Vivir la Undécima en Milán con PlayStation

Hugo Aguirre
Punto y coma
Published in
8 min readMay 31, 2016
Las calles que rodean al Duomo decoradas para la ocasión con los colores y jugadores de los equipos de la final.

En un año turbulento con cambio de entrenador y con un Barcelona que en Navidades se las veía ya campeón de un triplete, el logro de haber conseguido la Undécima para el Real Madrid es épico. Y, personalmente, tener la oportunidad de ver la final de la mano de PlayStation es un lujo que solo se disfruta una vez en la vida.

Me armé con una videocámara, mi camiseta madridista y toda mi ilusión el sábado veintiocho de mayo cuando me desplacé con un buen número de otros invitados por PlayStation a Milán. En el grupo había desde Youtubers a invitados de terceras empresas con las que congraciarse de cara a futuros desarrollos. Por desgracia no eran fanáticos del fútbol, así que tuve que esperar a estar en las calles de Milán para disfrutar de un ambiente cargado de fútbol.

La Champions Village que había preparado la UEFA se extendía desde el Duomo hasta el Castello Sforzesco. Unos veinte minutos de paseo llenos de puestos donde hacerse fotos o participar en mini-juegos, lleno de restaurantes, boutiques de lujo y cómo no, los omnipresentes sponsors. Así que saqué la cámara y me dispuse a retratar esos instantes de felicidad y pasión que me depararía el acontecimiento deportivo del año.

Champions Village de la Uefa.

Obviamente, como invitado de PlayStation y trabajador de la misma estaba muy interesado en ver qué presencia tenía la compañía en aquel festival de fútbol y alegría. Tenían una pequeña carpa en la que se podía uno hacer fotos con un colega insertando tu cara en la portada del ProEvolution Soccer. También había varias consolas donde jóvenes y no tan jóvenes se viciaban al juego, y varios dispositivos de Realidad Virtual que pronto estarán a la venta. PlayStation está apostando fuerte por este dispositivo en la que será su primera generación. Los gráficos no son gran cosa pero hay que entender que la innovación se encuentra en la experiencia, la inmersión y la sensación de comunión con el juego. La demo disponible era un juego donde había que marcar goles de cabeza. Era divertido jugarlo. Aún más gracioso es ver a la gente dando cabezazos al aire.

Carpa de Playstation con énfasis en Realidad Virtual y PES.

Pero si había algo que destacaba por encima de todo en la Champions Village, en el centro de Milán, era el buen ambiente. Atléticos y madridistas por todos lados, mezclados, pasando un buen rato junto a sus acérrimos rivales. No era difícil verlos haciéndose fotos juntos, ni tampoco degustando la famosa comida italiana entre cánticos y chanzas.

Cánticos de los aficionados.

He de reconocer que los colchoneros tienen una afición envidiable, de quitarse el sombrero. No dejaron de animar a su equipo desde el momento en que pisaron las calles de Milán. Paseando por el centro, en la famosa Galería Vittorio Emanuele II me encontré a un grupo de particular buen humor que no paraba de festejar como si hubieran ganado. La esperanza es lo último que se pierde, y con el fútbol siempre vuelve porque la estadística es cosa de Maldinis pero no del deporte rey.

Galería Vittorio Emanuele II invadida.

También intercambiaba mensajes con mis amigos a todas horas. Hubo diversas reacciones a mi presencia en la final de la Champions; la mayoría sufrían de una envidia sana y me deseaban que disfrutase al máximo. También dejaron caer alguna ácida crítica: mi invitación formaba parte del chanchullo de la UEFA y su vergonzoso reparto de entradas a los clubes, y en última instancia a los aficionados. No me lo decían porque no sea un seguidor de toda la vida del Madrid, sino porque he conseguido mi entrada a través de un tercero — PlayStation — que gracias a la UEFA se quedó con una buena tajada de las entradas. Yo lo tengo claro: es muy injusto, y a pesar de que me alegré de disponer de una entrada pienso que ninguna organización debería tener derecho a más entradas que las del palco. El resto debería ser por sorteo para todos los aficionados y amantes del fútbol. Lo contrario no es más que corrupción corporativista moderna que no solo daña al deporte sino que se utiliza para agradar a periodistas, políticos y personalidades… Lo que en mi pueblo se conoce como sobornos.

Un buen almuerzo era importante antes de la final, y qué mejor que Italia («sí, España») para degustar la comida mediterránea. Así que con la ayuda de Google Maps elegí un restaurante italiano conocido por sus tablas de curados y grandes ventanales. Como os podéis imaginar fue esto último lo que me decidió a entrar en el local…

Restaurante italiano recomendado por Google debido a sus largos ventanales.

Desde ahí me desplacé al estadio de San Siro en metro. Un tropel de gente con la misma intención abarrotaba los vagones. La tensión se empezaba a disparar y los cánticos de madridistas y colchoneros iban y venían continuamente. Era una fiesta, y casi me dieron ganas de quedarme en la estación de metro dejándome los pulmones para ahogar los gritos de los atléticos.

Una vez en los aledaños del estadio la algarabía era total. Nadie se daba cuenta de algo que cada vez me hacía sentir más aprensivo: para que un equipo pudiera ganar, ¡el otro debía perder! Y yo no estaba preparado para perder. Es decir, ¿quién hace miles de kilómetros, invierte su dinero y se deja el corazón en un puño para luego salir cabizbajo? Yo no. En esas entraba al complejo de hospitalidad que PlayStation brindaba a sus invitados. Si alrededor del estadio la comida era cara y todo fast food, dentro de las carpas la comida tenía una pinta deliciosa — y era gratis. Había desde tapas a todo tipo de platos y postres. Y ya no hablo de las bebidas. Vamos, ¡que no se estaba mal! Muchos preferirían quedarse en las carpas engullendo que atender al partido.

Entrada a la zona para invitados de las compañías patrocinadoras con servicio de catering y preciosas azafatas.

Mientras disfrutábamos de las bebidas la conversación más común de los presentes no era el fútbol sino las preciosas azafatas de cada patrocinador. ¿La conclusión? Sin duda, las chicas de Mastercard eran las más atractivas y las mejor vestidas. Un conjunto muy femenino con pañuelo en el cuello y elegantes tacones de aguja. El fútbol es importante, pero está claro que hay prioridades mayores en la vida de un hombre, incluso en las finales.

No tengo ninguna fotografía propia buena pero esta os dará una idea.

Pronto llegó el momento esperado: atravesar las puertas del mítico San Siro para sentarse y presenciar el partido que todos esperábamos. El espectáculo de Alicia Keys fue un poco lamentable. Esto no es los Estados Unidos y no fue bienvenido: la gente quería fútbol. Tanto es así que los aficionados del Atlético Madrid no esperaron y sacaron sus pancartas y cánticos antes de terminara la canción. A continuación sonó el himno de la Champions. Primero pitado por los colchoneros seguramente por la afrenta de la distribución de asientos, y luego con devoción y vitoreos de los aficionados del Real Madrid que cuando escuchan el himno de la Champions se sienten en casa. Una vez todos los trámites estaban cumplidos comenzaba la batalla por el trofeo de clubes más deseado del planeta.

El partido no fue bonito ni lleno de ocasiones. No suelen ser así las finales: hay demasiado en juego como para andarse con fruslerías que cuestan trofeos. Sin embargo, fue un partido emocionante e intenso, donde ambos equipos se mostraron muy tácticos, contundentes y pacientes para acercarse a la portería. El Atlético ni siquiera pareció acusar el gol en contra. Simplemente siguió jugando y ganando poco a poco terreno. La lesión de Carvajal fue un mal asunto para el Real Madrid, que no encuentra en Danilo un recambio estable e hizo aguas contra Carrasco. Más tarde el cuadro rojiblanco acabó marcando, si bien el Real Madrid pudo haber hecho el segundo fácilmente unos minutos antes. La ocasión de Benzema fue un fiasco, un tiro al muñeco.

Dentro del campo es muy difícil hablar sobre las polémicas. Si fue fuera de juego el primero, si el penalti estuvo bien pitado… Todo queda muy lejos para el que está en la grada. Toca confiar en el árbitro y dejarse los pulmones por el equipo. Poco más se puede hacer en estos casos.

El tiempo extra fue terrible como aficionado blanco. Zidane probablemente se equivocó haciendo los cambios tan pronto y lo pagó en una prórroga en la que el Madrid llevaba todas las de perder. Jugadores como Marcelo y Ronaldo parecían tener calambres y el equipo solo podía apelar a su orgullo para aguantar. Se habían cambiado las tornas desde aquella final de Lisboa. Pero a diferencia de aquella ocasión, el Real Madrid sí supo aguantar a un Atlético que se crecía según pasaban los minutos pero que no conseguía encontrar en Torres ni Griezmann el killer que necesitaba.

Llegaron los penaltis y todos los jugadores estuvieron fenomenal. Los porteros no lo hicieron mal, pero no fueron los héroes de la tanda. Juanfran falló el suyo; le tengo aprecio al coraje que le pone ese jugador y a su contribución al combinado español, y ojalá no hubiera fallado él. Y Ronaldo, que siempre se guarda la bala del héroe, hizo el gol del triunfo y lo celebró, para variar, como si él solo hubiera ganado la competición. Estuvo desaparecido hasta ese momento, pero por suerte para él, a los madridistas de todo el mundo no les podía dar más igual su ego mientras se levantase una nueva Champions.

Conclusiones

Lo primero sería mostrar respeto al Atlético, valeroso y duro finalista, que mereció una porción de ese título que por desgracia solo puede tener un ganador. Les deseo suerte en el futuro porque ya están en el camino correcto. Al Real Madrid y a todos sus seguidores, felicidades por un nuevo trofeo. La consecución de un título nada sencillo muestra una vez más que la Champions es el dominio natural del mejor club del siglo XX.

Y así, damas y caballeros, se vivió la Undécima. Solo quedó celebrar, celebrar y celebrar. Desde las mismas puertas de San Siro hasta la plaza del Duomo, para otros La Cibeles, y quién sabe cuántos sitios más. Solo me fui a dormir cuando ya no me quedaba voz, tumbado en la cama, cansado, pero satisfecho con un pensamiento reconfortante: el Real Madrid es leyenda, una que sigue creciendo.

Aficionados a las puertas de San Siro

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Hugo Aguirre Herrainz trabaja para Sony PlayStation y reside en Londres. Implicado activamente en política, con gusto por escribir, y un gran interés en temas de actualidad y polémicos.

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