¿Odiamos a la policía?

Pablo Aguirre Herráinz
Punto y coma
Published in
9 min readJun 1, 2016

Odiamos a la policía? La sociedad francesa, o más bien sus media, plantea la cuestión tras una agitada semana de enfrentamientos entre grupos de manifestantes y dispositivos policiales. Enfrentamientos que se remontan a la escalada de protestas ocasionadas por la entrada en escena, la pasada primavera, de una polémica reforma laboral que mantiene en pie de guerra al gobierno socialista francés y a una buena parte de la clase trabajadora a la que en teoría representa (mejor dicho, representaba).

El petardazo final sonó el pasado miércoles 18 en el curso de una jornada de movilizaciones nacionales convocadas por las propias fuerza del orden contra la violencia anti-policial. La consigna de la jornada fue de hecho «contra el odio anti-poli» (en francés: «contre la haine anti-flic»), y su saldo más notorio se produjo en París, cuando un coche patrulla fue incendiado por la bengala de un manifestante con sus dos ocupantes a bordo. Lo podemos ver en el siguiente vídeo:

Apenas se enfriaba el Renault AA-215-OF, estas imágenes habían dado ya la vuelta al mundo. Las cabeceras de informativos y ondas radiofónicas galas e internacionales, así como prensa digital e impresa, abordaban un espinoso debate que no es nuevo pero que siempre parece pillarnos desprevenidos por la manera en la que lo enfocamos. Así, muy pocas personas (en las tribunas públicas al menos) indagan sobre el origen de estos estallidos de violencia callejera o sobre la posible responsabilidad colectiva que, como una ola de calor social, alcanza a quienes se dedican a incendiar con sus leyes y prácticas abusivas el tejido ciudadano que nos une.

¿Odia la sociedad francesa a su propia policía? Esa es la sesuda pregunta que se ha planteado la prensa «seria» francesa. Como no podía ser de otra manera, la cuestión se ventila cómodamente con un «no» seguido de cifras, y es que a preguntas necias encuestas burras. Según la agencia Odoxa, el 82% de la población tiene una buena opinión de la institución policial (Le Parisien, 18 mayo 2016). ¡Y ya está! Pero eso es lo que pasa cuando se plantean encuestas de extremos categóricos («¿odia usted a su gobierno?, ¿preferiría el caos?»), y de preguntas de encuadre «sí» o «no». Se le roba al entrevistado la ocasión de profundizar y obtenemos el producto «cocinado» deseado.

El gobierno no tiene nada que ver en esta orgía de destrucción vívidamente recreada por los grandes diarios. Por contra, hablar de la precariedad de la clase trabajadora francesa, de si remonta la pobreza infantil o de cómo esta nueva reforma laboral puede incidir en todo ello… casi parece hasta de mal gusto, un desvío del tema principal que es ese maldito coche en llamas. Queda así el camino expedito para minimizar cualquier tipo de implicación política al tiempo que se genera opinión pública a favor de un posible endurecimiento del código penal de cara a posteriores movilizaciones.

Francia lacrimógena. Fuente.

El debate sobre la violencia policial vs manifestantes, en Francia o en cualquier otro país, es un debate que se pierde fácilmente en un «y tú más» asimétrico, víctima también de una distinta concepción de la violencia que distingue lo socialmente aceptable y lo inadmisible.

El primer elemento, el «y tú más», adopta aquí un formato ligeramente distinto: se convierte en «pero tú antes». ¿Vino primero el huevo o la gallina? ¿El porrazo del policía o la provocación del manifestante? El problema principal de esta encrucijada discursiva del «quién golpeó primero» es que lleva siempre al destino que nos hayamos fijado de antemano, pero lo hace en un clima dialéctico que para nada es equivalente. Es decir, como nadie está en posición de poner sobre la mesa todas las cifras objetivas (y madre de Dios, ¿dónde están las cifras objetivas?), lo único que nos queda es repetir mantras y ver quién se agarra a ellos, y como en cualquier guerra de publicidad y consignas, gana el que más medios tiene.

El problema principal de esta encrucijada discursiva del «quién golpeó primero» es que lleva siempre al destino que nos hayamos fijado de antemano, pero lo hace en un clima dialéctico que para nada es equivalente

En este caso, gana la versión oficial: los brutalizados son los manifestantes, no la policía. Un alto porcentaje de la población francesa probablemente tenga esta opinión, aunque sea por inercia y por la de toneladas de inputs que se le ofrecen en tal sentido: entrevistas a policías, reportajes sobre sus jornadas de trabajo, las mismas imágenes repetidas hasta la saciedad, recuentos que hablan de manifestantes detenidos y de policías heridos (como si los manifestantes no pudieran pertenecer a ambas categorías)…

¡Caray! Si los medios y el gobierno invirtieran este esfuerzo también en sensibilizarnos sobre la precaria situación profesional y personal en otros ámbitos (parados, minorías, pluriempleados…), otro gallo cantaría. Y tampoco es que a la hora de la verdad los distintos ejecutivos vayan a implicarse demasiado por reducir los recortes o los abusos laborales que se producen en el cuerpo policial. Pero donde todo es declarativo y no efectivo — el terreno de batalla predilecto de las hegemonías culturales y los capitales simbólicos — lucir orden y patriotismo es barato y rentable.

«Solo espero que podamos mantener la situación bajo control una vez la policía se entere de que también les robamos las pensiones». Fuente.

Por lo demás, la policía es usada como diana y como guantelete de fuerza ante las clases más populares, y esto no es una decisión personal de cada agente (al margen de cuál sea su grado personal de asimilación de la violencia y ejercicio de la misma), sino el fruto último de un proceso que viene de arriba, de los mandos, de sus órdenes, del Ministerio del Interior y de las presiones o influencias ante las que responde.

Es la construcción del «Estado centauro» del sociólogo Loïc Wacquant, paradigma del «stick and carrot» tradicional pero construido en torno a un complejo sistema que toca de cerca a la policía tanto como a la judicatura, y que visto en su conjunto se comprende mejor: inflexibilidad y dureza contra las rentas bajas; recursos procesales, abogados fetén, policías más educados y paraísos fiscales para los tíos del Monopoly y los grandes defraudadores, corruptos o prevaricadores.

Volviendo al tema del «y tú más» de la violencia en Francia, las denuncias de la «brutalidad policial», habitualmente acompañadas de vídeos e imágenes muy gráficas, han dañado bastante en el país vecino la credibilidad de una policía hasta hace poco elogiada por su labor antiterrorista. Sin embargo este desgaste es relativamente superficial en comparación a la minadura que sufre «el otro bando» (Nuit debout incluido), cuando la violencia de una minoría pasa a representar al conjunto y abre la puerta para medidas que jamás se tomarían con un agente de la ley, como la asignación a residencia (un tipo de prisión domiciliaria a la carta, algo que ya se inauguró gracias al Estado de Urgencia francés contra manifestantes antiglobalización) o la prohibición de manifestación para sospechosos sin causa penal demostrada.

«La violencia policial todavía está de moda». Fuente.

También se sufre la desinformación total sobre los casos de abuso o negligencia policial (a veces con resultados letales). Es decir, existen organismos oficiales que llevan la cuenta de los casos de violencia ejercida contra «personas depositarias de la autoridad pública» (en Francia el ONDRP: Observatoire National de la Délinquance et de la Réponse Pénale), pero por lo general, no existe nada que se le parezca en sentido contrario. De esta manera, solo los casos más escandalosos salen a la luz, y cuando pasa el fogonazo mediático de rigor la cosa duerme el sueño de los justos, como ha sucedido con el caso Rémi Fraisse, manifestante ecologista muerto en la madrugada del 26 de octubre del año 2014 en Toulouse por el impacto de una granada disparada por la policía. Me temo que tienes caso para rato, Rémi.

La policía y los manifestantes quedan dibujados como dos grandes púgiles orgánicos donde no hay diferencias formales: a nadie en las altas esferas parece molestarle que se trate a la masa manifestante como un único movimiento, o mejor aún, a la policía como una entidad no supeditada políticamente o profesionalizada. Los manifestantes más violentos y los más formales no vienen de ningún cuartel donde reciban directrices. Tampoco hay órdenes ni protocolos al salir a la calle, ni se cobra por ello ni se viste armadura pagada con el dinero de todos.

«A nadie en las altas esferas parece molestarle que se trate a la masa manifestante como un único movimiento, o mejor aún, a la policía como una entidad no supeditada políticamente o profesionalizada»

¿Y entonces?

Llegados a este punto, ¿qué propongo? ¿Qué se puede hacer?

  • Lo primero, ya lo hemos visto, es esquivar las preguntas trampa y los debates sin fundamento. Si hay tensión en la calle es porque hay un catalizador (o varios) que la suscita. No caigamos en el juego gubernamental de solucionar el conflicto para evitar el problema, que si no se ataja el segundo el primero siempre vuelve.
  • Segundo, evitemos condenas generalizadas a colectivos heterogéneos, o apuntemos en todo caso a las estructuras de mando responsables.
«El grito del pueblo», de Jacques Tardi. Volumen 1: «Los cañones del 18 de marzo».

En esta línea, recientemente tuve la oportunidad de asistir en Pau a la discusión en un círculo de Nuit Debout de un manifiesto dirigido a acercar posturas con el policía de a pie. La estrategia comunicativa busca ser inclusiva y pretende hacer causa común y presionar para que se denuncien desde dentro los excesos represores y las órdenes emanadas de unos cuadros jerárquicos poco o nada democráticos. Hay mucho que ganar distinguiendo entre tropa y mandos, y los parisinos y las parisinas mejor que nadie deberían saberlo, pues comenzaron su Comuna allá en 1871 confraternizando con un regimiento de soldados enviado para reprimirlos.

Todo esto, es cierto, no servirá de nada si no hay nadie entre los cuerpos de seguridad con valor suficiente como para recoger el testigo tendido, pero por algo hay que empezar. Por otra parte, quemar ese Renault AA-215-OF tampoco ha servido de mucho. Dio un buen susto a dos agentes («casi los mata», repiten los medios que contextualizaron hasta disculpar la muerte de Rémi) y ha puesto a cuatro personas a disposición judicial bajo la acusación de homicidio voluntario en grado de tentativa, pero por lo demás, sin novedad en el frente: paro, pobreza, xenofobia, explotación laboral y arena bajo los adoquines.

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Pablo Aguirre Herráinz es escritor nocturno y doctorando diurno. Actualmente centra su trabajo universitario en el estudio del difícil retorno desde el exilio republicano a España (años 1945–1985), a lo que se suman afanes muy profanos sobre temas de literatura histórica y actualidad obsoleta (guerras mundiales, etc.).

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