Carta de Bogotá

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Punto y coma
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9 min readJun 27, 2016
La Habana, Cuba , jueves, 23 de junio de 2016. Fuente

En medio de la euforia viral de las redes sociales y los medios de comunicación, saturado con mensajes esperanzadores que rayan en la ingenuidad, el tono propagandístico y cierto aire carnavalesco con nota de despecho por la eliminación de la selección en la Copa América, Colombia celebra que su gobierno y la otrora insurgencia de las FARC hayan firmado un cese al fuego que aceleraría la ejecución de un acuerdo de paz que pondría fin a una de nuestras violencias más antiguas: 60 años de vida y millones de muertos diseminados a lo largo del territorio.

Escribir sobre esto no es fácil. La paz tiene varios emisarios con sus respectivas pretensiones de verdad sobre lo que dicen y lo que hacen, que se interpelan mutuamente y generan ese entorno sobre el que debatimos con tanta frecuencia como sobre el fútbol y otros temas.

Con el objeto de hacer más claro el campo esbozaremos a los actores del conflicto que hoy, en apariencia, concluye. Hay uno, el de los violentólogos, gurúes pertrechados en la academia (o que han ejercido labores de mediación con la guerrilla) que, a la manera de una caja de herramientas, tienen una respuesta apropiada para todo lo que acontece en el conflicto; hay otro, que ocupa la mastodóntica propaganda oficial, cuyo funcionamiento está centrado en garantizar la escritura en letras de molde del logro presidencial de Juan Manuel Santos de traer paz al precio que cueste a la nación; la oposición de la ultraderecha también tiene uno que consiste en señalar las incongruencias del proceso con el objetivo claro de obtener réditos políticos de él; y el último, el de una ciudadanía dispersa que hace de caja de resonancia a todo lo que dicen los anteriores, a veces siendo idiota útil en la estigmatización política de los bandos implicados en la guerra.

El secretariado de las FARC. Fuente

La guerra en Colombia fue rural antes que urbana. Su origen es rastreable desde el origen de la República: la inequitativa distribución de la tierra en un país de marcado carácter centralista. Este problema es central en un país que olvidó su origen rural. Grandes extensiones de baldíos inútiles en poder de latifundistas con apellidos de blasones coloniales son los causantes del desplazamiento de masas poblacionales hacia las nacientes ciudades del siglo XX.

Los ciudadanos de hoy tenemos ancestros étnicamente diversos (afros, mestizos, zambos, posteriormente inmigrantes árabes) que recorrieron el país en busca de tierra para vivir y crecer durante el siglo XIX. Afectados por la violencia y la usura de los latifundistas, se insiliaron con el claro objetivo de poner a salvo su descendencia. El desplazamiento forzado es una constante en las violencias de la historia: tanto interno como externo, los colombianos han recorrido el país o han cruzado sus fronteras huyendo del oprobio.

El primer motivo de la guerrilla fue la tierra.

La silla vacía de Marulanda. Fuente

El menospreciado discurso de Manuel Marulanda en la apertura de los diálogos durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998–2002) hacía referencia a promesas incumplidas, a usurpaciones y a la pérdida de una paz bucólica.

Marulanda, joven. Fuente

Marulanda, campesino, se alzó en armas cuando tuvo que huir de su parcela por el incremento de las acciones de los pájaros (asesinos de ideología conservadora que recorrían los campos del país matando liberales). La proto-guerrilla de la década del cincuenta era de corte liberal, campesina, con la demanda de una reforma agraria.

Foto de la toma de Marquetalia. Fuente

Pero el bombardeo a Marquetalia (1964) fortaleció moralmente a la organización insurgente. Coincidió el momento histórico con la transformación ideológica inspirada en el marxismo-leninismo y la exportación del modelo socialista cubano a América Latina gracias a la mediación de intelectuales que consideraron la posibilidad de alcanzar el poder por la fuerza de las armas.

La gran novela latinoamericana del presente debe considerar la potencia de los movimientos sociales de los treinta años que siguieron a la Revolución Cubana y su influencia en las sublevaciones campesinas y urbanas del subcontinente. Colombia vivió el amanecer de la revolución con movimientos guerrilleros que, al tiempo que infiltraron el establecimiento, se expandieron por los territorios de los otrora latifundistas, devenidos ahora en políticos y banqueros pertrechados en la capital.

Fue la desconexión del estado con el campo lo que permitió que las guerrillas hicieran vínculo con la población campesina. Una de las preocupaciones que surgen a menudo en las discusiones acerca de la llegada del Posconflicto (nunca antes un colombianismo tan acertado para describir el país de Jauja que queremos después de la firma de los acuerdos) es la de ofrecer oportunidades reales a esa masa de combatientes para evitar lo que ocurrió con el fenómeno del paramilitarismo de derecha: la proliferación de Bacrim (otro colombianismo, esta vez en forma de contracción: bandas criminales) en las ciudades del país. Pero el motivo de la reforma agraria pronto derivó en intereses expansionistas de las guerrillas al hacer presencia en un considerable porcentaje del territorio colombiano durante la década del ochenta. En este periodo, la toma de las ciudades apareció como prioridad para los insurgentes.

Movimiento 19 de abril M19. Fuente

Las células urbanas, junto con la espectacularidad de sus actos, era el pan de cada día para los que nacimos en los setenta. Los guerrilleros urbanos, figuras destacadas de la intelectualidad y de la élite que le dieron la espalda a su destino para abrazar las causas de la izquierda de la época, aunaban glamour e ingenuidad a mares. Lo que les ganó la simpatía del público de las ciudades que aplaudía cada acto de despojo como propio. El estado, tirano; los guerrilleros, la rebeldía y la revolución.

La expansión territorial en el campo y en las goteras de las ciudades, los golpes consecutivos a los gobiernos de turno y el crecimiento del narcotráfico entre los setenta y los ochenta (elemento explosivo que le permitió a la guerrilla incrementar sus finanzas) hacían pensar que ocurriría un cambio definitivo para el establecimiento. Para muchos, el sueño de lograr el poder por las armas era, si no realizable en su totalidad, un logro político factible.

Pero fue precisamente la alianza con el narcotráfico lo que transformó la percepción de la ciudadanía en relación con la guerrilla.

La toma del Palacio de Justicia. Fuente

Si existió una época de terror relacionada con un conflicto a escala fue durante el surgimiento y la consolidación de los dos grandes carteles del narcotráfico en Colombia. Figuras emblemáticas como Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha o Carlos Lehder aún resuenan en la psique nacional como un conflicto no resuelto. La infiltración del narco fue más potente que el escalamiento de la guerrilla debido a la corrupción económica que causaron los miles de millones de dólares que ingresaron al país durante la bonanza marimbera. Cuando los capos, traicionados por el establecimiento (que primero los abrazó y luego los denunció públicamente aupados por la DEA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos) afirmaron «preferir una tumba en Colombia, antes que una cárcel en los Estados Unidos», la alianza con la guerrilla estaba formalizada y tenía un único enemigo al cual desestabilizar: el estado colombiano.

Atentado al Departamento Administrativo de Seguridad DAS 1989. Fuente

Todas las formas de lucha derivaron en un error estratégico para las guerrillas y, paradójicamente, en la apertura de una solución al conflicto. Por torpeza y por desconexión con la realidad, las dos grandes guerrillas del país (FARC y ELN) perdieron contacto con la ciudadanía al incrementar las retenciones ilegales y elegir el camino del narcotráfico para financiar su infraestructura. Pero lo anterior no sólo fue caldo de cultivo para que la guerrilla fuera alejándose del imaginario de bandidos e intelectuales proletarios alzados en armas, también lo fue el ejercicio geopolítico del Plan Colombia, implementado por el gobierno de Andrés Pastrana y concluido hace poco por el gobierno Santos en medio de las conversaciones de La Habana.

Hoy, después de 60 años y varias generaciones perdidas, el gobierno colombiano y las FARC acuerdan un cese al fuego definitivo con la intención de cerrar un pacto de desmovilización de la guerrilla más antigua del continente.

Las casi dos décadas de este siglo han visto el recrudecimiento de varios conflictos en este país. Pero también su mutación en otros que son más complejos que los anteriores. Ahora el crimen es el vector que combate policía y ejército. Las estructuras de las Bacrim son herencia del paramilitarismo de la ultraderecha, consolidado en los noventa como una contraguerrilla que protegió los intereses de hacendados y latifundistas. Actuando como franquicias, importan su modelo de negocio a otros países de la región, han logrado construir escenarios de terror (las casas de pique, por ejemplo) y matrices de opinión que funcionan como caja de resonancia de actores que consideran que las negociaciones en La Habana son una concesión de un sector del establecimiento a una guerrilla narcoterrorista.

Enfrente, las FARC han sufrido golpes importantes que han diezmado su capacidad de acción. Como resultado de acciones militares sofisticadas, algunos de sus líderes han sido dados de baja en países vecinos, lo que contribuyó a dar luz sobre las alianzas que la guerrilla ha construido con mandatarios simpatizantes del matiz ideológico de su discurso. Pero también para dar cuenta de formas globales de combatir la insurgencia, ahora enmarcada en la lucha contra el terrorismo promovida por Occidente.

Pdte Santos, Pdte Castro y Timochenko en los primeros anuncios de los diálogos. Fuente

Mucha agua ha corrido desde el momento en que los pájaros salieron a sembrar con sangre los campos colombianos. A pesar de una desconfianza muy alta que la ciudadanía tiene sobre los Diálogos, es urgente que reconozcamos en éstos un momento único para aprender del pasado y construir un debate que nos fortalezca como nación. No es sólo urgente sino también imperioso: la ultraderecha tiene una agenda de nación que pasa por alto muchos de los logros alcanzados por una ciudadanía que, cuando actúa de manera compacta en la acción pero diversa en sus argumentos, emerge como un actor independiente tanto de las guerrillas como del establecimiento. Hay mucho que aplaudir en el gesto del jueves entre el Presidente y Timochenko, pero más allá del protocolo y la diplomacia, hay un escenario en el que debemos aportar: en la construcción de una nación fraterna, sin violencias y orientada hacia el reconocimiento de su propia modernidad.

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0hd es Héctor Delgado (@cerohd), Licenciado en Filología que escribe un proyecto denominado #52semanas. En paralelo, aglutina imágenes en Instagram bajo #366cerohd.

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