¿Qué demonios hizo Amancio Ortega para ganar tantísimo dinero?

Pepe Martín Valcabado
Punto y coma
Published in
8 min readSep 12, 2016
Aspecto actual de la primera tienda Zara que existió, en la calle Juan Flórez de A Coruña. Fuente.

El pasado miércoles todo bicho viviente bien informado en España y en buena parte del extranjero se desayunó con la noticia de que Amancio Ortega había superado al mismísimo Señor de las Windows — el gran Bill Gates — como hombre más podridamente rico del mundo. Enseguida, millones de opinadores se lanzaron a un combate sin tregua a favor y en contra del empresario gallego.

El cuento de hadas

Don Amancio es un leonés nacido en 1936, afincado en A Coruña desde su niñez. Comenzó como empresario montando una fábrica de batas a los veintibastantes y ha terminado por construir un imperio textil llamado Inditex, presente en 4 continentes. Para entender su figura, hay que decir que no quiso o no pudo o no se le daba bien estudiar, porque de haber pasado por la Universidad, o por una Escuela de Comercio de los oscuros años 50, seguramente le hubiesen enseñado eso de «zapatero a tus zapatos», que un buen empresario debe centrarse en su negocio principal y dejarse de gaitas (lo que hoy en día llaman las grandes empresas «externalizar» todo aquello ajeno a su objetivo).

Amancio Ortega era un desconocido hasta que Inditex salió a bolsa. Fuente.

Pero Don Amancio debía tener un pequeño cuñado dentro y aplicó ese simplón principio de «para hacer dinero, elimina los intermediarios». Ni corto ni perezoso, se le ocurrió empezar por fabricar albornoces allá por los felices años 60. No le fue mal, y poco a poco fue diversificando su producción a otro tipo de prendas: el negocio resultó un éxito. Una década después, y ya con un buen colchón, abrió (siempre junto a su primera esposa, Rosalía Mera, que buena parte del mérito también fue suyo) una tienda de «ropa de moda» de cosecha propia y precios más bien baratos: la ya mítica Zara. El círculo estaba cerrado. La empresa producía, distribuía y vendía; todo a la vez y exclusivamente para ella misma. Don Amancio mostraba unas virtudes deseables en todo hombre de empresa: era trabajador, exigente, meticuloso. Zara se convirtió en una mina de oro. No obstante, Don Amancio mantuvo la cabeza fría y, en lugar de gastárselo en lujos asiáticos como todo nuevo rico que se precie, reinvirtió lo ganado en fabricar más productos, abrir nuevas tiendas, comprar más camiones. Y una vez más, rompiendo los cánones de lo empresarialmente correcto, sin endeudarse. Consciente de que había que darle a la gente lo que quería — moda a buen precio — no se conformó con vender una línea por temporada y en sus tiendas cada mes podía encontrarse ropa distinta, siempre a la última. La calidad de las prendas quizás no fuese siempre la mejor, pero el precio no solía ser el problema y, por ajustado que fuese el presupuesto del cliente, nunca había excusa para salir de la tienda con las manos vacías.

Tampoco se conformó Don Amancio con Zara y diversificó público objetivo con otras marcas como Massimo Dutti, Bershka o Pull&Bear. Tras haberse expandido por España, Don Amancio exportó el modelo Inditex por todo el mundo. Para ello, sacó la empresa a bolsa, pero quedándose para él mismo una porción mayoritaria que aún hoy mantiene.

Y comieron perdices y Don Amancio, ya anciano, dejó la empresa en buenas manos para dedicarse a obras de caridad y ver cómo crecen sus nietos.

Ortega, el hombre que nunca lleva corbata. Fuente.

Manos lavadas, guantes sucios

Por supuesto, hay cosas que el cuento oficial no cuenta. Como que cuando las tiendas de Zara comenzaron a expandirse como setas, Don Amancio, comenzó a rodearse de muchos y muy buenos ejecutivos — de los que sí estudiaron en la Universidad — que ayudaron a convertir a Inditex en la gran empresa que es hoy en día. Entre ellos, la figura más destacable es José María Castellano, que fue la mano derecha de Don Amancio de los años 80 a la década de 2000. Pues bien, precisamente la parte del sistema de producción con la que comenzó la empresa, la fabricación, comenzó a externalizarse. Entre finales de los 80 y principios de los 90, en Galicia proliferaron los talleres textiles que trabajaban para Inditex; en los mejores casos formados por cooperativas de costureras, en los peores por empresarios con pocos escrúpulos que se aprovecharon de la vulnerabilidad de algunas mujeres para tenerlas trabajando de manera ilegal y a destajo en locales insalubres. Para Inditex, las personas que hay detrás de sus prendas no existen. Se trata de una relación meramente económica: se subcontrata a una empresa para que tal día entregue x número de prendas con tales o cuales especificaciones. Si esa empresa tiene a trabajadoras que no están dadas de alta en la Seguridad Social, o si trabajan el doble de horas de las que marca la ley, no es asunto de los de Don Amancio.

«Ahora resulta muy difícil mantener una venda en los ojos y escudarse en que todo el tinglado es legítimo porque existe algo llamado ética»

Pero ahí no queda el asunto. Alguien podría decir que Galicia debe ser hoy en día un territorio sin apenas paro, donde cualquiera que sepa enhebrar una aguja tiene un trabajo — mejor o peor — asegurado. Pues tampoco. De esas pequeñas cooperativas pocas quedan ya, seguramente menos que cuando Inditex no existía. ¿Cómo es posible? La respuesta está en el monocultivo. Inditex con su rápido crecimiento pronto se convirtió en el principal cliente de esas pequeñas empresas textiles. La exigencia de nuevas y siempre mayores entregas llegaba sin previo aviso, sin tiempo para reaccionar. «O tienes 1000 prendas para este día u olvidaos de trabajar más para nosotros», decían los interlocutores de la gran empresa. Los pequeños talleres se vieron obligados a trabajar únicamente para Inditex: incapaces de soportar la baja de su mejor cliente, se veían forzados a abandonar al resto. Una vez establecido el monocultivo, llegó la fase de apretar las clavijas. «En Portugal lo hacen más barato, así que los precios que pagaremos a partir de ahora por prenda serán más bajos». Las costureras comenzaron a hacer horas extra gratis para no perder sus trabajos. Muchas no aguantaron, pero luego la situación empeoró porque ya no era Portugal con quien había que competir sino Marruecos. Ahora es Asia. Quizás mañana sea el África subsahariana.

¿Desagradecidos o concienciados?

Don Amancio cumplió 25 años en 1961. Si en un universo alternativo le hubiésemos enseñado en una bola de cristal cuál sería su futuro, le parecería inconcebible que hubiese alguien en el mundo que no lo admirase, más allá de algún exempleado resentido. Desde el prisma de los años felices — por llamarlos de algún modo, al descender el rigor y mejorar la economía española— de la dictadura franquista, Amancio Ortega es el ideal de buen empresario en 1961: ha logrado ser el más rico del mundo sin haber heredado, partiendo de cero; ha mantenido su sede con el consiguiente empleo directo en España, en Arteixo, a las afueras de A Coruña; se ha mostrado como un gran padre para miles de empleados llegando incluso a repartir una paga extra como premio por los buenos resultados de la compañía; es campechano y huye de la ostentación y, por último, dedica grandes cantidades de dinero a obras benéficas: un día dona 20 millones de euros a Cáritas y al otro 40 al sistema sanitario público andaluz para la compra de unos carísimos equipos de radioterapia. Según esa perspectiva de 1961, todos deberíamos besar el suelo que pisa Don Amancio, el gran prohombre.

Marta Ortega (hija de Amancio Ortega) y Susana Díaz (presidenta de la Junta de Andalucía). Fuente.

Pero estamos en 2016. Ahora resulta muy difícil mantener una venda en los ojos y escudarse en que todo el tinglado es legítimo porque existe algo llamado ética, que si bien la conoce el ser humano desde hace unos cuantos milenios, en estos tiempos resulta más difícil escaparse de ella sin que se sepa. Detrás de cada uno de esos millones de euros (decenas de miles de millones más bien) hay muchos empleados estresados trabajando las horas que hagan falta, mucha costurera trabajando de sol a sol por una miseria en locales infectos y sin las más básicas medidas de seguridad, mucha explotación y mucho aprovecharse de la necesidad ajena. Parece que Don Amancio de responsabilidad social corporativa mucho no sabe, o no quiere saber.

No acaban ahí las reticencias del ciudadano concienciado. No son pocas las quejas acerca de las tallas en Zara y su papel en el refuerzo de estereotipos con nocivas consecuencias para muchas mujeres.

Edificios más emblemáticos propiedad de Amancio Ortega. Fuente.

Como en muchas otras empresas, Inditex hace lo que puede por escaquearse de pagar todos los impuestos que debería. Ha establecido su tienda online en Irlanda aprovechándose de su baja fiscalidad para este tipo de empresas y ha creado artificiosos entramados en diversos países para pagar menos. Semejantes maniobras no son ajenas al propio Ortega cuando se trata de gestionar su propio patrimonio personal, que es manejado desde diferentes sociedades instrumentales y, como no, su propia fundación.

El planeta tampoco parece muy amigo de Don Amancio. Las marcas de Inditex, con su exitoso modelo de múltiples colecciones de ropa, favorece un patrón de consumo de: comprar-usar unas pocas veces-tirar-volver a comprar, despertando en el consumidor la necesidad permanente de una prenda nueva que solo estará a la ultimísima durante unas pocas semanas. Un derroche de recursos impropio de lo que muchos creemos debe ser el siglo XXI.

No creo que Amancio Ortega sea un villano, tampoco un héroe. Solo un hombre que acertó, y mucho, a la hora de hacer realidad una idea. En lo que no ha caído es en que esa idea puede tornarse en pesadilla para muchos otros.

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Pepe Martín Valcabado es un leonés con ínfulas de periodista y escritor. Es comentarista político y realiza crítica social.

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Pepe Martín Valcabado
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Nuevo proletario. Me gusta jugar al Civilization, al Diplomacy y al futbolín.