Viaje rumbo a nada

María Ripoll Cera
Punto y coma
Published in
6 min readSep 10, 2016
El desierto de Atacama te da su energía milenaria sin apenas nada.

Si Ulises hubiera leído en un foro que en su viaje toparía con unas sirenas cuyos cantos lo harían enloquecer, ¿habría ido? Probablemente sí, pero la mayoría de viajeros del siglo XXI preferiría verlas cómodamente desde el interior de un barco de pasajeros, a salvo de su embrujo y con una lata de Coca Cola en la mano. Vamos a ver, ¿qué sentido tiene acercarse a algunas de las mujeres más fascinantes del mundo si no es para caer entre sus redes? ¿O para luchar contra ellas y hacerse más fuerte?

Planificar con sentido crítico

Es tanta la información que hay en Internet sobre la mayoría de países del mundo, que puede planificarse todo un viaje desde el salón doméstico: vuelos, taxis, alojamientos, alquileres de vehículos, trenes y autobuses, restaurantes de moda, entradas a sitios turísticos… Y cuando se puede, automáticamente pierde sentido no hacerlo: solo los nostálgicos se niegan hoy a saber el sexo de su bebé antes del parto.

Llega el día en que emprendes — ¿te has fijado en que solemos emplear este verbo tan aventurero, «emprender», cuando hablamos de viajes? — ese viaje tan bien programado. Cuando llegas, no hace falta informarse de cómo llegar del aeropuerto al alojamiento, y ya está escogido dónde se va a comer y qué se va a visitar a la llegada.

Lo bueno de viajar es que nadie podría jamás describirte ese lugar en el que estás en ese momento. Igual que no se puede resumir la experiencia que es para cada persona un libro o una canción. Si solo tú puedes crear tu propia relación con el lugar que estás visitando, ¿por qué dejas que sean otros quienes te digan cómo recorrerlo?

Llenarse de preguntas

Qué bueno por ejemplo descubrir los utensilios de cocina que venden a los bonaerenses

Los grandes viajeros hablan del placer de dejarse llevar por los propios pasos. Observar a quienes viven la calle. ¿Sabes que en Chile y Argentina muchos perros habitan en las aceras, alimentados por los vecinos? Lo cual obliga a circular con precaución y a colocar las basuras en lo alto. Es más, dónde coloca cada país su basura podría ser todo un tratado filosófico.

Son, por ejemplo, las 11 de la mañana y ves pasar a un grupo de escolares. Vaya hora tan extraña ¿no? Les preguntas y te informan de que están ayudando en las fiestas patronales de la iglesia principal, a la que quizás vayas por la noche, a ver el ambiente. Una información que probablemente no forma parte de ninguna guía.

También te fijas, quizás, en que apenas hay personas mayores. Y empiezas a reflexionar sobre lo joven que es ese país, mientras buscas dónde juegan los niños, si tienen panaderías y buena fruta, qué tal funcionan los medios de transporte, cuántas ventanas hay enrejadas, qué venden los comercios… Empiezan a asomar tantas cuestiones que querrás preguntar a los locales. Cosas del día a día que empiezan a relativizar las de tu ámbito local: quizás no está tan mal asfaltada tu calle, después de todo.

Cuando decides entrar en un local para comer, haces mucho más que alimentarte. Eres acogido por otra cultura gastronómica, invitado a descubrir otra cocina, otro tipo de acompañamientos, nuevos sabores. A contactar con su dueño o con el camarero orgulloso de las habilidades que tanto le ha costado conseguir. Vale por tanto la pena caminar lo que haga falta y entrar en varios sitios, hasta dar con uno que merezca ser recordado.

Quizás ya has averiguado qué barrio te gustaría explorar más, pero no puedes porque ya reservaste alojamiento desde tu ciudad, buscando la mejor oferta. No hay precio que valga, sin embargo, la experiencia de dormir en un mal motel de carretera por descubrir un lugar inesperado para comer, que ha roto todos los planes. O el hallazgo de un acogedor hotel familiar adentrada ya la noche. Solo pasando descalabros se valoran las minucias que hacen confortable nuestra vida.

Un lugar inesperado vale por dos.

No buscar nada

El pecado venial de la tecnología del siglo XXI es que ha vuelto al viajero comodón. Hasta tal punto, que pone en peligro su condición de tal. Ver lugares bonitos no es lo mismo que vivir experiencias. Para ello hay que callejear, charlar con desconocidos, adentrarse fuera de las zonas turísticas, tumbarse por la noche bajo las estrellas, arriesgarse… Más vale ser conscientes de ello antes de que llegue la realidad virtual.

El pecado capital: convertir el emprendimiento en inversión. El viajero de hoy invierte en una experiencia en la que deposita grandes expectativas. Por ejemplo, cruzar los Andes por la región de los Lagos (cruce andino), más caro y más largo que un simple vuelo. Paga ese dinero y gasta ese tiempo del que espera obtener a cambio una belleza suprema o una atención especial. Es imposible que los Andes se ajusten a sus deseos.

Si decides cruzar los Andes por los lagos, te la juegas, digan lo que digan las guías turísticas. Como al recorrer un país por carretera y acabar monótonamente aburrido. O no caber en la playa de postal escogida, o encontrártela asolada por el viento, las algas o las medusas.

12 horas de bus son una gran ocasión para encontrar una alpaca.

No se puede viajar esperando encontrar. Estás recorriendo otro modo de vida. Necesitas toda tu atención. Recordarte el privilegio que es ser viajero voluntario. Viajando así, nada te defrauda. Qué prodigio formar parte por un día de los Andes, invadido por su solitaria fuerza. El olor de su aire puro ya merece el viaje.

Por otro lado, confieso, por ejemplo, que Buenos Aires me ha defraudado. Lo he vivido durante muchos años a través de la nostalgia de un amigo y me gustaría poder regresar en blanco.

Tampoco se debería visitar de un lugar solo lo que le ha dado fama. Si quieres que te impacte, debes dejar que su gente te enseñe cómo han hecho de él su hábitat, con lo bueno y con lo malo. Visitar áreas rurales, barrios anodinos, ciudades sin nombre, eso es lo que te conecta de verdad con ese país, además de relativizar en alto grado tus preocupaciones habituales. Te sorprendería saber lo orgullosos que se sienten, por ejemplo, los atacameños, de vivir entre volcanes… Algo que nos pondría muy nerviosos a los europeos.

Siempre hay, sin embargo, algún lugar que no te gusta. Incluso que aborreces. ¡Cuánta información te da sobre ti entonces! Si hay un lugar en concreto que te produce un gran rechazo, ¡ojo!, que te está pasando lo mismo que con aquella persona que no soportas sin razón aparente: te está mostrando lo que más te desagrada de ti mismo y que tan bien ocultas. En mi caso, no me considero una loca por la naturaleza y sin embargo los dos viajes que más han significado para mí han sido Finlandia y ahora los Andes. Este último me ha convencido de abandonar por fin mi ciudad y llevar una vida de exterior, junto a mi amado mar.

Por muy bonita que sea la vista, es mejor vivir al otro lado del cristal

En definitiva, ningún lugar del mundo tendría que gustarte o disgustarte sino solo abrirse a tu mirada curiosa. Y al GPS, que tan bien sabe llevarte hasta la pensión más humilde de una gran ciudad. Deja que te lleve, pero decide tú a cuál. ¡Buen viaje!

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María Ripoll Cera (@idelfonsa) trabaja con contenidos y comunicación digital en www.escrituraprofesional.com y es escritora. Descárgate su primera novela gratuita en www.inspectorpool.es

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