El softball al son de Puerto Rico

Mónica Vega González
Punto y coma
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12 min readJul 10, 2016
El árbitro da la señal y comienza el juego: «Playball». Fuente.

Big Papi la sacó, Manuel!». Ese es uno de los gritos que me han acompañado toda la vida, con diferentes protagonistas y en diversos lugares fuera y dentro de mi país. Este en particular fue articulado por mi hermano. En otras ocasiones puede ser que vocifere por el cuadrangular de Bryce Harper, de los Nationals; Carlos Beltrán, de los Yankees; Encarnación o Bautista, de los Blue Jays; en cuestión de euforia y bramidos da lo mismo. No es cualquier grito: a quien sea que esté al lado de mi hermano mayor se le explotaría el tímpano. En ese momento yo estaba tomando una siesta y no necesité alarma porque Big Papi la había sacado del parque.

Vengo de una familia de deportistas, supuestamente por herencia de parte de uno de los dos apellidos, pero yo diría por empeño y dedicación de otra de las partes que desde los cuatro años de mi hermano mayor — yo lo recuerdo desde los diez — nos ha llevado junto a él, de parque en parque — muchas veces por obligación si hablamos de mí — a presenciar «pitcheos », «bateos», «bases por bola», «robadas de base» y «cuadrangulares». Aun así, antes de que viviéramos rodeadas de bates y bolas, taquillas caducadas de juegos del Clásico Mundial de Béisbol, de la visita a aquel estadio de Los Cardenales en St. Louis, de risas, momentos de gloria, llantos y decepciones del pelotero de la familia en el deporte llamado baseball, tuvimos nuestro primer encuentro con el softball. Al menos por nuestros ancestros que nos han recordado indefinidamente sus memorias, por los siglos de los siglos.

Me refiero a un equipo llamado La Choza, del pueblo de Añasco, barrio Piñales, en Puerto Rico, que en este caso dedicaba sus domingos y algunos viajes a República Dominicana al softball. Lo fundó el patriarca de la familia, al que llamo abuelo, junto con algunos de sus hijos — tenía catorce en total, entre mujeres y hombres — y así continuaron, incluyendo también nuevos «prospectos» que ya eran amigos o conocidos. Este equipo ha durado algo así como cuarenta años, entre una buena práctica del deporte — porque siempre ha habido grandes talentos en el conjunto deportivo — y una gran fanaticada. Esto último es de lo que voy a escribir, con énfasis en cada uno de los hit parade — así le llamamos acá a las canciones que hemos vuelto famosas entre la familia — que se siguen cantando y repitiendo en cada partido.

Antes de comenzar con la narración de un juego de softball entre una fanaticada bastante efusiva, les explico un poco de qué trata el deporte y cómo lo jugamos nosotros. Es un juego de seis entradas que consta de nueve jugadores en el terreno, en cada una de sus posiciones, pero con un bateador designado. Son las mismas posiciones que se juegan en el baseball, ya que lo que lo diferencia del softball es la duración del juego, la bola — es más suave y grande — , la manera en que se lanza, las reglas, la distancia entre las bases y el tamaño del parque — en resumidas cuentas porque siempre hay otros detalles — . Una buena cualidad de este deporte es que es practicado con más regularidad por mujeres — no digo que lo juegan más mujeres que hombres, sino que también lo juegan ellas — y por hombres de edad avanzada, siendo un juego más accesible a aficionados del deporte y, a la misma vez, a veteranos con destreza y experiencia que continúan practicándolo por muchos años. Este es el caso del equipo de La Choza, ya que predominan los jugadores de edad adulta avanzada, habiendo participantes entre las edades de veintiuno y setenta años.

Ahora bien, para poder sobrellevar una vida entera metidos en un parque de pelota, encontramos una buena excusa para desplegar nuestra algarabía a través de la música. Con toda esta breve introducción a la práctica de este deporte en mi vida y de manera general, continúo narrando la primera entrada de un partido de softball que en los próximos meses se convertirá en el pan nuestro de cada día; mío y de mi familia. La narro con conga, pandereta, güiro y maraca — instrumentos típicos de Puerto Rico — y con letras originales y adaptadas de otras canciones que nos han servido para sacar grandes carcajadas, para que el juego sea más ameno para personas como yo y para «cucar» — en otras palabras, buscar enfadar — al equipo contrario y a nuestros mayores contrincantes, la fanaticada sentada al otro lado de nuestras gradas. Un domingo nunca fue tan divertido, me costó asimilarlo, pero aquí estoy escribiendo sobre esto.

Comenzó el juego

Algo así, pero con los pantalones menos blancos. Fuente.

El árbitro da la señal — luego de haber revisado la lista de la alineación de cada uno de los dos equipos — y salen corriendo los jugadores del bando contrario a sus respectivas posiciones en el terreno de juego. Nuestro equipo es home team y el primer bate está listo para buscar el contacto con la pelota. Ya nuestras gradas están llenas, todo mi núcleo familiar con sus músicos e instrumentos en mano: pandereta, pulsera que hace función de maraca y el cencerro — esta vez no dio el tiempo para sobreactuar con una conga — . También nos acompañan tíos, primos y amigos. Ahora sí, todos estamos listos: árbitro, jugadores y fanaticada.

A la caja de bateo se presenta el primer bateador, mientras la fanaticada grita presurosa: «Piñales, yo voy a ti» — suena el cencerro y las manos aplauden cinco veces como clave de salsa — , se repite lo mismo tres veces. El primer bateador falla su turno con una roleta hacia el campo corto, mientras que la fanaticada se consuela de la siguiente manera: «Eso no importa, eso no es na’, que como quiera vamo’ a ganar». Continúa el segundo bateador y conecta el primer hit que lo lleva a ocupar la primera base. Gritamos eufóricos mientras nos tomamos un pequeño receso de las canciones — para el que llega a primera base no hemos inventado ninguna — . El tercer jugador está listo para continuar con la buena racha de juego que comenzó el segundo bateador y acertadamente batea un triple. La fanaticada impetuosa se levanta de sus asientos; gritan, aplauden, suenan los instrumentos, entra la primera carrera del juego: el conteo va a 1–0 a favor del equipo de Piñales. Nuestro lado de las gradas no se conforma con solo gritar, sino que comienzan a alabar al jugador que ha conectado el triple: «MVP, MVP, MVP» — en inglés puertorriqueño — , mientras nuestro primo nos saluda desde la tercera base. Sigue con la alineación el cuarto bate del equipo de Piñales, y logra lo que todos anhelábamos: un cuadrangular inmenso por el jardín izquierdo. Continúa la algarabía mientras contamos «1, 2 y 3» y sucesivamente cantamos: «Palo, palo, palo, palo bonito, palo eh. Eh, eh, eh, palo bonito, palo eh. Palo eh, eh, eh, palo, eh. Palo, eh, eh, eh, ¡PALO EH!». Y sí, todos con la imagen del Chayanne de 1989 en la mente. Yo los observo a todos, mientras me uno al coro que viene y va. Esta primera entrada terminó con otro hit, con el quinto bateador y los próximos dos outs que faltaban para acabar la entrada 3–0 a favor de Piñales.

La fanaticada siempre al otro lado, de admiradores y cantores. Fuente.

El juego continuaba, con un cielo nublado que amenazaba con dejar caer el aguacero que pararía nuestro juego para ser reanudado en otra ocasión. Se jugaron cuatro entradas, en donde el otro equipo no nos quería ver ni en pintura, con muchos de sus jugadores furiosos por la fanaticada que no se cansaba de seguir cantando y animando a su equipo. Durante el juego cuando ellos nos querían gritar, luego de alguna buena jugada de su parte, les cantábamos: «No se oye na’, no se oye na’, con tanto disparate, no se oye na’». De la misma forma, las veces en que su lanzador no conseguía aquel tiro que confundiera a nuestros bateadores, nos encargábamos del pitcher y el cátcher de la siguiente manera: «El pitcher está nervioso y el cátcher está rabioso. ¡Pitcher nervioso! ¡Catcher rabioso!» En el caso de que estuviera tirando muchas bolas, le dábamos serenata al pitcher: «Bolón, bolón, bolón: el pitcher está bolón», y volvíamos a repetirlo tres veces. Cuando lanzábamos nosotros y el bateador no daba pie con bola: «Me huele a ponche», tres veces también, este en específico, cae mejor con alguna tonada de pandero o cencerro. En el mejor de los casos cuando ocurría un ponche — siempre bochornoso — tomábamos la palabra entonando: «Pío, pío, pío, pío. Pío, pío, pío, pa. ¿Qué le pasa a ese muchacho, que se acaba de ponchar?». Un sinnúmero de dichos, canciones y curiosidades que hacen reír hasta al más serio: cuando va muy baja están jugando golf o quieren hacer chusa; cuando va muy alta, al nivel de la cabeza del bateador, quiere tumbar un coco; cuando hace el swing completo el viento nos peina y así sucesivamente. Tampoco puede faltar la canción final, cuando conseguimos la victoria: «Te lo dije, te lo dije, que dejaras la bayoya, que el equipo de Piñales, ese sí juega pelota». Aunque parezca que entre fanáticos nos halamos de los pelos, nada de eso ocurre — tampoco nos miramos mal — , cuando culmina el juego muchos exclaman: «ya quisiéramos pertenecer a su equipo con una fanaticada tan bulliciosa y leal».

Aquel juego de domingo se reanudó un viernes, lo ganamos 6–1, con todo y nuestro estilo puertorriqueño que siempre va acompañado de gritos y canción. No es por nada, pero en un parque local o internacional siempre se pasa mejor entre puertorriqueños, o podríamos agrandar el paquete: con latinoamericanos — la subjetividad de vez en cuando es necesaria — .

Mi experiencia

Luego de todo este cuento y del marasmo de emociones que produce en mí rememorar estos sucesos, tratar de ponerlos por escrito y tener la certeza de que lo más probable se irán repitiendo a medida que llega cada domingo, es importante mencionar algo de su trasfondo. Es decir, mi experiencia propia. Soy la chica que ama y detesta el deporte. Vamos, tengo suficiente edad como para saber los pros y los contras de casi todos los temas que me interesan y a los que he estado más expuesta. También he tenido mucho tiempo para pensar e indagar, aunque me falte mucho material y vivencias por descubrir. Sé que el deporte tiene muchas cualidades de las que sacar provecho, pero siempre se me ha hecho difícil asimilar el nivel de emoción que produce en mis familiares este tema. Llega un momento que solo resta atrasar la hora de ir a la cama, tomar una siesta, ponerse los audífonos con música o alguna serie, para dejar que se desahoguen solitos.

Si hace falta cargarían con esta hoja, para poder desmenuzar mejor el partido. Fuente.

Lo interesante del tema es que no es asunto que se resuelva en unas horas, sino que toda la semana esa será la materia a tratar, hasta que haya otro juego real — me refiero al que se da en nuestro mundo dentro de un parque sencillo — o televisivo, en el deporte que sea, aunque más en la pelota, claro está. Aun así, ese domingo se recuerda con efusividad; la risa estuvo a flor de piel, el saber que estábamos allí por el simple hecho de pasarlo bien le regala algo a mi vida, como lo ha hecho alrededor de estos veintitantos años. Estas razones son las que me hacen amar el deporte: tomamos prestado, vivimos y gritamos sonsadas. Si nos tomaran vídeo pareceríamos niños, pero qué bonito poder ir y venir en emociones que se suman a la lista de ¡qué bien se está aquí! Puede que no lo entienda del todo, pero en realidad no hay nada que comprender. Para aquel que tenga pasiones y metas es fácil asimilar que esto ocurra. No son los sueños propios, pero tengo que recordar que son de otros. Es lo que los mueve, lo que forma parte de esa lista eterna o de solo algunos números que todos tenemos en nuestro interior.

No sé si fue por el batazo que recibí en mi cabeza de parte de mi hermana a los cinco años o algo así, pero ningún deporte, de manera práctica, se lleva conmigo — es importante recalcar el bullying que sufren los menores de una familia con tres hermanos mayores y muy crueles — . Mas sin embargo no puedo negar que le he gritado a un par de árbitros, que le he cantado al pitcher para ponerlo nervioso y que he disfrutado de cada oportunidad que tengo de ver a jugadores profesionales, peloteros o no, en un estadio o terreno de juego — no está de más decir que vi el último juego de Xavi en el Barça y que me aprendí el himno en catalán, gracias a mi hermano mayor que patrocinó la entrada y a que vengo de una familia que ama el deporte — .

Para ser algo más específica, el miércoles veía un juego de Volleyball profesional, del equipo de mi país, en la sala de mi hogar y sentía las mismas cosquillas en el estómago. Mientras perdían por varios puntos me preguntaba por qué había vuelto a ceder en mi decisión de no tomarme estos juegos tan a pecho — siempre es la misma interrogante — , porque claro que produce estrés cuando sacas el tiempo de ver un juego en donde tu país está invicto y pierden. Incluso, me pasa con otros equipos latinoamericanos porque también sufrí aquel penal fallido de Messi, pero qué más da. En el salón de mi casa siempre estaremos los seis vociferando y discutiendo, con sus pormenores, cada partido. Si para algo encendemos el televisor y nos congregamos a un mismo salón es para auspiciar estos eventos.

Aunque no creo que supere del todo el baseball y los arranques que produce en los que están a mi alrededor, puedo afirmar que el deporte le ha dado algo a mi vida. Lo compruebo solo con decir que jamás pensé que escribiría sobre el tema, pero ha resultado aunque con sus dolores de cabeza.

En estos momentos acaba de tocar bocina uno de los jugadores del equipo de Piñales diciendo: «estamos en una guerra y yo estoy ready» — refiriéndose al próximo juego de domingo — , mientras mi padre, primo — jugadores también — junto a mi hermana comienzan el tema del nunca acabar. ¡Que no miento, señores! ¡Que no miento! De esta manera sobrevivo a las inclemencias del tiempo: las mías son seis entradas o nueve, depende de la pelota con que se juegue.

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Mónica Vega es literata y editora de carrera. Escribe desde Puerto Rico, su país natal, con planes de continuar estudios graduados en Literatura Latinoamericana en los EEUU.

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Mónica Vega González
Punto y coma

Literata y editora de carrera, estudiante de por vida. Escribiendo desde el silencio, pero siempre en salida ante el mundo.