La Gran Apuesta, o autopsia de una crisis financiera

Bertran Salvador
Punto y coma
Published in
7 min readFeb 1, 2016

Cómo explicar parte de una verdad incómoda y compleja a una población iletrada en económicas? Esa debió ser, sin duda, una de las preguntas que se hizo Michael Lewis, autor del libro que inspiró la película La gran apuesta. Película que, dicho sea de paso, goza de un cartel espléndido, suficiente para seguramente copar algunas nominaciones — no creo que premios — . La respuesta a esa pregunta debió ser, en la cabeza de Michael Lewis y Adam McKay, con unos personajes reales, empáticos y unos cuantos incisos a mitad de la película para explicar —de modo informal, usando metáforas culinarias o «blackjackianas» — complejos conceptos financieros. Y resulta, la verdad.

No debió ser una tarea fácil explicar una de las peores crisis económicas modernas, y menos aún cuando, al ser tan global, influyeron muchos parámetros: la crisis en España no fue igual que en EEUU, ni en Alemania. Sin embargo, la película hace un esbozo del detonante: el colapso de las hipotecas subprime — las llamadas hipotecas basura — a razón del crecimiento lógico de la tasa de morosidad. Dicha tasa crece por una razón: se daban muchas hipotecas, y bastantes de ellas eran altamente tóxicas; sin embargo si se empaquetan y se venden como bono seguro, con alta rentabilidad y bajo riesgo, empieza a hincharse la burbuja. Todo el mundo quiere apostar en el mercado de las hipotecas — dan más dinero que bonos del estado, y a priori no tenían riesgo — y se sigue hinchando la burbuja, se apuesta sobre lo ya apostado, se mueven miles de millones. Hasta que estalla, claro.

Todo empieza con la idea de coger las hipotecas y venderlas como un bono, un «activo», que sucede en los setenta y parece una práctica inocente

Vayamos al principio, siempre apoyándonos en la versión de la película para ir un poco más allá y explicar al posible espectador sobre qué se fundamenta dicho film. Todo empieza con la idea de coger las hipotecas y venderlas como un bono, «un activo», que sucede en los setenta y parece una práctica inocente. Coges un préstamo de un tipo, lo juntas con el préstamo de muchos otros tipos, y lo vendes empaquetado como un activo seguro, total, ¿quién no paga una hipoteca? Así, entre venta y venta, Ranieri se hace millonario y se empieza a gestar la crisis del bono, se juega con los tipos de interés y los préstamos concedidos. El mercado estadounidense se deja hacer, con el tipo de interés por los suelos para incentivar el consumo, con un precio de la vivienda que no para de crecer — hecho que blinda a los bancos en caso de impago, porque lo que harán será simplemente revender las casas a un precio superior.

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Evidentemente, prácticamente se empiezan a regalar las hipotecas, se conceden más y más préstamos de lo aconsejable y nos encontramos con las hipotecas subprime, las conocidas como «basura», que se concedían a clientes con una alta probabilidad de impago. Lehman Brothers, que quebró y se convirtió en figura visible del desastre, era una de las compañías que las concedían. Pero, ¿cómo no iban a pagar si todo parecía apuntar que el sistema económico seguiría y seguiría creciendo, una especie de reedición de les felices años 20? Bajo esta premisa, aunque no se pudiesen pagar las hipotecas, la continua subida de precio de los inmuebles hacía posible para el banco no perder dinero: simplemente revendes la casa más cara y sigue el juego, concedes más hipotecas, incluso hipotecas puente entre hipotecas, haciendo aumentar la deuda a niveles inabarcables y causando un boom inmobiliario del que nadie quería ser excluido.

Los bonos inmobiliarios pronto fueron uno de los centros de inversión del país, primero con todas aquellas hipotecas seguras — las conocidas como «triple A» — en las que el riesgo era mínimo. Pero poco a poco, el aumento en la concesión de préstamos de baja calidad creó grupos de hipotecas de elevado riesgo: los de tipo B.

En los CDO había un poco de todo, desde hipotecas subprime — BB o incluso B — hasta activos estables — AAA, aunque muy pocos.

Y no quedó ahí la cosa. Lo que se hizo fue constituir los denominados CDO, u obligaciones de deuda garantizadas: paquetes que contienen una amalgama de distintos préstamos, calificados como seguros por las agencias de calificación. Sin embargo, en dichos paquetes había un poco de todo, desde hipotecas subprime — BB o incluso B — hasta activos estables — AAA, aunque muy pocos. De este modo, la entidad que ostentaba dichos préstamos se los vendía a terceros — inversores — que a su vez jugaban a la ruleta de la especulación, vendiendo y revendiendo dichos paquetes de préstamos, algunos altamente tóxicos, e incrementando artificialmente el valor de ese paquete. Artificialmente porque, aunque haya mucha demanda de CDO — inversión segura y fácilmente vendible — estos siguen teniendo, en muchos casos, activos tóxicos que harán que tarde o temprano estalle, como si estuviésemos pasándonos una bomba de relojería.

Pero la cosa se complica. Aparte del dudoso futuro de las CDO, que se basan en préstamos hipotecarios y amenazan con derrumbarse, aparecen los conocidos como CDO sintéticos, con los no estamos invirtiendo directamente en una compañía; son apuestas secundarias sobre la suerte de algunas empresas o activos. En general, usan los llamados credit default swap para obtener los objetivos de inversión. Este término inglés puede traducirse por permuta de incumplimiento crediticio, que no es más que una cobertura de riesgos. Y aquí es donde empieza la apuesta. Un CDS viene a ser: yo te pago a ti, vendedor, X dinero cada Y tiempo, pero a la que haya impago de los CDO — cosa que sucederá, aunque no se viese venir — me vas a pagar mucho dinero. Es, por tanto, una apuesta, y es lo que da nombre a la película y uno de los agravantes de la crisis económica. Ah, y uno de los problemas radica en el CDS puede ostentarlo cualquiera, sin tener el CDO. Es decir: no es una póliza de seguros, es simple y llanamente una apuesta.

Todo ello se sazona con unas agencias calificadoras de deuda como S&P que califican los CDO como mucho más seguros de lo que en verdad son y llegando a tasar el riesgo más de doscientas veces por debajo del real

Entonces ya tenemos todos los actores dispuestos: una amalgama de préstamos hipotecarios — y otros — forman una CDO; se venden y se revenden los CDO, y además se apuesta contra o a favor de ellas, a través de los CDS — los «naked CDS» se prohibieron en el 2011 por el Parlamento Europeo — generando un gran volumen de inversión a partir de poco valor inicial y agravando la burbuja. Todo ello se sazona con unas agencias calificadoras de deuda como S&P que califican los CDO como mucho más seguros de lo que en verdad son — dándoles clasificaciones de triple AAA incluso cuando tienen muchos activos tóxicos — y llegando a tasar el riesgo más de doscientas veces por debajo del real (p.11).

Y acabó la fiesta. La subida de los tipos de interés — del 1 al 5% en poco tiempo — , la caída del precio de la vivienda, la dureza de los préstamos que iba incrementando, el aumento de la tasa de morosidad, el activo tóxico de las CDO, la inseguridad de los inversores… Todo ello llevó a la caída en picado del valor de los CDO, los préstamos no se devolvían, las grandes firmas estaban ahogadas por el pago unos CDS que se convirtieron en un activo en crecimiento… Lehman Brothers se declaró en quiebra y la crisis se extendió: cayeron también New Century o Bear Stearns. Se empiezan a dar rescates y se extiende al mercado financiero; en ciertos países como Grecia incluso se vuelve más dramática la situación al encontrarse en niveles de deuda muy superiores a las esperadas, llevando al país a la bancarrota.

Finalmente, se aprobó la llamada Dodd-Frank Act, una ley de reforma del sistema financiero para intentar prever futuras crisis. ¿Funcionará como se espera? Según la película, pronto lo comprobaremos porque tal vez una nueva burbuja se geste en un futuro no tan lejano…

Vale la pena que escuchemos y aprendamos lo que una película como La gran apuesta nos puede enseñar: exigir responsabilidades, dejar de delegar nuestro destino a terceros, y luchar para que no vuelva a suceder

Pero, ¿hasta qué punto es cierto lo que se cuenta en la película y la novela? A ojos del economista Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, es verídico en lo importante. Aunque también podríamos encontrar opiniones contrarias — según el autor antes citado, movidas por intereses particulares. Será difícil, pues, para los legos en la materia discernir entre verdad y mentira; sin embargo, vale la pena que escuchemos y aprendamos lo que una película como La gran apuesta nos puede enseñar: despertar nuestra curiosidad, exigir responsabilidades, dejar de delegar nuestro destino a terceros, ser conscientes del mundo que nos rodea y, en la medida de lo posible, luchar para que no vuelva a suceder otra crisis así.

Ese es, por lo menos, el sueño de McKay:

En mi caricaturesco sueño fantástico, espero que esta película consiga disgustar y enfadar a la gente, que salga del cine y pregunte a su congresista qué ha votado en cuestión de reformas del sistema bancario — Adam McKay

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Bertran Salvador es un intento de escritor barcelonés que compagina su carrera de Biólogo con su pasión con la escritura y la cultura.

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Bertran Salvador
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Escritor y biólogo, obsesionado con lo que menos importa. @Bertran_S