Por qué no me importa quién gane la Champions

Albert Grau Carbonell
Punto y coma
Published in
3 min readMay 29, 2016
Un activista lanza billetes a Blatter en una rueda de prensa de la FIFA.

Soy culé desde pequeño, pero me da igual si hoy gana el Madrid. También me daría igual si la ganara el Barcelona —de hecho a veces incluso me apetece que pierda. Chocante, ¿no? Ha sido un proceso lento, constante, que pasó desapercibido. De los que no descubres hasta que echas la vista atrás; hasta que ves en alguien algo que antes tú tenías, pero ahora ya no.

Así, sin más, el fútbol ya no me dice nada. No tengo prácticamente ninguna simpatía por un deporte que, más que emocionarme, me da vergüenza ajena.

Me explico con un ejemplo. Parece ser que Mascherano deja el Barcelona. Se dice que quizás es porque el club no lo amparó, ni siquiera jurídicamente, cuando se destapó su fraude fiscal. ¡Ya le vale al Barcelona! También se ve que no estaba en el escalón salarial que le correspondería. De nuevo, el Barcelona no le pagaba lo suficiente. Aparentemente somos tontos dejándolo marchar.

Y así, muchas más. En lugar de dejarlo marchar, a una persona así hay que darle una patada en el culo. ¿Y quejarse por cobrar poco, por dar patadas a un balón? ¡Por favor!

En el fondo lo que más me molesta es que vayan de la mano ser fan del fútbol y suavizar, consciente o inconscientemente, los escándalos que lo acompañan: los sueldos, los fraudes, las declaraciones, las exigencias de los mismos jugadores… Sí, todo el mundo opina que cobran demasiado. Pero también suelen pensar que el presidente del gobierno cobra demasiado. Y que los paletos cobraban demasiado durante el boom inmobiliario. Quizás nunca hayan comparado los sueldos. O no entiendan de órdenes de magnitud. Y lo peor: su ira se dirigirá antes al paleto, luego al político y finalmente, con mucha suerte, al futbolista.

Parecerá una tontería, pero aborrecer el mundo del fútbol — que no al deporte en sí — me ha dado una visión mucho más crítica de otros aspectos de mi vida

En lo personal, he podido separar ambas cosas cuando he dejado de estar dentro. Cuando me he dado cuenta de que no me cae bien ningún jugador desde el instante en que tiene una mínima queja. Cuando ni siquiera las entidades me gustan, por mucho que tengan sus proyectos solidarios. Cuando el concepto supera al producto.

Y como en el fútbol, en todo.

Parecerá una tontería, pero aborrecer el mundo del fútbol —que no al deporte en sí— me ha dado una visión mucho más crítica de otros aspectos de mi vida. Probablemente, porque para creer que no somos una ovejas en manos del marketing futbolero hemos de bajar los estándares de todo lo demás. Ignorar el resto de injusticias para no desencantar esa afición tan nuestra. Esa en la que ni jugamos, ni ganamos títulos. Esa que seguiría funcionando si no estuviéramos, o si apoyáramos a otro equipo. Esa que nos enfurecería si la tratáramos con estándares morales decentes.

En todo caso, veremos la final juntos. Vosotros animando a vuestro equipo. Yo esperando un buen partido y preguntándome por qué le doy share a algo que debería perder su popularidad. «Sí» al deporte, «no» a aprovecharse del espíritu competitivo de la gente para ganar millones y luego mearse en nuestra cara.

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Albert Grau Carbonell recientemente se graduó en Física y ahora escribe desde los Países Bajos, donde estudia un Máster en Nanomateriales. Escribe en elLibro de a Bordo desde hace seis años.

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Albert Grau Carbonell
Punto y coma

Físico, divulgador, expatriado y escritor aficionado.