La importancia del «no»

Lecciones en caliente del plebiscito colombiano

cerohd
Punto y coma
6 min readOct 3, 2016

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Presidente y equipo de gobierno en alocución de derrota. Fuente.

Derrotismo y desengaño. Frustración en niveles cercanos a la demencia colectiva. Y polarización. Hasta la presencia de un huracán inédito, entre otros motivos, son atribuibles para justificar la derrota del «sí» a manos del «no» ayer en los resultados definitivos del Plebiscito por la paz.

Sin embargo, lo acontecido, a pesar de los nubarrones, es catártico. No de la manera en que una mayoría deseaba — de un puntillazo y, magia magia, terminaba el conflicto con las FARC — sino de una manera pragmática: el Soberano habló, así sea por algo más de 54.000 votos, y el Gobierno Nacional debe escuchar, bajar unos cuantos grados de soberbia y asumir otro traspiés en su dilatado expediente de fracasos.

A esta hora, 10 a. m. del 3 de octubre de 2016, no hemos regresado al conflicto armado — como lo advirtió el Presidente en varias ocasiones de darse un resultado negativo, o su Comisionado, que acaba de renunciar, al aventurar que no se movería una sola coma del Acuerdo — ni, aventurándonos, regresaremos a éste. Todo es debido a que el cese bilateral del fuego se mantiene: señales de ello fueron las declaraciones del Gobierno y los Líderes de las FARC. Y, mucho más importante, porque los ganadores del «no», un variopinto establecimiento de figuras alineadas a la derecha del espectro político pero millares con inquietudes genuinas respecto a los Acuerdos, llamaron a la concordia desde los primeros y demoledores anuncios de la Registraduría del Estado Civil. Esto es un avance político inesperado que pone una primera piedra en un esfuerzo sensato de reconciliación, si es que ésa, verdaderamente, es la apuesta de todos los habitantes de esta nación.

Pero los del «no», pese a lo escuchado hasta ahora en los medios y al polarizante matoneo en las redes sociales, no son vergonzantes ni, aunque duela a muchos, unos resentidos que se opusieron a la Paz. Una mayoría manifestó inquietudes genuinas relacionadas con temas candentes sobre los que había una espiral de silencio, motivada, en parte, por delegar la resolución de éstos a futuro, con lo que estaríamos sembrando la materia de conflictos para los próximos cincuenta años. La plata del narcotráfico, por ejemplo; la desmovilización de los menores; o el destino de las armas, entre otros. Tampoco ayudó el nunca dado, pero si demandado, perdón de los líderes guerrilleros (hay una discusión semántica importante: no pidieron sino que ofrecieron, lo que fue materia de discusión toda la semana) ni el apabullante aire de optimismo — hábil resultado de una propaganda estatal — que parecía dar por cantado un «sí» con peros, que era lo que ofrecían los Acuerdos.

Ni tampoco son enemigos de la Paz los 167.000 votantes que anularon su papeleta (la elección era entre un «sí» y un «no») porque detrás de esta acción anárquica y, definitivamente, situacionista había algo más de fondo, y era un llamado a la sensatez en medio de un panorama irracional y futbolero con respecto a decisiones cruciales para la totalidad del país.

Porque el gran perdedor del Plebiscito por La Paz no fue el pueblo colombiano en cualquiera de los dos, o tres, lados del espectro — así la estrategia de los partidarios del «sí» consista ahora en mostrar estadísticas aisladas en las que algunos municipios y departamentos colombianos afectados por las masacres hayan votado a favor o directamente en el ataque ad hominem vía social media — , sino el Gobierno y, especialmente, el Presidente, que se hizo elegir bajo esas banderas pero dirigió mal los Acuerdos desde el principio: con secretismo, arrogancia y vanidad a futuro con la supuesta concesión de un Nobel de Paz; desconectado de problemas aún más relevantes que la desmovilización de un diezmado grupo guerrillero, como la falta de inclusión real para grandes sectores de la población, la persistente crisis económica, las violencias criminales y el autismo de dirigir a un país desde, por decirlo de una forma clara, Londres y no Bogotá. Perdió el «sí» del Gobierno por oportunista: muchas figuras cuestionables de la política abrazaron la causa, con lo que generaron el rechazo de un sector del centro político que o calló su intención para evitar el matoneo permanente de los demás, o manifestó dudas legítimas con respecto a factores candentes que hemos citado en párrafos anteriores.

Pero también perdieron los medios de comunicación. Alineados a favor del «sí», intentaron, sin éxito, crear una interesada matriz de opinión que se desinfló a las 6 p. m. de ayer. Pero también los que aupaban el «no» por la misma razón. Ambos ya no tienen la credibilidad a la que siempre aspiran. El periodismo de este país se dio un tiro en el pie con esta campaña. Ahora son gigantescas agencias de medios publicitarios que devoran recursos multimillonarios para hacer eco del gobernante. Son aparatos ideológicos, y mercenarios, del gobierno de turno. También perdió la burocracia, que se puso la camiseta y entró a mediar en el debate, sin pudor pero con la conciencia de que al votar «sí», de manera oportunista, permanecerían en sus puestos de trabajo per secula seculorum. Y perdieron los idiotas útiles — Vargas Llosa en la cima pero el tuitero prepago o el tuitero entusiasta también — que amarraban argumentos de tipo «Quiero creer» en vez de promover ideas que permitieran convencer a aquellos que estaban viendo llegar a un tremendo gorila por la vía de las urnas.

La preocupación por la Paz fue un asunto de caudillaje político, de figuras pensando en Presidenciales de 2018 (comencemos por el mismo jefe negociador), pasando por mensajes poco coherentes (falló la pedagogía por la paz), prepotencia de aquellos que se consideraban la Nueva Colombia (débiles discursos progres a la vista) y un vicepresidente que construye su plataforma política con el erario público, así como una larga lista de males, que este gobierno no quiso atender y que son el caldo de cultivo de una oposición que le gana, de nuevo, otro pulso a un presidente débil, con gobernabilidad de chequera, y torpe, muy torpe, que pierde elecciones pero finge como un gran estadista en cada salida al extranjero.

Ganó un «no» incómodo — siempre lo será— pero con el aliento suficiente para obligar a barajar de nuevo y hacerse escuchar en la mesa. Al Presidente, que tiene fama de tahúr en el póquer, le queda una pequeña lección muy importante de cara a su vanidad: la política no se hace entre amigos de cóctel, de filiación política cercana o con veleidades sentimentales de otra época; se hace con los contradictores. Una oportunidad de oro la que tiene la derecha de este país para hacer las cosas bien, tal y como lo ha demandado, y poner la firma en los Acuerdos. La mesa se tiene que abrir, es cierto, y ahora que el tema adquirió la importancia que no tenía, momento es de presentar argumentos desde todas las líneas del espectro ideológico. También es hora de que los líderes de FARC asuman que la política se hace en terreno, y no desde La Habana, y que tienen, necesariamente, que dirigirse a sus bases, que, al igual que las Fuerzas Militares, están desconcertadas y a la espera de una señal.

Y los ciudadanos, al final, deben apostar por la nación, desde cualquier lado de la ideología, y, sobre todo, deponer los odios, sembrados en más de cincuenta años.

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0hd es Héctor Delgado (@cerohd), licenciado en Filología que escribe un proyecto denominado #52semanas. En paralelo, aglutina imágenes en Instagram bajo #366cerohd.

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★ Creado en 2013, este es el blog del Imaginauta, conocido bajo un anterior avatar como Hijo de la máquina★