¿Es España realmente diferente?

Daniel Aquillué
Punto y coma
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9 min readJul 15, 2016
Aquí los fascistas españoles fusilando rojos en 1936… ¡Perdón, que es la III república Francesa instaurándose a sangre y fuego en mayo de 1871! Fuente: Jacques Tardi, El Grito del Pueblo, vol. 4.

Demasiado a menudo se oyen expresiones del tipo: «España no tiene remedio», «Somos un fracaso de país», «Nuestra Historia está llena de ocasiones perdidas», «En 1808 deberían haber ganado los franceses», «El siglo XIX fue una pérdida de tiempo» o «España es diferente», ayer, ahora y siempre.

Bueno, pues no. La Historia es lo que tiene, la propia y la comparada: lo llena todo de matices, de «peros», complejiza, siempre siembra dudas, evita las certezas absolutas, deconstruye mitos y desmonta tópicos.

Se podría decir que estas visiones tópicas de la Historia de España, y en especial la referente al siglo XIX, tienen su origen en lo que la historiografía ha llamado la «teoría del fracaso», que a su vez hunde sus raíces en el regeneracionismo. Sí, en el gran y admirado Joaquín Costa y compañeros — ilustre aragonés, se dedicó a todo y nunca legisló, como dice su tumba — . Al criticar los males de la Patria de su presente — con razón en lo que se refería al sistema caciquil — tildaron a España de fracaso histórico, especialmente en lo que a la revolución liberal se refiere. Pero no solo eso: la crítica a la Leyenda Negra española de la Edad Moderna (el análisis de esta la dejamos para otra ocasión) lleva a ahondar en ella: el fracaso del liberalismo y la democracia, el fracaso de la industrialización y el fracaso de la nacionalización, lo cual, sumado todo ello a esa supuesta idiosincrasia fratricida del español medio, lleva a las guerras civiles y al aborregamiento de la sociedad actual.

Algún loco hay que hasta en Facebook reivindica estas cosas: Historiadores del XIX, especie en peligro de extinción

En el mundo de la historiografía — en el académico — se ha avanzado mucho en estos temas en las últimas dos décadas, y aunque todavía hay quienes defienden la «teoría del fracaso», actualmente la Historia de España en comparación con la de sus homólogas europeas — Francia especialmente — no se valora en términos ni de fracaso ni de éxito sino de «normalidad» con alguna peculiaridad, pues España ha sido un país tan peculiar como cualquier otro. El problema es hacer llegar estos estudios a la sociedad. Animo a leer los trabajos sobre nacionalización española de Ferrán Archilés o Fernando Quiroga, y los de liberalismo de Isabel Burdiel, María Cruz Romeo, Manuel Suárez Cortina o Manuel Santirso.

«[…] el devenir español no ha sido muy distinto del de Europa: España ha sido y es Europa»

Las naciones políticas tal y como las entendemos hoy en día — los conceptos varían, y «España» no ha significado siempre lo mismo; recomiendo el libro «Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX» de José Álvarez Junco, que aunque incide en aspectos de la «teoría del fracaso», es un gran libro — nacen en el siglo XVIII y XIX. Partiendo de esta base, España se configura como la cuarta nación del mundo — tras Estados Unidos, Polonia y Francia — haciéndose sujeto de soberanía entre 1808/1810 y 1812. A partir de entonces el devenir español no ha sido muy distinto del de Europa: España ha sido y es Europa. No achaquemos males del presente — que tampoco son tan específicos de aquí, salvo quizá lo de que aquí no dimite nadie — al pasado, porque caeremos en el anacronismo.

Milicianos progresistas celebrando el triunfo de la Revolución Española de 1836 ¿Qué en 1836 hubo una revolución aquí? Sí, y más radical que la francesa de 1830. De hecho los británicos vieron similitudes con los hechos de 1792 en Francia. Fuente: Biblioteca Nacional de España.

La revolución liberal en España triunfó porque se impuso a una monarquía: la isabelina, que siempre fue absolutista y se resistió lo que pudo al constitucionalismo. La vieja nobleza se apartó — o la apartaron — de la política; entraron así militares, de origen plebeyo y ascendidos al calor de la revolución y la guerra, que no fueron sostén del Antiguo Régimen sino de todo lo contrario, del liberalismo que impusieron a punta de espada a la monarquía — en Francia hubo gobiernos de Soult o el largo reinado de Napoleón III — . Pero ellos solos nunca hubiesen podido: el juntismo, las ciudades revolucionarias, fueron quienes derribaron a unos regímenes y gobiernos y auparon a otros. La Milicia Nacional, plenamente equiparable a la Guardia Nacional Francesa, fue piedra angular en todo ello: actor revolucionario, cauce de participación popular y mito.

En 1814 Fernando VII dio un golpe de estado y reinstauró el absolutismo. ¿Qué país europeo era liberal entonces? Lo más parecido era la monarquía británica con su cámara nobiliaria — la que tenía el poder — y su cámara de los comunes elegida por método del Antiguo Régimen, o el régimen de Carta Otorgada de la monarquía borbónica francesa que con Carlos X incluso dio un giro más despótico. En 1823 el trienio cayó fundamentalmente por una invasión extranjera, no por la contrarrevolución interna. La primera Guerra Carlista, gran guerra civil, es comparable a La Vendée francesa, muy sangrienta también. 1836 supuso el año de ruptura definitiva, el punto de no retorno del liberalismo en España. De hecho la revolución de ese año fue más radical que la francesa de 1830. Luego sí, llegaron los moderados y el giro doctrinario de 1845, pero ese sistema… ¡era muy similar al de los doctrinarios de Guizot en Francia! Y cuando intentó abandonar la senda liberal se topó primero con 1854 y luego con la Gloriosa Revolución de 1868. Primera experiencia democrática, y el cantonalismo, fenómeno muy similar en sus reivindicaciones y desarrollo a la revolución comunal de la Francia de 1871 que acabó con una mayor represión. Restauración: caciquismo y oligarquía, sí, como en todo el periodo anterior… aquí y en la Francia de los notables de Luis Felipe o la III República de Thiers, y también en esa «avanzada» Inglaterra donde se compraban votos o amenazaba con las armas a los votantes.

Como se puede observar claramente, carlistas españoles oponiéndose a la modernidad revolucionaria…En realidad: «Henri de La Rochejacquelein au combat de Cholet en 1793» Paul-Emile Boutigny — Musée d’art et d’histoire de Cholet, Cholet (France). Fuente.

Ligadas a la revolución liberal iban la industrialización y el nacionalismo. Sobre la primera, sí, ahí sí que tuvimos cierto retraso — que no fracaso — respecto a Francia — a Inglaterra y luego la autoritaria Alemania de Bismarck nadie los alcanzó — , pero si se observan las gráficas el crecimiento económico fue constantemente ascendente — y con un repunte a comienzos del siglo XX — hasta 1936. La última Guerra Civil y la dura Posguerra hicieron que la economía española no se recuperase hasta entrados los años 50.

En cuanto al nacionalismo: durante prácticamente todo el siglo XIX nadie hablaba en territorio peninsular español de otra nación que no fuese España — incluidos los catalanes — . Todos invocaban a la Nación, si bien en sus distintas versiones: carlista, moderada, progresista o republicana. Como ejemplo: los dirigentes obreros decían a sus bases que leyesen a Marx y no leyesen tanto a Galdós — y su obra educa en la nación, si bien en versión progresista-republicana — o en la Guerra de 1936–39, cuando ambos bandos recurrían en su propaganda a los mismos mitos movilizadores, mitos nacionales y nacionalistas: Agustina de Aragón valía para unos y otros ya fuese como católica defensora de la patria frente extranjeros soviéticos o como heroína de la libertad e independencia nacional frente al extranjero nazi.

«La peculiaridad, la única gran especificidad, en la Historia de España, es la larga duración de la dictadura franquista […]»

Que la II República Española fracasase y una guerra civil la asesinase tampoco es una peculiaridad hispana. ¿Qué democracia había en Europa entre 1939 y 1944? Europa era fascista, salvo el Reino Unido; entonces ¿cuál es la excepción? Hay que mirar allende los Pirineos porque Europa no acaba en ellos. Ni siquiera la dictadura de Franco — fascista al principio, nacional-católica después — fue en sí una excepción española pues como digo, cuando esa Europa polarizada de preguerra estalló, se volvió inicialmente fascista: Vichy en Francia, Dolffus en Austria, Mussolini en Italia, Hitler en Alemania… La peculiaridad, la única gran especificidad, en la Historia de España es la larga duración de la dictadura franquista; que durase más allá de 1945. Y de ahí sí que vienen algunos problemas actuales.

Es el pasado reciente. Ese conflicto con los símbolos nacionales deriva en gran medida de que durante tantos años se monopolizase una única y excluyente idea de nación española. Pero eso sí, los conflictos memoriales son comunes a todo el mundo: véase Alemania y su conflictiva asunción del nazismo o Francia con sus graves luchas memoriales sobre Argelia y Vichy. En Francia han tramitado propuestas de leyes para condenar ¡el esclavismo del siglo XVIII! ¡Y hasta las Cruzadas! Y con el gobierno de Sarkozy.

Un libro muy recomendable: historia comparada, ideal para desmontar tópicos Fuente.

España no ha sido un fracaso, somos «un país tan peculiar como cualquier otro» (esta frase es del historiador Ferrán Archilés) y Europa no acaba en los Pirineos. La teoría del fracaso vino bien a los regeneracionistas para criticar la Restauración, a Primo de Rivera para justificar su golpe de estado, a la II República para reformarlo todo, a Franco para condenar liberalismo y socialismo e imponerse a sangre y fuego, a la historiografía marxista de los años 70 para explicar el fracaso republicano, a la izquierda actual para condenar el sistema y a la derecha para decir que en España no nos sabemos gobernar — y que qué bien vivíamos con Franco — .

Ya está bien. Con los estudios históricos sobre la mesa es todo más complejo y vemos que allende los Pirineos también «cuecen habas», que el «Spain is different» se puede quedar allá donde esté ahora Fraga, y que no somos especiales. El reto más difícil es transmitir esto a la sociedad y ahí todos los amantes de la Historia tenemos trabajo por hacer.

«No seamos pesimistas, que como decía (y dice) un gran profesor, Carmelo Romero, eso es contrarrevolucionario y… contraproducente»

Y bueno, ¿después del 26-J, qué? ¿España tiene o no remedio? «Yo me exilio», he leído por ahí. «¿Adónde, alma de cántaro?», pregunto yo. ¿Al Estados Unidos de la desigualdad y el todo privado donde puede ganar Trump? ¿A la Inglaterra xenófoba del Brexit? ¿A la Francia donde Valls aplica las políticas que aquí hace el PP y en que amenaza el Frente Nacional? ¿A los países nórdicos, o Austria, donde cobra fuerza la ultraderecha? ¿O a la Alemania neoliberal de Merkel? No, ahora España no es tampoco diferente.

No seamos pesimistas, que como decía (y dice) un gran profesor, Carmelo Romero, eso es contrarrevolucionario y… contraproducente. Hay que ver y aprender de un pasado ni tan claro ni tan oscuro, poco extraño, y procurar cambiar el presente, soñando en unas utopías que nos permitan avanzar.

Así que, adelante, con un ojo en el pasado y otro en lo que nos rodea en el presente.

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Daniel Aquillué es decimonónico empedernido, doctorando entre semana en la Universidad de Zaragoza investigando el periodo revolucionario español de 1833–1843, funcionario del Ministerio del Tiempo los fines de semana, habitualmente enviado a 1808–1815, aunque ha estado también destinado en los siglos XIII, XVII y XVIII. Su lema es «Decimonónicos del mundo ¡uníos!». Y bueno, alardea de que su muro de Facebook es algo así como el plató de «Al Rojo Vivo» o «Espejo Público».

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