A la cisnormatividad no hay quien le haga un cuento

Q de Cuir
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8 min readOct 23, 2020
Fotograma de la serie “De amores y esperanzas”

«Si yo no me definiera a mí misma,

las fantasías de los demás me triturarían y devorarían»

Audre Lorde

Por Mel Herrera

No había visto el capítulo de ayer de la teleserie cubana “De amores y esperanzas” cuando empezó a darse en redes el debate y las quejas por el desacertado tratamiento de la historia presentada. Voy a ser sincera: no había querido verlo. Apenas empecé a recibir notificaciones, llamadas, mensajes –«pon Cubavisión, que van a hablar de un chico trans»– presentí que no debería verlo. Estaba agotada. Lo que menos quería era repetir el insulto de esa mañana; un muchacho en Twitter, a quien al parecer en ocasiones le han denunciado twits tránsfobos, sacaba, como carta que lo exoneraba de ser transfóbico, una tesis que él había escrito, casualmente, sobre el travestismo en el cine. Por un desacuerdo mío con una confusión suya, me mandó a leer a Severo Sarduy –sin saber siquiera si me lo he leído o no– cuando denominó «al travesti» como «la mejor metáfora». Nunca llegamos a entendernos. Él hablaba de mujeres trans como travestis masculinos, incluso a mí me definió como un travesti porque, según él, uso «ropa del sexo contrario». Aunque hoy día el término ha sido resignificado y reapropiado por algunas mujeres trans, sabemos que en el cine y en la literatura se sigue utilizando para referirse a hombres disfrazados o «vestidos de mujer»; y con ello se refuerza el mito de que eso es lo que somos las mujeres trans.

Yo sentía que ese muchacho me estaba mandando a leer a Sarduy, un hombre cisgénero, para que yo acabara de comprender lo que soy y quien soy. Que haya sido homosexual no lo acerca a las identidades trans ni le concede validez alguna para decidir qué somos y qué no. De hecho, si algo urge dentro de la comunidad LGBIQ+, es que los hombres gay maten la transfobia que llevan dentro. Di por terminado aquel intento de debate cuando le sugerí lecturas de autores trans, transfeministas, y él se exaltó y me dijo que no le hacía falta leer nada de eso, que él era gay, que además tenía decenas de amigas trans y nadie podía hacerle un cuento. Y es que es así. La cisnormatividad es así de petulante. No es el muchacho, ni su tesis, ni su tutor, ni quien acogió acríticamente su trabajo. Es la cisnormatividad que no es humilde ni sabe quedarse callada para escuchar, y mucho menos se cansa de indicarle a quien disiente de ella, una vez perdido el control de los cuerpos, cómo se debe disentir.

Ya en la noche no estaba para insultarme más, la verdad. Por eso a quienes me avisaron de la serie les mentí. Yo sí estaba en mi casa, pero no tenía deseos de verla, sabía lo que iba a pasar. Más tarde, confirmé que mis intuiciones no me habían fallado; poco a poco me fui enterando del argumento de la historia, gracias a amistades que me etiquetaban en Facebook, me mencionaban en grupos de Telegram y de Whatsapp y me pasaban frases textuales que usaban y que les causaba ruido. Leí a mucha gente cis molesta, quejándose del mal manejo de la temática en la serie, gente que comprende lo necesario de una buena representación de lo que se desconoce o de lo cual solo lo que se conoce son mitos. Y eso me levantó un poco el ánimo. Entendí que hay muchísimas personas cisgénero haciendo su camino, su concientización, «des-cis-centralizando» su pensamiento, reconociendo que si las vidas trans importan, esas historias deben estar bien contadas. De ahí tomé el impulso para sentarme esta mañana a ver la retransmisión del capítulo.

Si hay algo que quiero destacar es lo acertado de su final. Me gustó que fuera feliz. Ojalá se inaugure una representación trans en los medios en la cual los finales no sean con la muerte, el suicidio, problemas de salud debido al reemplazo hormonal o con vidas tan agónicas como antes de la transición. Estoy convencida, además, de que la historia sensibilizó. Me pareció positiva la intención de dar visibilidad al tema; aun más, que se les haya dado a los hombres trans, que son de los grandes olvidados dentro del colectivo LGBTI, aunque sigo sopesando el precio de dicha visibilidad…

Que al inicio del capítulo dos juristas le hayan pedido a René, el chico trans, que les mostrara su cuerpo me parece innecesario en exceso. Se intuye que quieren comprobar que ya está todo en «orden», para así darle el veredicto, la autorización para portar legalmente el nombre que ha elegido, porque ahora sí es «un hombre completo». Este enfoque cisexista y binario se constituye violento, discriminatorio y excluyente. Perpetúa los binomios: pene=hombre, vagina=mujer y los criterios de que esa es «la norma» y de que las personas trans estamos incompletas, que para verdaderamente «llegar a ser» debemos tener los genitales acordes a nuestro género autopercibido, que somos, en fin, una triste metáfora.

Y al final nunca llegamos a ser –hablando de lo que en términos cis eso significa–, porque cuando ya se tiene empezada una transición, los genitales que nos exigen tener para legalizar nuestra verdadera identidad, el permiso para acceder a ella, nos siguen llamando por otros nombres y pronombres, como pasó con René, que en recuperación de su cirugía, el médico hizo un pase y lo llamó Renata. Llamar a una persona trans por su nombre de nacimiento es un acto violento; cuando te interesas por saber cuál es su nombre anterior, su vida anterior, cómo lucía antes, estás validando todo lo concerniente al género con que esa persona no se identifica y puede que estés recordándole algo que no desea recordar. Estás llevándola inconscientemente de vuelta al género que le impusieron y, desde ahí, le estás dando –ahora sí– validez como persona, y cuando haces esto es porque realmente no la estás aceptando y necesitas recurrir a su pasado.

Muy pocas veces desde los parlamentos cis se afirma que «somos»; se nos describe como un desear ser, un llegar a ser, un aparentar. En la serie se refieren al chico con frases chocantes del tipo «lo que decidió», «ya es lo que siempre quiso ser». Error. El que siempre fue, y no la que le obligaron a ser. Nadie decide nada. Se es. Lo único que decidimos las personas trans es hacer la transición de género o no, y cómo hacerla. ¿En qué momento las personas cis decidieron ser cis?

Referirse a las identidades trans como “trastorno de identidad sexual” me parece un descuido imperdonable. Lo siento. No hay excusas para un insulto de semejante tamaño a estas alturas, máxime cuando prácticamente acabamos de votar una Constitución en la cual se incluyó el principio de la no discriminación por identidad de género. Esa terminología no existe en ninguna literatura médica; fue retirada por la OMS en fecha reciente. Pero no lo tiene que decir la OMS para reconocer que no somos personas trastornadas ni enfermas. No somos personas atrapadas en el cuerpo de nada, ni estamos equivocadas, no nos falta nada, nos construimos como deseamos. Pareciera que solo se nos comprende a través de metáforas, símiles, analogías… Equivocado está el c(s)istema que asigna géneros a cuerpos sexuados; equivocada está la norma cis que siempre tiene algo que dictar. Si algo estamos, es mal representadas, marginalizadas. Quien habla por nosotras sin nosotras, quien ocupa un puesto que nos corresponde, quien insiste en escuchar el discurso clínico por encima de las voces nuestras, quien legitima unas experiencias trans y desecha otras, está colaborando con nuestra perpetuación en los márgenes.

Cuando hablamos de identidades trans ¿se notará que hablamos en plural, que no queremos que nos homogenicen, que maten nuestra diversidad dentro de la diversidad y que nos conviertan en un estereotipo? No todas las personas trans construimos nuestra identidad de la misma forma; no todas queremos medicarnos, operarnos, cumplir con roles y estereotipos. Insistir en la visibilidad de las operaciones de reasignación genital –me gusta huir de la expresión «cambio de sexo», porque no siempre estoy segura de que se refieran al genital o al sexo biológico–, no es otra cosa que reducirnos a nuestra transición física, a nuestros cuerpos modificados. En resumidas palabras, nos objetivan. La medicina se encargó de construir sujetos transexuales, que debían cumplir con una serie de procedimientos médico-quirúrgicos para alcanzar unas determinadas características y ser una persona trans legítima, porque necesitaba acercarnos a la norma cis de nuevo bajo la lógica de que «ya que vamos a modificar nuestros cuerpos vamos también a readecuar los genitales que les corresponden a esos nuevos cuerpos y hacer que cada vez parezcan más cis». Con este marco excluyó a otras identidades y experiencias trans al tiempo que diseminó todas estas narrativas de cuerpos equivocados para describir nuestras experiencias y las cuales incluso propias personas trans han asimilado y hecho suyas por falta de conciencia crítica, y porque los medios y la literatura lo siguen reforzando.

A fin de cuentas, la representación trans de esta serie es bastante consecuente con el marco normativo vigente en nuestro país para la atención a personas trans; algo que contradictoriamente considero positivo y hasta atrevido, ya que, sin proponérselo quizás, señala los perjuicios de una problemática mayor. La ausencia de una ley de identidad de género u otro marco legal sustituto, impone una serie de procedimientos violentos y discriminatorios al hacer que el acceso al derecho a la identidad dependa de un diagnóstico médico, de una cirugía obligatoria y de un complejo proceso jurídico. Que se valide o niegue la identidad de alguien por no cumplir ciertas características ni alinearse lo más posible con la cisnormatividad, se interpreta como que el Estado entiende las identidades trans como una enfermedad. ¿Cómo podría el Estado hacer cumplir el principio de no discriminación por identidad de género y velar por el fin de la discriminación hacia la población trans si en su propio accionar es discriminatorio?

Habrá quien diga que estamos exagerando, que le pareció acertado el tratamiento de la temática en la serie. No lo dudo. Y yo siempre recordaré la frase que compartió una amiga en su muro de Facebook hace poco: «no se queja de la representatividad quien siempre la ha tenido». Habrá incluso chicos trans que se sintieron bien representados. Tampoco me queda dudas. Y me alegraré por eso.

En mi caso, estos materiales siempre los observaré con otros lentes. No me pidan que rehúse a mi mirada crítica. No pierdan su tiempo. Es el resultado de sentir algo parecido a haber fracasado como trans por no verme representada en ese tipo de historias la mayoría de las veces.

Y habrá quien seguirá escribiendo guiones, filmando películas, escribiendo tesis, libros sin buscar asesoramiento para temáticas que desconoce, teniendo al alcance profesionales, centros investigativos, educativos. Y no será su culpa. Es el maldito c(s)istema. La cisnormatividad, que lo sabe todo, lo explica todo, incluso los cuerpos y las identidades a los que ni por imaginación pudiera llegar a comprender, lo resuelve con una metáfora, la primera que le venga a la mente; produce sus propias historias, y es así como son, como ella dice. Definitivamente no hay quien le haga un cuento. Ella lo ha inventado todo y ha formado todo esto.

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