Desde Frankenstein hasta Instagram: O de cómo la tecnología cambia nuestra forma de relacionarnos.

Franco Vielma
qu4nt
Published in
6 min readFeb 17, 2019
Imagen referencial de Blade Runner 2019, alusiva a la tecnología que sustituye la interacción humana. Tomada desde The Portalist

En 1818 Mary Shelley dió a conocer la historia del conocido monstruo de Frankenstein, como es harto conocido por ser ese el primer clásico de la ciencia ficción en la literatura, la criatura venida de ultratumba y vuelta a la vida por obra del Doctor Victor Frankenstein, se va luego de las manos de su creador adquiriendo criterio propio, generando una estela de desastres y tragedia.

Sí. El dilema, bastante trillado pero muchas veces ignorado, planteado en esta obra es claro y ha marcado gran parte del debate alrededor de los avances científicos y tecnológicos. Las creaciones científicas y tecnológicas, a veces trascienden a sus creadores y se desarrollan alcanzando lugares impensables. Y particularmente estos nos conciernen, pues hoy nos vamos a referir a este que permite que puedas leer este texto justo ahora: El internet.

Imagen cortesía de Inverse.com

Como ya hemos visto, muchas de las tecnologías que más utilizamos a diario han sobrevenido para cambiar nuestras rutinas, nuestras vidas, incorporándose como un elemento esencial en nuestro devenir y, en algunos casos, alcanzando una profundidad tal como para alterar nuestros patrones de comportamiento. Y es esa la preocupación de una gran parte de los cientistas entre la psiquiatría, la psicología y otras ciencias sociales.

Las redes sociales y una aproximación a su impacto sobre la salud mental

Diversas comunidades científicas han alertado sobre situaciones apreciables en el comportamiento de los individuos mediante su constante uso de las redes sociales y a las cuestiones a las que estamos permanentemente expuestos en estas plataformas: La exhibición a mensajes hostiles (bulying), ansiedad generada, stress, desinformación, generar reacciones compulsivas, distracción del mundo real, entre otras.

Pero hay un factor que ha sobresalido y que hoy queremos subrayar. Nuestra comparación con los demás y el refuerzo de los mitos alrededor de nuestra imagen corporal.

Vivimos en una sociedad consumista, donde somos lo que compramos, vemos, leemos, vestimos y comemos. Partiendo de la comparación que solemos hacer con los demás, de manera refleja, casi sin darnos cuenta, es fácil caer en la idea de que si no tenemos tanto como otra persona, o no vivimos tantas experiencias, en verdad estamos fracasando de alguna manera en la vida.

Esta forma de compararnos frente a las fabulosas vidas de otros usuarios en las redes sociales genera sensación de aislamiento, fracaso y frustración, y de manera más grave, puede llevar a estados depresivos, como han determinado algunos estudios. Las redes sociales generan un mecanismo narrativo en el que de hecho todos de alguna manera resultamos juzgados: No tenemos bastantes amigos, no salimos bastante, no tenemos ropa de moda, no viajamos, no tenemos una familia ideal, no tenemos un buen trabajo, no somos tan felices como se supone que deberíamos serlo en el mundo Instagram, donde todos tenemos vidas fabulosas.

Las redes sociales además permiten que podamos construir una narrativa sobre nosotros mismos.

Podemos convertirnos en pequeñas celebridades en nuestro reducido mundo social, pero también alcanzar espacios más allá de este, y más lejos aún, convertirnos en influencers o personas que delinean tendencias y estilos siendo una guía para otros usuarios.

De hecho, esa narrativa es en esencia la construcción de una imagen digital, una presentación de nosotros mismos amalgamada en un perfil público que creamos con la intención de proyectarnos hacia los demás.

Desde GIPHY

De la imagen digital creada por los influencers se decantan otros fenómenos. La filosofía del body positive está muy extendida, y es gracias a las redes sociales que el mensaje llega más lejos y más rápido. Pero no es el único mensaje que se transmite, pues a la vez las personas famosas cuya estética es muy importante en su carrera, tienen más oportunidades de promocionar su imagen. El cuerpo ideal, el peso ideal, el pelo ideal, la piel ideal, la ropa ideal, la cara ideal, etc.

Las redes sociales crean un escenario mayor para enviarnos mensajes de que nuestro cuerpo, sea como sea, nunca llegará a acercarse a la perfección. Según Sara Menéndez, desde el sitio Bekia Psicología las redes sociales son “un escaparate de la culpabilidad, porque además de no ser una persona ‘guapa’ o ‘con un cuerpo delgado’ o ‘un cuerpo musculoso’, no estamos haciendo ‘lo suficiente’ (comer ciertos alimentos, ir al gimnasio, no comprar ciertos productos) para arreglarlo”.

Según Menéndez “(…) a lo que lleva este fenómeno es a tener un mayor riesgo de desarrollar trastornos alimenticios, conductas autolesivas, ansiedad y depresión”. Siendo ese un ejemplo claro de como podemos convivir con una distorsión creada sobre nosotros mismos a expensas de querer acercarnos a un ideal de persona digital.

Casos insólitos entre la realidad y la ficción

Comencemos con la ficción, sin alerta de Spoiler. La película Ingrid goes west lanzada en 2017 es un filme de drama y humor negro dirigida por Matt Spicer y escrita por Spicer y David Smith Branson. La película está protagonizada por Aubrey Plaza, Elizabeth Olsen y Billy Magnussen y nos cuenta la historia de Ingrid, una joven perturbada mentalmente quien emprende el destino de seguir los pasos de una “influencer” de Instagram.

Esta historia tiene dos arcos narrativos, tenemos la historia de Ingrid, pero con ella, la historia de cómo las redes sociales pueden influenciar reacciones, algunas de ellas bastante sórdidas, entre personas que deciden imitar ciertos estilos de vida que ven reflejados en otras personas en las redes. La obsesión de Ingrid la lleva incluso a mudarse al lado de su influencer, en una trama donde la culpabilidad y las comparaciones caracterizan la personalidad de Ingrid, quien aunque en la película podría parecer una joven bastante perturbada, es en realidad un retrato exagerado de cualquier chica instagrammer.

Trailer de Ingrid Goes West, desde la cuenta Trailers In Spanish en Youtube

Si de imitaciones, transtornos en nuestras relaciones sociales y de otras presiones originadas en las redes sociales se trata, la realidad es a veces más cruda que la ficción. Es la historia de Jill Sharp, mujer británica que recientemente alcanzó triste fama por haber construido una totalmente falsa narrativa digital sobre su propia vida, incluyendo a un hombre en ella llamado Graham McQuet. Ambos no se conocían en persona.

Sharp tomó fotos de las redes de McQuet con su pareja y montó su rostro en ellas, colocándose como su novia y construyendo una historia de “amor” que duró cuatro años. Sharp creó una cuenta Twitter falsa de su supuesto novio para que interactuara con su cuenta mediante mensajes de amor públicos de ida y vuelta. Viajes, cenas y encuentros de la “pareja” fueron publicados por Sharp en sus cuentas en redes como en las supuestas cuentas de su novio.

El asunto terminó cuando McQuet se enteró por redes sociales que en los próximos meses se “casaría” con una mujer en redes sociales a la que nunca había visto y que había montado su rostro en sus fotos reales junto a su verdadera novia. Un caso bastante sórdido de usurpación de identidad que terminó en manos de la policía.

Tanto la historia de Ingrid como la de Sharp, dejan claro como en el punto del auge tecnológico actual, las nuevas formas de comunicación que se decantan desde estas plataformas, han superado de mil maneras los propósitos esenciales de la red, a cuando fue creada.

Cuando en las oficinas del Departamento de Defensa estadounidense en los años 60 del siglo XX se ideó la creación de una plataforma digital mediante de una red de ordenadores, jamás se pensó en historias como las actuales, ni mucho menos en las formas al detalle en que la sociedad y las formas de relacionarnos, podrían cambiar mediante nuestras interacciones digitales.

--

--

Franco Vielma
qu4nt
Writer for

Sociólogo, analista y escritor. Sociedad, economía, sociedad de la información, comunicación, procesos socioculturales.