Libros para leer con los niños (I): Jim Botón y Lucas el maquinista

Lómeron Martínez
Punto y coma
Published in
5 min readMay 14, 2016

Una de las mejores cosas que podemos hacer por nuestros hijos — o sobrinos, o ahijados, o nietos — es despertarles el interés por la lectura. Leerles un cuento cuando se van a la cama o escucharlos en sus primeros pasos como lectores, además de mejorar su capacidad de concentración o desarrollar su imaginación, refuerza el vínculo entre niño y adulto y afianza una complicidad difícil de igualar en otros aspectos la convivencia cotidiana.

La edad a la que los niños aprenden a leer (5-6 años) es una etapa de cambios en la que los pequeños se convierten en seres autónomos para comprender los múltiples mensajes escritos que los rodean (carteles, etiquetas, rótulos, cuentos, títulos y subtítulos en la televisión, teléfonos, tabletas y un largo etcétera), siendo el primer paso para que adquieran las habilidades necesarias para crecer como lectores. Podríamos caer en el error de continuar leyéndoles todos los cuentos o libros infantiles hasta que alcancen la pubertad, sin dejarles espacio para que den sus propios pasos o, en el otro extremo, fiarlo todo a una prematura autosuficiencia dejándoles enfrentarse solos a los libros. Por supuesto, cada niño es un mundo, pero por término general considero que en un punto intermedio está el buen hacer.

«puede resultar interesante invertir los roles convencionales y que sea el niño quien nos lea a nosotros»

Recomiendo cederles espacio paulatinamente, a medida que el niño adquiere confianza y habilidades lectoras, sin olvidar que, aun dejándoles libertad para ejercer como lectores en solitario, puede resultar interesante invertir los roles convencionales y que sea el niño quien nos lea a nosotros. Así podremos ayudarle con las palabras difíciles o a entonar correctamente a medida que adquiere soltura y la costumbre de leer regularmente por puro placer.

No obstante, creo que es una buena idea combinar las lecturas más sencillas en las que sea el niño quien lea con otras de mayor dificultad que pueda leer el adulto (o incluso ambos, niño y adulto, turnándose).

Desde nuestra posición de adultos podríamos pensar que la transmisión de conocimiento solo puede realizar en un sentido único (del adulto al niño), cuando realmente los padres tenemos mucho que aprender (o que recordar) del punto de vista infantil. Al hilo de esta reflexión, quiero resaltar una frase del prólogo de Jim Botón y Lucas el maquinista (1960) del escritor de literatura infantil y fantástica Michael Ende (Alemania, 1929–1995), el autor de obras más conocidas para el público adulto como «Momo» o «La historia interminable»:

«Existen cosas tan sorprendentes en este libro, que una persona mayor difícilmente podría comprenderlas sin que un niño se las explicara»

Lucas, Jim y Emma en China.

El universo Jim Botón

Lummerland es un país minúsculo, isleño, gobernado por el rey Alfonso Doce-menos-cuarto y habitado por 3 súbditos y una locomotora llamada Emma. Su existencia es pacífica y tranquila, hasta que un día llega un bebé negro con el correo, en un inesperado paquete con las señas escritas con muy mala letra que, con el tiempo, traerá muchos quebraderos de cabeza al rey. Cada año se volverá más evidente que Lummerland no es suficientemente grande para tantos súbditos y una locomotora. Y paro de contar porque ya destripo el argumento.

Llega a Lummerland un paquete inesperado.

El libro es una delicia de principio a fin, una obra maestra que solo sabremos apreciar en su totalidad si lo desciframos con los ojos del niño. Se trata de una novela que por su extensión y vocabulario recomendaría para una lectura autónoma a niños entre 9 y 12 años, no obstante lo veo ideal para la lectura compartida de padres con hijos de 6 a 8 años.

«El libro es una delicia de principio a fin, una obra maestra que solo sabremos apreciar en su totalidad si lo desciframos con los ojos del niño»

Mi experiencia personal con este libro es curiosa. Como lector, lo descubrí un poco tarde. Me regalaron con unos 12 años la segunda parte (Jim Botón y los trece salvajes) pero no lograba avanzar, al desconocer unos personajes y unos lugares que ya se suponían conocidos de la primera parte y que me resultaban extraños. Lo retomé con 14 años y ya me atrapó su fantasía desbordante. A eso de los 16 leí esta primera parte, Jim Botón y Lucas el maquinista, que también me gustó pero me pareció demasiado infantil desde mi visión adolescente. Veinticinco años después lo he releído con mi hija y gracias a ella he redescubierto la magia de leer una historia maravillosa sin plantearme si puede transportarse un bebé por envío postal, si la capital de China se llama Ping o si las locomotoras pueden expresar sentimientos.

En el mundo de este libro da igual que quien críe a Jim no sea su madre verdadera siempre y cuando lo haga con amor o que no genere ningún tipo de conflicto que él sea negro y la princesa que haya que rescatar sea china. La valía de cada uno tampoco depende de su edad o su tamaño: un minúsculo niño de niños (muchos se preguntarán qué es eso y en el libro hallarán la respuesta) puede ser un gestor mucho más eficiente que un importante ministro bonzo del emperador de China.

Vista general del reino de Lummerland.

La ilustraciones del libro, simples dibujos en blanco y negro de J.F. Tripp, resultan el acompañamiento perfecto para los textos y destilan claridad y ternura. En muchos se muestra a los niños qué pinta tiene aquello que se ha descrito y les ayuda a completar la imagen mental a veces incompleta por alguna palabra o concepto que se les escapa.

Es un libro imaginativo, diferente, alejado de ñoños cuentos de princesas y muy entrañable, con divertidos pasajes que harán la delicia de los niños y muchas aventuras. Si rascamos un poco más allá veremos unos personajes arquetípicos pero muy bien construidos y una historia en la que subyacen valores como la amistad, la valentía, la justicia, la sabiduría y nos enseña que una sola persona, aunque sea un niño, puede marcar la diferencia.

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Lómeron Martínez estudió matemáticas, desarrolló su carrera profesional en informática bancaria y escribe cuando puede. Escribe en el Libro de a Bordo desde hace más de cinco años.

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