El excepcionalismo político

Rafa Zamorano
Punto y coma
Published in
4 min readJun 10, 2016

Está muy «de moda» esto de buscar trabajo en España. Y nos bombardean desde todas partes — televisión, internet, profesores, padres, tíos, amigos, gente del bar — con aquello de la formación, los estudios, las habilidades y todo esto. Al final siempre acaba saliendo un tema que todo el mundo cree importantísimo: el inglés. ¿Que por qué es importante? Muy sencillo: porque el inglés hace falta para casi cualquier trabajo hoy en día. En un mundo tan global como este en el que vivimos, poder comunicarse con los clientes (o con la audiencia) es vital.

¿Por qué, entonces, se siguen dando escenas como el famoso «relaxing cup of café con leche» de Ana Botella o el menos famoso — pero igual de vergonzoso — «it’s very difficult todo esto» de nuestro presidente en funciones, Mariano Rajoy?

Rajoy, en un breve intercambio con el primer ministro británico, David Cameron. Via LaSexta y YouTube.

Esto, cuando uno piensa con detenimiento, es chocante. Lo pongamos como lo pongamos, un presidente del gobierno deberá — en muchas ocasiones — comunicarse con mandatarios, oficiales o simplemente personas extranjeras; de hecho, es una parte fundamental de su trabajo. España pertenece a la ONU, a la OTAN o a la Unión Europea y está en constantes negociaciones con sus vecinos en materias de comercio, seguridad, inmigración o empleo, por decir unas cuantas. ¿Cómo puede ser que el primer requisito para que alguien sea presidente del gobierno no sea, entonces, que pueda comunicarse en inglés con sus interlocutores? ¿No debería ser ese un criterio indispensable, aunque sea por consideraciones de educación? ¿No sería más útil también en cualquier negociación poder hablar de tú a tú con los de enfrente?

Pues no, no lo consideramos un requisito, ni nada que se le asemeje. Por algún motivo, en España pensamos que los políticos no deben rendirnos cuentas de la misma manera que el operario de Jazztel que nos llama a la hora de la siesta, el camarero que nos trae la comida fría o el trabajador de banco que no puede darnos el dichoso papelito firmado que necesitamos. De la misma manera, no creemos que haga falta que cumplan requisitos considerados básicos en profesiones mucho menos «exigentes», sea como sea que cada uno defina «exigencia». Esto es todo parte de una mentalidad que exime a nuestros dirigentes de los baremos de responsabilidad que le exigimos a cualquier otro; es parte de una cultura de «excepcionalismo político». Es un asunto casi tribal: como en España vemos la política como asunto identitario — «¡o es de los míos o es de los malos!» — no somos capaces de pedirles más. ¿Otro ejemplo sangrante de los efectos de esta actitud? Los continuos escándalos de corrupción que ya forman parte de las portadas de los diarios de igual manera que una barra forma parte de un bar.

Así las cosas, ¿por qué Mariano Rajoy — o cualquier otro candidato a la presidencia de España — no necesita hablar inglés? Pues muy sencillo: porque no perderá votos por no hablarlo.

Me gustaría poder culminar este artículo con una solución mágica para el problema, pero, desgraciadamente, no la tengo. La solución, como la mayoría de soluciones a problemas serios en este mundo, es compleja y conlleva tiempo y esfuerzo: tenemos que dejar de ver la política como un asunto tribal y empezar a ser mucho más críticos con nuestros representantes. Si uno votó a un partido y su líder se ve envuelto en un escándalo de corrupción, la solución no es apoyarlo, escudarse en la presunción de inocencia y buscar una teoría conspiranoica que le traspase la culpa a «los malos». No, la solución es más difícil: tendrá uno que admitir que se equivocó votándolo, condenar sus acciones y replantearse su posición.

Es más difícil, claro, admitir que uno se equivocó y criticar a los suyos que montarse una película y seguir silbando calle abajo como si nada, ignorando que nuestros políticos no hablan inglés. Ignorando que no están dispuestos a sentarse a negociar, que son incapaces de frenar una burbuja inmobiliaria, que muchos de ellos están envueltos en casos sangrantes de corrupción o que incumplen muchas de sus promesas electorales.

Hasta ahora hemos tomado el camino fácil, pero ya hemos visto a dónde nos lleva. Y no es un lugar idílico.

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Rafa Zamorano escribe desde Escocia, donde reside desde hace seis años. Estudia Política Pública y escribe en el Libro de a Bordo desde hace más de diez años.

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Rafa Zamorano
Punto y coma

St Andrews alumn. Hoy día en Madrid. Editor de EÑES. Fundador de @PuntoyComaMed.