La familia multicolor que necesitamos

Q de Cuir
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4 min readMay 16, 2019

Por Angela Laksmi

Amor, educación para la vida, consuelo, apoyo incondicional, hogar: son algunas de las palabras que nos vienen a la mente cuando pensamos en la familia en la que crecimos, que es uno de los espacios más importantes para los seres humanos.

Sin embargo, cuando somos la oveja multicolor de la familia sentimos que peligra todo lo hermoso que hemos construido con esas personas que amamos, porque sus actitudes hacia la diversidad sexual están influenciadas por una larga historia de condena, patologización y exclusión social.

Por este motivo muchas personas LGBTIQ+ evaden la temible perspectiva de decirle a la familia que su orientación sexual y/o su identidad de género no son como la esperaban. Hay quienes deciden nunca tener pareja, aunque esto implique enfrentarse a constantes cuestionamientos, y hay quienes se unen con personas que no desean para estar más allá de toda sospecha.

Aun cuando decidimos vivir la vida en sintonía con nuestra identidad, damos vueltas y vueltas en el clóset rumiando nuestros miedos al rechazo y al desamor. Buscamos el mejor momento, que pudiera ser cuando esas personas tan importantes para nosotres no sientan cansancio ni mal humor; quizás el fin de semana, después de que hagamos todo lo posible por ser hijes, nietes, hermanes o sobrines modelos a sus ojos.

Examinamos con lupa cada uno de sus comentarios sobre “el tema”, lo que dicen sobre la vecina lesbiana que se cruzan cuando van a hacer los mandados, sobre el protagonista homosexual que apareció en la película de Espectador Crítico, o sobre la mujer trans que sale en la novela brasileña.

Medimos, planificamos y abortamos la misión, a menudo más de una vez.

Dejamos sobre la mesa de la cocina, como al descuido, algún folleto del CENESEX sobre los derechos sexuales y les copiamos del paquete semanal una película temática con final feliz. Tratamos de educarles sin que lo sepan, aunque generalmente ya lo saben.

Cuando finalmente nos exponemos, no importa si en algún momento notaron algo diferente en nosotres y hasta nos llevaron a especialistas en salud mental para que nos “arreglaran”, lo más común es que la familia entre en shock.

Les miembres experimentan una sensación de pérdida porque entienden que se derrumban todos los proyectos y aspiraciones que habían puesto sobre nosotres. Se trata de una crisis que cada persona transita de modo particular y tiene expresión en las dinámicas familiares.

En el proceso de alcanzar un nuevo estado de bienestar pueden ocurrir manifestaciones de violencia tan sutiles como el evitar mirarnos a los ojos, dejarnos de hablar, ignorar aspectos de nuestra vida en los que antes se involucraban como el estudio o el trabajo, impedir que les amigues nos visiten, dejar de tener expectativas sobre nuestro futuro, exigirnos “respeto” y que no expresemos abiertamente nuestras identidades en público, hasta otras más explícitas como los insultos, las agresiones físicas y la expulsión del hogar.

En algunos casos nos encontramos con la frustración de que, después de imaginar mil reacciones de la familia, nuestra sexualidad o identidad de género se convierte en algo innombrable e impronunciable: “no me hables de eso”, “por qué tienes que sacar eso”.

Para muchas personas la crisis se soluciona con la aceptación, entendida como una especie de resignación o tolerancia sobre quiénes somos, pero para alcanzar bienestar es preciso que las familias celebren nuestras identidades diversas e incluso se comprometan a hacer suyas nuestras luchas cotidianas.

Tristemente muchas personas quedan estancadas en los prejuicios y la vergüenza, dilatando la resolución de la crisis y perpetuando el malestar de la familia.

Como personas LGBTIQ+, solo podemos alcanzar el bienestar en familias que celebren nuestras identidades diversas e incluso se comprometan a hacer suyas nuestras luchas cotidianas.

En las familias donde se cultiva una cultura de paz e inclusión es probable que las crisis transcurran de manera más liviana. Encontramos estos casos cada vez más: personas que aunque han interiorizado los prejuicios aprovechan esta situación como una oportunidad para crecer como seres humanos, desaprendiendo los mitos y educándose junto a nosotres sobre la diversidad sexual humana.

Son estas familias, que se vuelven multicolor, las que hoy colocan la bandera arcoíris en sus balcones, nos acompañan en los espacios de activismo y aprendizaje, y hasta tienen en la puerta de su casa un cartel en que se puede leer: “pase y encuentre ayuda si la necesita, este es un espacio libre de toda discriminación”.

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