador, que buscaba ante todo socavar la base económica del contrario mientras el agresor se lucraba a base del expolio resultante. Además, dos pueden pelear aunque uno no quiera, pero no se dan leña en el campo del honor si uno rehúsa personarse en aquel. O en otras palabras: en la historia hay más sir Gregor Clegane y menos Ned Stark.

Una excelente manera de perder guerras es empezarlas en (o prolongarlas hasta) invierno. Fuente.

Cualquier fuerza militar en campaña se informa concienzudamente de lo que pasa a su alrededor, en especial si está aposentada o espera un ataque. A esto se le llama «atalayar» y sirve, entre otras cosas, para evitar que los «caballeros del Valle» pillen a tus hombres por la espalda (como le pasa a Ramsay Bolton en un inclemente golpe de guión). Además, no solo hay que movilizar una tropa de combate y ya está, sino verdaderos contingentes de no combatientes y auxiliares. Gentes que se dediquen, entre otras cosas, a suministrar alimento (adelantándose al ejército días si hace falta para negociar o requisar provisiones), a explorar, a hacer las vías practicables (quebrar peñas, adobar sendas…), a reclutar nuevos brazos, comprobar el estado de las nieves (si las hay), localizar fuentes de agua, transportar todo aquello que requiere el soldado de a pie (desde material de asedio hasta ladrillos para improvisar hornos en los que cocer pan —si no hay poblaciones en las inmediaciones—) y, no menos importante, asegurar cada kilómetro avanzado a fin de que las líneas de suministros no peligren o sean interceptadas.

«La guerra medieval es así de caprichosa, lo único que no te pille en medio»

A menudo, a estos «ejércitos de brazos» les siguen otros de pies inquietos. Prostitutas, mercachifles, prófugos, peregrinos, fanáticos, y una larga estela de bocas hambrientas y estómagos rebeldes pueden aparecer a la cola de una mesnada (lo que no significa que puedan mezclarse con ella a su antojo: la vida militar medieval, como todo lo que exige un mínimo de disciplina y precisión, está convenientemente reglamentada). Un detalle interesante a este respecto es que no pocas mujeres acompañan a los ejércitos y los asisten en cuestiones de toda índole (desde remendar una librea a cocinar un estofado denso y otras cosas más íntimas), participando en la defensa de sus hogares si estos sufren asedio. Más de un general ha muerto porque un grupo de mujeres le entronizaron un sillar de piedra desde lo alto de una muralla.

También los ejércitos pueden provocar a su paso otros tipo de desplazamientos forzosos que hoy conocemos muy bien: el de los refugiados. Refugiados que se salvaguardan en las fortalezas o torreones cercanos, pues sus señores están en teoría obligados a protegerlos, que ven impotentes cómo sus humildes granjas son pasto del fuego y repiten desconsolados: «Pues no hay más tierras en el año bueno que en el malo». Otras veces, sin embargo, los civiles no corren tanto peligro y pueden permanecer en sus hogares mientras los ejércitos resuelven sus disputas en un altozano cercano. La guerra medieval es así de caprichosa, lo único que no te pille en medio.

La caballería tiene que tener cuidado con este tipo de aproximaciones porque si no rompe, se rompe. Fuente.

Si hay algo que escasea en Juegos de Tronos son ciudades y mercenarios. Otra vez un punto nodal en la guerra medieval avanzada. Las ciudades dinamizaban los ejércitos tradicionales con otro tipo de escuadras más ligeras que las señoriales o reales (que son básicamente el 90% de las que vemos en la serie), pero a cambio exigían a los monarcas estatutos que les garantizaran mayor libertad y autogobierno. También faltarían días para hablar del papel de las órdenes militares en la Europa plenomedieval, otro elemento que no se ve a menudo por las tierras de los «Primeros Hombres y los ándalos».

En cuanto a los mercenarios, es verdad que, como se suele decir, «vendían su espada al mejor postor», pero no debemos por ello pensar que fueran menos confiables que el resto de fuerzas contendientes. Esto no se debe tanto a que se haya exagerado la deslealtad de estos soldados de fortuna, sino a que ese ha silenciado sistemáticamente la recurrente felonía entre el resto de tropas. Pensemos en los mercenarios como en combatientes especializados, a menudos procedentes de la baja nobleza y, si se me permite la expresión, «exmilitares» regulares devenidos entrepreneurs, con muy buena idea del oficio, equipo propio e ideas sugerentes sobre cómo guerrear de manera novedosa. Es decir, algo más sofisticado (aunque no más efectivo) que las tribus de las colinas «contratadas» por Tyrion en la primera temporada.

Shagga el emprendedor. ¿Qué fue de él? Tal vez lo frieron a impuestos una vez se hizo con el valle de Arryn. Fuente.

¿Y qué decir de los «cuerpos» del ejército medieval? Existe un enconado debate entre si la reina de la batalla era realmente la caballería o si esto es un mito y la infantería dominaba el campo. Y por supuesto está luego la imagen que nos han proporcionado batallas como la de Agincourt en plena Guerra de los Cien Años (junto con la Guerra de las Dos Rosas, un buen referente para Juego de Tronos —como el propio Martin ha reconocido—), según la cual donde haya un buen puñado de arqueros ingleses que se quite todo lo demás. Pues bien, la verdad está, además de «ahí fuera», en medio. En los reinos cristianos peninsulares la caballería ligera terminó imponiéndose a la pesada de origen francés, la infantería se generalizó aunque sin llegar por ello a sustituir al combatiente a caballo (esencial por su movilidad tanto para controlar el territorio aledaño al castillo en la guerra como en la paz); el ballestero, más fácil de entrenar que el arquero, sustituyó a aquel en no pocos ejércitos, mientras que otros obraron a la inversa... Y luego, a la hora de la acción, la táctica, la suerte y las circunstancias de cada encuentro decidían quién se imponía a quién.

Es decir, el «piedra, papel o tijera» es cosa de los juegos de ordenador. Sí que podríamos apuntar varias ideas que circulan entre los expertos en la materia, como es el hecho de que la caballería no se pasaba todo el día cargando frontalmente, sino más bien hostigando (hay quien sostiene que resulta dudoso que un contingente de caballería cargara a otro por la sencilla razón de que eso era un suicidio colectivo), y que muchos caballeros no solo estaban entrenados para luchar desmontados sino que optaban por ello de manera habitual. Es decir, que en vez de cargar a los lanceros de Ramsay por la espalda a todo trote (¿y luego qué?, ¿te tiras encima del «pueblo libre», te quedas en tu caballo rodeado de siete lanceros?), te aproximas a ellos, desmontas y, con más control sobre tu exposición y tu vida, los aprisionas en una pinza mortal.

Un punto a favor de esta escena es que no todo el campo está cubierto de las manidas lanzas y espadas clavadas en el suelo. Fuente.

No podemos terminar sin hablar de la letalidad de la guerra medieval en contraposición a la guerra «tronera». En este sentido, y basándome en lo que he leído, me gustaría señalar que sí, que Juego de Tronos exagera y que en realidad la gente no se mataba ni tan rápido ni con tanto ahínco como lo hacen en esos 50 minutos de serie con los que nos traumatizamos cada semana. Pero en parte mentiría.

Es verdad que Juego de Tronos se esfuerza cada vez menos por mostrarnos las más que plausibles limitaciones de un combate cuerpo a cuerpo en el que no se podría trocear al contrario como si fuera una tarta (que diría sir Barristan). Es verdad que el mata-mata es muy rápido, que nadie se cansa o tiene problemas para identificar quién es amigo y enemigo en la refriega (ayuda mucho que en cada bando vistan todos igual, un privilegio que no disfrutaban los guerreros de entonces) y, por último, no es menos cierto que se abusa de aquello de «luchar hasta el último hombre». Pero al final acertaríamos si dijéramos que antes o después y en este oficio, tanto en un mundo como en otro, «valar morghulis».

Como vemos en esta imagen (detalle de la Biblia de Maciejowski, circa 1250 d.C.), finuras en la guerra medieval las justas. Fuente.

Leo en los libros que aparecen más abajo porcentajes de mortandad para la batalla medieval que se estiman entre el 20 y el 50%, lo cual no es ninguna tontería (la variación depende, y mucho, de si has ganado o perdido el encuentro, porque decenas mueren mientras tratan de huir). También está la historia sembrada de ejecuciones multitudinarias de prisioneros que harían relamerse a sir Ilyn Payne, aunque cabe decir que estos excesos los decidían por lo general los reyes en función de su utilidad propagandística. A las personas de noble cuna tampoco se las podía matar así como así, pues no solo perdías la fortuna que podía suponer un rescate a tiempo, sino que quebrabas no pocas normas «de etiqueta». Aunque tampoco conviene obsesionarse con esto de los códigos caballerescos: se respetaban tanto como hoy las convenciones de Ginebra o los mandatos de paz de la ONU. Hablando ya de muertes lentas, las heridas provocadas por cualquier tipo de arma cuerpo a cuerpo se infectaban con extremada facilidad y como se ha repetido hasta la saciedad, las enfermedades, más que las espadas, firmaban más veces que menos el acta de defunción del soldado de a pie.

«Porque esa es la gran obsesión de Juego de Tronos y su dichoso ajedrez: matar y morir, y la historia nos demuestra que esta no era la prioridad de nuestros antepasados»

Es decir, que entonces Juego de Tronos es realista en cómo representa la brutalidad medieval, ¿no? Pues tampoco. Ya hemos dicho más arriba que los ejércitos rara vez se enfrentaban del modo en que lo hacen en la serie. Reforcemos esa idea subrayando que en la mayoría de las guerras de media o baja intensidad (las más frecuentes), las tropas tenían ante todo una labor intimidatoria y disuasoria. Se tentaban entre sí y golpeaban de manera calculada, buscando como grupo lo mismo que buscamos como individuos: no comprometer nuestra propia existencia, pues tanto el caballero noble como el ballestero villano tenían un papel que cumplir al terminar la movilización (desde recoger una cosecha, el segundo, a recaudarla, el primero), y difícilmente podían cumplirla si estaban muertos. Porque esa es la gran obsesión de Juego de Tronos y su dichoso ajedrez: matar y morir, y la historia nos demuestra que esta no era la prioridad de nuestros antepasados.

Eso sí, les hubiera encantado la serie, aunque hubieran encontrado nuestra representación de su mundo, o la parte del show que se inspira en él, delirante: muy pocos tintoreros de la época podían conseguir los azules que vemos en las túnicas de Desembarco de Rey. Eso, sin lugar a dudas, sí que es ciencia ficción medieval de la buena.

Bibliografía:

  • John Keegan, El rostro de la batalla, Madrid, Turner, 2013.
  • Fernando Castillo Cáceres, Un torneo interminable. La guerra en Castilla en el siglo XV, Madrid, Sílex, 2014.
  • Maurice Keen, La caballería, Barcelona, Ariel, 2008.
  • Sean McGlynn, By Sword and Fire: Cruelty and Atrocity in Medieval Warfare, London, Phoenix, 2009.

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Pablo Aguirre Herráinz es escritor nocturno y doctorando diurno. Actualmente centra su trabajo universitario en el estudio del difícil retorno desde el exilio republicano a España (años 1945–1985), a lo que se suman afanes muy profanos sobre temas de literatura histórica y actualidad obsoleta (guerras mundiales, etc.).

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