Perdón: la palabra impronunciable

Martín Tacón
Punto y coma
Published in
5 min readJun 2, 2016

Muy pocos podrán negar que en nuestro vocabulario existe una palabra que demanda un esfuerzo ímprobo, pues cuenta con un número exagerado de signos semiológicos que resultan en una casi imposible pronunciación. Se trata de la palabra perdón.

Antes de adentrarnos en los motivos del perdón, atengámonos por un momento a la taxonomía científica y semiológica de la palabra. Perdón pertenece al reino de los vocablos sustantivos, del filo gentileza aguda e integra la clase impronunciable, emparentándose con la familia de los gracias, permiso y buenos días. De todo el orden etimológico, perdón es el más renegado y sus orígenes son inciertos. Aunque está compuesta por apenas dos sílabas –una átona y otra tónica–, el segmento fónico «dón», al ser aplicado en un solo núcleo semántico junto al segmento «per» –independientemente del grupo sintáctico–, conllevan a un impedimento lingüístico grave que en la mayoría de los casos provoca nudos en la lengua, estrangulamiento, ahogo, hundimiento e incluso la condena. Actualmente, el vocablo perdón se encuentra en peligro de extinción.

Los motivos que derivan en el sentimiento de perdón son amplios y responden, en mayor medida de la integridad del ser y la honradez, al arrepentimiento. La imposibilidad no radica en su sentido lógico –atención: no confundir el perdón con la lástima ni la compasión o misericordia– sino en su pronunciación. Se han estudiado ocasiones en que el vocablo, al estar a punto de completarse en un individuo, se posa sobre la lengua en carácter de disculpa; es entonces cuando una señal nerviosa se dispara hacia el cerebro, mal aconsejado por la vanidad y el egocentrismo, las neuronas lo interpretan como un agente hostil provocando una entorpecimiento del tipo neurálgico petulante. Para sentir perdón, basta con estar arrepentido. Para pronunciar el vocablo puede ser útil seguir una serie de pasos, a saber:

1) Erguir el cuerpo adoptando posición vertical.

2) Enfrentar cara a cara a la persona con quien se está arrepentido.

3) Mirar fijamente a los ojos, sin apartar nunca la mirada sincera.

4) Apretar levemente los labios, formando una pequeña burbuja de aire en el interior de la boca.

5) Expulsar el aire con un chasquido de los labios, en un sonido semejante al «pe».

6) Aquí viene lo difícil: la lengua debe subir y tocar apenas el paladar, e inmediatamente después, sin desviar la mirada del sujeto, la lengua seguirá su viaje hacia adelante hasta tocar la parte interior de los dientes.

7) Crear una segunda burbuja de aire que se exhalará semejante al «do».

8) Finalmente, la lengua vuelve a subir para tocar el paladar, esta vez en su extremo más próximo a la fila dentaria.

9) Cerrar la boca.

La incorrecta articulación de este vocablo puede ser en verdad perjudicial para la salud. Algunos hospitales cuentan con personal médico capacitado y reservado a los pacientes que son trasladadas de urgencia con severos síntomas de ahogamiento o nudos lenguarios. Si el doctor logra actuar a tiempo, podrá solucionar sin problemas un dilema del tipo nudo en la lengua. A veces, con un leve corte de bisturí o antiinflamatorios la lengua volverá automáticamente a su estado natural. Un ahogamiento es aún más peligroso, pues es capaz de comprometer la respiración, y en el peor de los casos deriva en un estrangulamiento. Para evitar el estrangulamiento es primordial atacar el estado de ahogo en su etapa inicial (si sufre principios de ahogamiento, llame a emergencias en el número telefónico que figura en su guía). Un médico especialista le pedirá que abra la boca y saque la lengua para detectar visualmente el perdón atorado en su garganta. Posteriormente introducirá una tenaza de acero, tomará el vocablo atragantado y procederá a extraerlo lenta y cuidadosamente. Aunque no se aconseja, este procedimiento puede realizarse de forma casera siempre y cuando se tomen las precauciones necesarias; llegado a este punto es de suma importancia señalar que al introducir las pinzas por la boca y ejercer demasiada presión sobre el extremo visible de la palabra, el perdón puede romperse por el lado del dón o del per, lo cual en algunos pacientes puede devenir en una infección más grave siempre que no se actúe con prontitud. Por esta razón, la persona debe tener extremo cuidado a la hora de quitar el vocablo y contar con el tacto suficiente para discernir que haya retirado la palabra en su totalidad. En lo posible, consulte con un especialista.

Extendiéndonos en los estados clínicos, se han registrado casos de hundimiento. Cuando un individuo es víctima del orgullo y se niega a la tentativa purificadora del perdón, caerá en una fatal acumulación de culpa. Diversas religiones han aportado soluciones a través de la expiación del pecado, apelando una vez más a la profunda emoción del arrepentimiento –fundamental en diferentes ámbitos, como podemos ver–. Los devotos apelan a un procedimiento místico que consiste en posar las rodillas en el suelo, alzar la cabeza y juntar las palmas de las manos. Cuando la cabeza rebasa de orgullo y los bolsillos chorrean de tanto ego, es claro síntoma de que el individuo se encuentra en el proceso inicial de hundimiento, y este, al ser diagnosticado, debe ser tratado con urgencia para evitar el colapso en su fase definitiva: la condena. En los círculos políticos es aún más frecuente este pernicioso cáncer, y ha llegado al extremo de contagiar a otros grupos sociales. Así, a lo largo de los siglos, numerosos flotas se han hundido en las abisales profundidades, reinos han sucumbido frente al auge del yerro y naciones enteras han caído por el mortífero peso de la culpa.

Pero no todas las noticias son desalentadoras. Dejando a un lado los paradigmas de la desgracia, en contadas situaciones la formulación de la palabra perdón es posible en seres humanos. En el más excepcional de los casos –proeza reservada a unos pocos honestos–, la palabra perdón es emitida de forma satisfactoria, sin ningún tipo de fatalidad circundante ni víctimas colaterales, y según aseguran los expertos y las personas que han sido testigos de este evento milagroso, el resultado es de sumo beneficio para el alma y el espíritu de ambas partes, porque quien perdona a sus semejantes se perdona también a sí mismo.

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Martín Tacón es un periodista argentino. Lleva más de cinco años escribiendo en el Libro de a Bordo.

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