José Fernández: «El Niño» de la sonrisa brillante

Recordando a uno de los jugadores de béisbol más carismáticos

Mónica Vega González
Punto y coma
9 min readSep 26, 2016

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«The Big League Smile». Fuente.

Yo le di el apodo de El Niño porque era un niño entre hombres, a pesar de que esos hombres apenas podían competir contra él. Tenía su propio nivel, uno que iba cambiando el juego. Extraordinario como persona antes que como jugador. Solo siendo un niño podía iluminar el Estadio más que las luces», dijo Giancarlo Stanton.

Todos nos levantamos con la misma noticia: la muerte del pelotero de Grandes Ligas, el cubano José Fernández. Por mi parte jamás pensé que me pondría a altas horas de la noche a indagar sobre la vida y carrera de este pelotero. Aun así tengo una memoria que contar.

Este domingo lo primero que escuché al levantarme de la cama fue el televisor sintonizando a ESPN Deportes. Luego veo a mi hermano sentado en el sillón de la sala con aspecto apesadumbrado. Me preocupé pensando que a alguien cercano le había ocurrido algo, pero como él veía la televisión di el chance de enterarme poco a poco. La voz cortada de mi hermano — jugador y fanático del béisbol— hablándole a mi madre, me constató lo que temía: alguien había muerto. Corrí a la sala a preguntar qué había pasado; «se murió José Fernández, el pitcher estelar de los Marlins, tenía tan solo 24 años», me decía. Inmediatamente sentí un taco en mi garganta, evitando que salieran las lágrimas. No lo conocía hasta ahora, pero el joven tenía la misma edad que yo, tantas o más ganas de vivir y estaba en el apogeo de una carrera exitosa en las afamadas Grandes Ligas de los Estados Unidos. Hoy intento rendirle un homenaje contándoles un poco sobre este Grande del deporte.

Mucho más que un gran lanzador

Si intento imaginar la escena de su muerte, es inevitable no querer llorar. Luego indago un poco más en su vida y pienso: ¿por qué no supe antes de él y presté más atención a la pantalla del televisor cuando acontecía algún partido de los Marlins?

Para los que aún no se hayan enterado, José Fernández fue un cubano que intentó escapar en tres ocasiones de una pobreza y una vida un tanto estancada. Fue apresado en estos intentos. En la cuarta ocasión logró su cometido — escapar hacia los Estados Unidos — y terminó siendo uno de los lanzadores más queridos en la historia del béisbol. Incluso no es hasta que nos enteramos que salvó a su madre —sin saber que era ella y en el cuarto intento de desertar Cuba— de quedar ahogada en el mar, cuando comenzamos a sentir muy de cerca su historia y a quedar deslumbrados con esa sonrisa de niño de la que todos alardean y con las que muchos se regocijan.

Suena increíble que haya muerto en el mar luego de saber sus cuatro paraderos mientras intentaba salir de Cuba siendo niño y adolescente. Dicen que murió al instante, pero mi mente piensa: ¿y si no? Si rememoró lo mismo que me ha venido a la mente a mí, ¡qué ironía tan grande haber muerto así!, ¿cómo se habría sentido? ¿Qué fue lo último que pasó por su mente? Quizás solo son pensamientos egoístas de mi parte y terminó su vida con la misma sonrisa con la que alegró la existencia de tantos fanáticos del béisbol, de tantos colegas del deporte que disfrutaban el solo hecho de compartir terreno con, no solo un gran pelotero, sino un ser humano de altura. Quién sabe si a él solo le bastó reencontrarse con su abuela en el 2013 y verla en las butacas del Estadio de los Marlins observándolo lanzar desde la honrosa loma. Algo puedo decir: la vida es frágil, pero seguramente ese hombre tenía mucho más que hacer. Aún así en el tiempo que tuvo vivió mucho más que tantos: más profundamente y de una manera real.

Abuela y José Fernández. Un sueño cumplido, de vuelta en un abrazo. Fuente.

Las primeras palabras que escuché de la boca de José Fernández sonaban así: «La persona más importante en mi vida, la que me encantaría que me viera lanzar en la Liga Grande es mi abuela». Después, en el mismo vídeo veía cómo sorpresivamente se reencontraba con ella. El diálogo se escuchaba más o menos así — en acento cubano — :

«¿Hace cuánto tiempo llegaste?», preguntó Fernández. «Hace media hora. Tú estás precioso, papi», contesta su abuela mientras lo abrazaba sin detenerse. «¿Viste que flaco estoy? [. . .] Tú sabes que esto es mejor que estar en Las Grandes Ligas. Para mí es mejor que cualquier cosa», dice Fernández refiriéndose a tenerla de vuelta a su lado.

Esa abuela que él llamaba una freak del béisbol, la que le enseñó a atrapar bolas en el guante, fue lo más importante en la vida de José Fernández. Y eso que Fernández, con apenas 24 años, había experimentado todo el sufrimiento y toda la alegría de una vida del que no se conforma con solo escoger el palo más apto — endurecido por el calor del Caribe, como diría Jordan Ritter Conn — para jugar a la pelota con cualquier roca que encontrara a su paso, sino que se atrevía a seguir intentando mejorar, a seguir intentando escapar de Cuba hacia Estados Unidos, hacia eso que lo impresionaría poco a poco en su llegada y lo posicionaría en los escalafones de gloria y en las miradas de complicidad. Asimismo, esa gloria no lo cegó, sino que como muy bien decía Chris Hatcher —lanzador de los Dodgers en Los Ángeles — : «la alegría de verlo parado en la loma era estimulante: era como observar a un niño jugando al deporte una y otra vez, hecho que muchos otros peloteros o deportistas olvidan con frecuencia». Con menos palabras lo decía Ian Desmond —Texas Rangers—: José Fernández es y fue «The Big League Smile».

Hoy lo conozco y mañana lo recuerdo como el primer pensamiento que me vino a la mente mientras por boca de otros me iba enterando de su persona, de su ser caribeño, de su lucha y su béisbol: como a otro Roberto Clemente, pero con otro nombre, muy propio. «Una superestrella de esas que el deporte no había tenido la oportunidad de ver en una generación, cuya importancia cultural empequeñece cualquier expectativa de un atleta»,como dice Michael Bauman.

Por si hacen faltan las Estadísticas

Los números no son los únicos que se quedan en el perfil de la corta pero significante vida de Fernández, pero son muchos y todos coinciden en la monstruosidad de su talento sobrehumano. No me considero la más indicada en detallar cada uno de sus récords, quién sabe mi hermano pero a él se le dan mejor — como a José Fernández — los guantes, las bolas y el bate.

El lanzador estelar de los Marlins de Florida fue el segundo lanzador con más ponches en toda la historia de las Grandes Ligas. Además, el único representante de los Marlins en un Juego de Estrellas: primero en el 2013 cuando ganó el premio al National League Rookie of the Year y luego en este año, 2016. «Drafteado» en la posición número 11 por el equipo de los Marlins de Florida en el año 2011 y hasta la fecha jugando en dicho equipo. Tuvo 76 comienzos de juego; un récord ERA — Earn Run Average— de 2.86, lo que significa que su efectividad de lanzador era tal que no permitía que entraran muchas carreras. Un pelotero al cual en el 2014 le hicieron la famosa operación Tommy John — del codo — y quien regresó en el 2015 como todo un campeón, siendo el mismo iniciador estrella del 2013. Incluso, en esta temporada había ponchado al menos a once bateadores en nueve de sus 29 comienzos. Actual líder de la Liga Nacional en mayor cantidad de ponches por encima de lanzadores estelares cualificados en la historia del béisbol. Ya pueden ver: si continúo, no termino.

Pero todos estos logros iban más allá de grandes estadísticas: era su jocosidad y constante alegría en el terreno de juego lo que robaba la atención y admiración de la gente a su alrededor. Él amó el béisbol, y el béisbol lo amó de vuelta. Michael Bauman en su artículo para The Ringer, lo explica: «La imagen que define a Fernández es su sonrisa, esa jocosa mueca a boca-abierta que engatusaba a cualquier espectador y los conducía a un estado de alegría. Y no era sólo una fotografía, porque ese era su gesto en todo momento». Solo basta con buscar sus fotos y se reitera que sus sonrisas están muy bien documentadas. Aun así, a algunos nos queda la espinita de no haber disfrutado de algunas de ellas en vivo.

¡Esa Radio!

Dan Le Batard —comentarista de deporte — compartía la siguiente escena en su escrito Dan Le Batard: Stars align for Miami Marlins’ Jose Fernandez:

Every game, abuela climbs into that sky in Cuba. It is about as close as she ever gets to feeling the freedom her grandson fled to find. Miami Marlins pitcher José Fernández has sent her so many American treasures while trying to bridge the heartbreaking gap now between them. Plasma TVs. Cellphones. A new mattress. He even managed to have air conditioning installed in grandma’s house from afar. But you know what Olga Fernández values most? That radio.

Puedo imaginarme a su abuela en una noche — desde hoy serán todas las noches hasta que vuelva a encontrarse con su nieto José— frente a esa entrañable radio. Por muchos años no tuvo a su nieto en Cuba, se reencontró con él hace tres y ya no lo tendrá nunca más. Ya entiendo por qué una amiga hablaba sobre ese deseo de no querer morir antes que su madre, porque amándola cada vez más era impensable causarle tal sufrimiento. José Fernández seguramente pensaba igual: jamás deseó causarle este sufrimiento a su abuela, a su madre, y a todos los que hoy — habiéndolo conocido o no— se nos va la vista en el pensamiento de su persona. Por mi parte, le digo un hasta luego y en este abismo invisible le añado un gracias. Como dije en alguna otra ocasión: espero que la puerta siempre quede abierta entre ese joven y tantos que lo amaban y que hoy sufren su partida: que quepan o no por la abertura no lo dejen morir, sino que lo conduzcan al paraíso.

«So, because reception isn’t great downstairs, up into that sky this 68-year-old lady in Santa Clara climbs with that radio on the nights her All-Star grandson pitches, up there closer to the stars, an old Cuban woman praying that there is no rain while listening to Marlins games alone on her roof».

Dan Lee Batard

Quién sabe si ya no tiene que subir las escaleras hacia el techo, pero no será solo una vez que esa abuela de José mire hacia el cielo imaginando a su nieto. Ahora la lluvia se convertirá en la manera de José de decirle que todo estará bien. La sonrisa de su abuela le recordará la alegría compartida: la vida eternamente celebrada. Descansa en paz, José Fernández.

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Mónica Vega González es literata y editora de carrera. Escribe desde Puerto Rico, su país natal, con planes de continuar estudios graduados en Literatura Latinoamericana en los EEUU.

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Mónica Vega González
Punto y coma

Literata y editora de carrera, estudiante de por vida. Escribiendo desde el silencio, pero siempre en salida ante el mundo.