El sexo y la literatura

Martín Tacón
Punto y coma
Published in
7 min readMar 25, 2016

A lo largo de mis lecturas literarias he ido comprobando que los autores parecen no encontrar las palabras, las imágenes o el camino preciso al momento de abordar escenas sexuales. Yo mismo como autor he sufrido a veces estas trampas del lenguaje y la moral que me han situado en verdaderas encrucijadas: ¿cómo tratar el sexo en la literatura?

Históricamente, el sexo ha sido siempre un tema espinoso en los marcos literarios y se ha presentado en muchas ocasiones como un problema hasta el punto de ser sometido a la censura. Para ubicarnos en un punto histórico, en la literatura clásica pagana, aquella que precede al cristianismo, fundamentalmente la griega y la romana, el sexo representaba un eslabón más de la cadena natural humana, y la actividad erótica no se veía en ningún caso impedida por vocabularios, tabúes o prohibiciones al momento de situarlas en el mismo plano de cualquier otra actividad del Hombre. En aquella literatura, el sexo y el resto de las funciones humanas estaban en un mismo nivel. Obras como El Satiricón, de Petronio, y El arte de amar, de Ovidio, son una muestra de que los romanos, entre otros, manejaban el sexo dentro de la literatura con absoluta soltura y naturalidad. La llegada del cristianismo generó una ruptura de los eslabones y se erigió de pronto como una fuerza dominante. El concepto de moralidad arraigada al cuerpo y el espíritu echó profundas raíces en los mecanismos sociales a tal punto que el sexo fue transformándose, no diré en algo dañino, pero sí en un factor pecaminoso, un tema de cuidado que debía ser tratado con especial atención. Sin necesidad de mencionar la cantidad de obras que se vieron penalizadas o censuradas a lo largo de los siglos por hacer abuso de lenguajes eróticos desenfadados, basta observar que los códigos morales y los tabúes se han ido trasladando desde la Edad Media hasta el día de hoy por vía de la religión cristiana.

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A la hora de leer un libro, a veces uno puede percibir una especie de incomodidad o enemistad en el plano narrativo cuando se llega a una escena erótica. También al escribir los escritores sentimos de pronto algo así como un bloqueo mental, una noción invasiva de intimidad, prohibición, tabú, cuando queremos hablar de sexo. Por supuesto, esto ocurre también al intentar transmitir estas ideas por cualquier otra vía de comunicación o expresión artística, incluso cuando dialogamos con los amigos. Poner el sexo en palabras es sumamente difícil y surgen en ese instante miles de trabas que inconscientemente tenemos instaladas en la cabeza y que, sin saberlo, se vienen arrastrando hace muchísimos años. Como eventual escape, los escritores inventamos rápidamente salidas que nos permiten entrar sin peligro al campo minado del sexo: escribimos con metáforas y símbolos, donde no queda ninguna duda de lo que se está queriendo decir, pero que reafirma la necesidad forzada de expresar el erotismo de forma indirecta.

Antes de seguir es importante saber separar dos conceptos: el erotismo y la pornografía. No es la pornografía la que a mí particularmente me interesa en este caso, puesto que la pornografía se basa en la simple excitación, en la lujuria y la provocación sexual en el lector, y tiene una gran carencia que es la falta total de contenido. No encontraremos en la pornografía enfoques a niveles intelectuales o culturales, ni políticas ni sociales, ni ideologías que vayan más allá, porque esa no es su función, su función es estimular, despertar el instinto sexual que duerme en nuestra naturaleza. El erotismo en la literatura, en cambio, busca reconciliar la sexualidad con el resto de las actividades humanas que todos los hombres y mujeres llevamos adelante a diario, para que el sexo sea lo mismo que ir a trabajar y que hacer el amor se escriba con la misma naturalidad y las mismas palabras que se usan cuando hablamos por teléfono con mamá. El erotismo es lo que nos concierne a todos, y en la literatura debiera ser tratado sin miramientos morales, ni presiones ni verse frenado bajo sistemas religiosos.

El erotismo en la literatura, en cambio, busca reconciliar la sexualidad con el resto de las actividades humanas que todos los hombres y mujeres llevamos adelante a diario

La confusión conceptual entre erotismo y pornografía lleva muchas veces a la censura, y esto sucede porque la pornografía trae consigo rudimentos negativos. Para traer un ejemplo a nuestros días y no abusar ya de la historia, hace una semana, en una ciudad cercana de mi provincia y a propósito del Día de la Mujer, una muestra fotográfica de carácter artístico denominada «Los estados de la vagina» fue censurada por queja del público. Aunque no pude ver ninguna de esas fotos, supe que muchas personas se levantaron en protesta a la censura alegando la libertad de expresión artística de la mujer. Los que se quejaban calificaban «de mal gusto» las fotografías, sin siquiera detenerse a pensar en el objetivo que perseguía la muestra, que no era para nada un fin pornográfico sino que más bien iba detrás de una crítica social contra el maltrato y un mensaje sobre la violencia de género.

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No obstante, es indudable que en las últimas décadas ha habido un salto importante y muy positivo en términos de sexo y literatura. El ejemplo más claro de nuestros días es la célebre trilogía Cincuenta sombras de Grey de la escritora británica E. L. James, una novela de gran intuición en la que el deseo más reprimido de las mujeres y los ideales se funden con total franqueza, rompen todas las cadenas morales y sociales, y el resultado es un best seller que, más allá de su tirada comercial, ha encontrado a muchísimas mujeres identificadas con las situaciones que se narran en el libro, lo cual acaso sea el mejor de los logros dentro del arte. Hay muchos autores que se desenvuelven maravillosamente y con gran soltura al momento de ingresar en materia sexual. El premio Nobel Vargas Llosa es uno de ellos, y su novela Travesuras de niña mala es una demostración junto a otras obras de que desde mediados del siglo XX a esta parte, el sexo ha ganado terreno en la literatura.

El resultado es un best seller que, más allá de su tirada comercial, ha encontrado a muchísimas mujeres identificadas con las situaciones que se narran en el libro, lo cual acaso sea el mejor de los logros dentro del arte

Si el sexo es una de las tantas actividades humanas y somos capaces de mezclarlo entre un almuerzo, una cita laboral o una reunión familiar, si en la vida diaria solemos trazar y andar estos senderos con total libertad, ¿por qué entonces no íbamos a ser capaces de trasladar esa desenvoltura a nuestros libros? Creo que los caminos se han ido allanando y que cada vez es más frecuente encontrarnos con escenas eróticas perfectamente plasmadas en la literatura, lo cual me lleva a pensar que hay batallas que se van ganando año tras año y eso es un logro importante en nuestros días. Tal vez haya que subrayar que el obstáculo moral no dejará de existir, que las trabas seguirán irguiéndose ante el vergonzoso paso de los menos atrevidos, y que su éxito sea tal vez un producto de la sublevación, de una tentativa revolucionaria.

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Sigmund Freud utilizó el psicoanálisis para comprender la orientación del arte y el sexo. Él decía que los impulsos artísticos en el ser humano surgían de un inconsciente originado en el deseo sexual reprimido, y que explotaban a través de la sublimación. Freud sostenía que la pulsión se derivaba hacia una forma externa no sexual, es decir, una sublimación transformada en cultura, en arte, en acciones social y moralmente aceptables. Las creaciones artísticas y la investigación intelectual son las principales actividades sublimadas a las que se derivan los impulsos sexuales. En otras palabras, la energía sexual se vuelca hacia la inteligencia y la creatividad. Una persona con deseos sexuales reprimidos dedicada de pronto a la literatura de ficción, encontrará en esa rama del arte un escape al realismo puro que lo alejará de una descarga directa de su energía sexual. De esta manera vemos que ya no solo los códigos morales instauran en nuestra mente una problemática de expresión del erotismo, sino que además actúa en nosotros, sin sospecharlo, un dilema de yo a yo, de exclusiva y profunda piel. Ah, pero como las artes y lo numinoso no son dados a cualquier mortal, no se salvarán aquellos que se dediquen, digamos, a las ciencias o a las oficinas. La sublimación del deseo sexual puede derivar en cualquier cosa, en cualquier actividad, y es tan fácil de solucionar como teniendo un buen y merecido polvo y aprendiendo a abrir bien grande la boca para decirlo con sus buenas y merecidas palabras.

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Martín Tacón es un periodista argentino. Lleva más de cinco años escribiendo en el Libro de a Bordo.

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