Los caminos de Mariano

Juan Diego Quintero V.
Quebrada Arriba
Published in
11 min readDec 16, 2020

Este contenido hace parte de la primera edición física de nuestra revista. Si quieres conocer más de ella, escríbenos en nuestras redes sociales.

Ninja Colón, Súper Colón y Baticolón (1992) — Mariano A. González Gómez

En pocas ocasiones las personas rememoran con un auténtico amor los trayectos que la vida le va dejando a sus memorias. Estos recuerdos suelen ser viciados, más bien, por una nostalgia conservadora que trata de reivindicar su vida a pesar de las tristezas y desazones que parecen constantes. No es que ellos se refieran a una vida perfecta, ejecutada con un excesiva y concienzuda planificación; entienden que la dificultad en sus experiencias apareció como un elogio a la vida misma, como lo exaltaría Estanislao Zuleta en su ya clásico ensayo. Así quería empezar este perfil, pues fue una de mis reflexiones camino a casa que me quedaron de la última conversación con Mariano, poco después de manifestarle mi deseo de escribir sobre su vida aquí, en Guatapé, y que él muy generosamente ha compartido conmigo.

Mariano González es un tributo a la simpatía y la belleza de la vida a partir de su oficio, las artes. Su trabajo y trayectoria en la función pública, a través de la publicidad, y en el arte son el reconocimiento más simple que puedo hacer de su energía y su constancia para crear y trabajar, aferrada desde muy pequeño debido a la moral que, como en casi todos los pueblos antioqueños, fundamentaron su hogar en Belmira, Antioquia. “Nací con mucho frío, en un pueblo helado, con olor a boñiga, truchas y carencias. En medio de cantos religiosos, inciensos, ruana y pañolones”, dice Mariano en una semblanza que hace poco me compartió, escrita para introducir la última obra en la que viene trabajando y no sabe cuándo culminará.

La ha llamado Desmembrados o después del post y en esta busca reflexionar sobre las cosas que nos deja la guerra, particularmente el conflicto colombiano que parece no cesar. Aún con ello, la política nacional afirma un estado de “postconflicto”, quizá lejano para pueblos que siguen azotados por las balas, el narcotráfico y con un montón de hijos desaparecidos, decapitados y, como él advierte, desmembrados. Estar desmembrado, apunta Mariano, no necesariamente tiene que hacerse evidente con la falta de una extremidad en el cuerpo; también se manifiesta en esa ya imposible reconciliación que muchos colombianos no podremos hacer con sentimientos, recuerdos y emociones después del manto de sangre y cocaína que cubre ya nuestras tierras. Esta última obra ha combinado parte de las técnicas que ya controla y ha utilizado en anteriores exposiciones, como intaglios, instalaciones y objetos en madera.

Como dice, recordando esa primera parte de su vida, estas reflexiones que sigue transitando ya se dejaban ver mediante las críticas al entorno del que hizo y hace parte. Hoy las rememora con bastantes críticas, feliz de saber que los tiempos han cambiado — al menos algo, reconoce. En esa semblanza que les mencionaba, Mariano menciona que “pronto me vincularon al rebaño de aprendices para repetir información que hoy siento como formación pérdida (excluyo algunos). Recuerdo maestros con regla en la mano, no para señalar el camino, sino para golpear en la palma cuando se pensaba distinto al que indicaba qué hacer”. En ese proceso formativo vivió sueños que eran, mejor, de su abuela: “cruces, ordenes e imposiciones fueron direccionando otros senderos que no eran elegidos por mí. Pronto viajé a un seminario católico para el encuentro (según mi abuela), con una vocación religiosa”, trayectoria que duró poco más después de la muerte de su abuela y bienhechora. “Fue en este momento que supe que mi vocación eran las artes: me gustaba cantar, el teatro, el dibujo, pintura y me encaminé finalmente por estas”.

El ingreso a este medio se concreta cuando decide inscribirse al Instituto de Bellas Artes de Medellín para estudiar dibujo publicitario y artes plásticas. “Esto me sirvió para ganarme la vida en actividades que en verdad disfrute”, oficio que, asegura, le permitió asegurarse gran parte de las capacidades técnicas que luego combinaría con una claridad conceptual en lo que quería hacer y comunicar al inscribirse al pregrado de Artes Plásticas de la Universidad de Antioquia en 1982. Es, entonces, en la Facultad de Artes de la UdeA donde construiría una obra sólida, basada en la constancia, la regularidad y la versatilidad para encontrar nuevos medios y expresar sus sensaciones. Por su parte, sabe que las letras siempre estuvieron, al menos como catalizadoras de pensamientos, pero es en la exploración del videoarte, la experimentación con el papel, la pintura y los diferentes objetos en los que hallaría los medios de sus obras pioneras en varios campos del arte en Colombia.

Y cómo no, si desde 1983 viene exponiendo con cierta regularidad en diferentes espacios del arte nacional e internacional. A partir de ese año, la lista de lugares en los que ha estado junto a su obra es amplísimo, de lo que me remito a destacar su participación en dos Bienales de vídeo Arte en el MAMM, así como en el Colombo Americano de Bogotá; su selección en algunos salones regionales de Arte; la invitación a muestras de Viven y Trabajan En Medellín; la exposición en 1992 en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín de intaglios, técnica que “aún perfecciono, y con la cual me expreso y comunico la filosofía de mi quehacer artístico”, menciona Mariano.

“Mariano González es un tributo a la simpatía y la belleza de la vida a partir de su oficio, las artes. Su trabajo y trayectoria en la función pública, a través de la publicidad, y en el arte son el reconocimiento más simple que puedo hacer de su energía y su constancia para crear y trabajar”

Así mismo, como parte de su caminada vida en estos medios, se puede destacar su participación y fundación de grupos de investigación artísticas como Martes a las 5 e Imagen sobre Imagen, (creaciones digitales), grupo que sería pionero del arte digital en Medellín. Con este, llegó a exponer en lugares como la Cámara de Comercio y la Biblioteca de EPM. Actualmente se mantiene como participante del Grupo Palos, explorando las instalaciones con madera reciclada, y con el que ya ha expuesto en lugares como la BPP, la Universidad de Antioquia y la Universidad Pontificia Bolivariana.

Su formación, sin dudas, se ha mantenido constante, pues cree que es la interacción con las nuevas formas y las suyas de las que puede encontrar nueva fuerza y nuevos conceptos que encaminen lo que continúe de sus exploraciones. Con esa base, en 1997, expuso en la Universidad Católica de Valparaíso, Chile, parte de sus trabajos en video arte y participó en el encuentro Internacional CEDAL (Centro de Educación Audiovisual Latinoamericano). Así mismo, destaca un diplomado titulado Europa Catedra Internacional realizado en 2007 con la Universidad Nacional de Colombia, Seccional Medellín, que le permitiría visitar varias de las ciudades de este continente que han hecho grandes aportes a su medio.

La vida de Mariano Adolfo González Gómez es sólo la fiel muestra de que su formación y los caminos ya andados son un compromiso indudable por las artes mismas, por vocación y profesión.

Lo extraño, como siempre en una narración de este tipo, es la conexión de su vida y su arte con Guatapé, municipio que un amigo ha denominado “territorio inculto”, erigido “sobre dos bases: una tierra yerta y una sarta de mentiras. No tenemos historia, a cambio de eso hay una telaraña de invenciones gestadas por guías turísticos foráneos o por coterráneos que han confundido la cuentería con la disciplina que estudia el pasado, pero de rigor historiográfico: nada.”

Pues bien, Mariano llegó a Guatapé, en sus mismas palabras, “como una cantidad de gente llega: es de paseo”. En la década de los noventa realiza este mismo viaje en múltiples ocasiones, menciona, para acompañar a quien fuera su esposa, con la excusa de visitar su familia guatapense. Los apellidos de ella, dice Mariano — ya guiado por la familiaridad que permiten las vivencias en un territorio — , lo revelan: Giraldo Giraldo. Estos viajes de rutina familiar terminaron por encantarlo del paisaje y la gente que “se parecía también mucho a mí pues, de alguna forma, yo como antioqueño, y también de apellidos antioqueños, González Gómez, eso me llevaba a encariñarme de la gente”, dice. Su cariño por la población de aquí es indudable. Los reparos hacia el otro salen con dificultad de su boca, más cuando se trata de esos rostros que reconoce a metros, desde su moto, vehículo o su bicicleta camino al pueblo para encontrar su banca ya predeterminada en la cafetería de La Plazoleta del Zócalo. Allí fue donde conocí a Mariano. Allí es donde Mariano pasa gran parte de sus tardes por estos días, quizá porque este lugar es el que mejor condensa el espíritu del municipio, donde todos los intercambios sociales, económicos y culturales quedan demostrados. Basta con acomodarse un rato cualquier fin de semana allí para notar lo que menciono. Y Mariano sabe muy bien que la interacción con la gente allí es obligatoria.

En esa cafetería ha formado varias amistades de rutina o para la sentada, pero pocas se han consolidado tan bien como para mantener conversaciones, sean de artes, política, cultura, o bien profundas y que incomoden las opiniones formadas que uno necesita en la vida. Esas conversaciones por mucho tiempo las ha mantenido consigo mismo, buscando principalmente no encasillarse en unas ideas que lo condenen al conservadurismo que ha reparado desde sus obras. Como la serie Pureza y Castidad, que ha cuestionado directamente a la moral católica que ha subestimado y ocultado la importancia de las mujeres en el hecho más claro posible: dar la vida, creando entonces un discurso en el que supuestamente es un hombre magnífico quien la otorga, sin muchas claridades al hilar ese discurso. Para ello, un tono rojo que rellena una forma sugerente a la vagina aparece en todos sus cuadros de esta serie, en una posición similar al de la mujer en un proceso de parto.

Así pues, sus críticas las ha sabido manifestar, con argumentos que surgen desde múltiples campos como lo arquitectónico, combinado con sus intuiciones forjadas en las artes, para terminar en la trivialidad que se vive con la fe en el día a día. Recuerdo escuchar en alguna de nuestras conversaciones esa irremediable pregunta en la que hacía énfasis: ¿Cómo es que un templo o una catedral solo funcionan para atender un puñado ceremonias al día, en un mundo donde se necesitan espacios para educar, para fortalecer el sistema de salud y, como ñapa, no tienen mínimamente un baño abierto a sus feligreses?

Los primeros años de Mariano aquí son en pleno 2000–2001, “en plena guerra”, sentencia, sin revisar mucho esas anécdotas que todos los colombianos tienen alojadas en su historia de vida. Más bien, recuerda que la construcción de su casa estuvo totalmente vinculada a la infancia de su hija, María del Mar. Con cariño recuerda sus actividades como cuidador de ella y las amigas que hizo mientras residió aquí, celebrando sus cumpleaños, cantando y enseñando algunas canciones infantiles “que, cuando me las encuentro, todavía recuerdan”. Sin esas experiencias Mariano sabe que nunca hubiese tenido relación alguna con Guatapé: “yo estaba con deseos de una casa de campo. Inclusive fui a Belmira, a mirar, porque allá vive un tío, a mirar si me podía comprar algo allá, pero el clima es supremamente frío”. También pasó por Sopetrán, pero ese encuentro con el cariño del pueblo le entregó la motivación final para hacer su casa aquí.

En la construcción de su vivienda, Mariano mantuvo una rutina de ida y venida en el que iba poniendo cada detalle en su lugar y momento que terminase con una casa que aprecian sus hijos, los amigos que le visitan de diferentes lugares del país y del mundo, así como los viajeros que rentan la habitación que tiene registrada en una de las aplicaciones que dan alternativas de alojamiento a los turistas del mundo.

Así, en la primera parte de la década del 2000, Mariano movió su residencia a Guatapé luego de la itinerancia entre Medellín y Guatapé que mantuvo en la segunda parte de los noventa. En ese momento, construyó un pequeño cuarto que supliera todas las necesidades básicas de una vivienda, mientras continuaba con el resto de la estructura que terminó como su casa principal y su hogar del campo. Esta vivienda también lleva en las paredes el trazo de él, que dejan ver desde el exterior su estilo marcado en figuras delgadas y alargadas de múltiples formas, sobre todo humanas.

Esta época, además, está marcada por su trabajo en el Seguro Social como publicista, en ciudades como Medellín y Bogotá, oficio que logró armonizar con las artes aunque la rutina se alargara. Esa era la vida que quería, lo sabía, pues trabajar en lo que le gusta fue un privilegio que le agradece a lo fortuitas que han sido sus experiencias. Dice Mariano, “a mí me pagaban por pasar bueno”.

Todo esto contribuyó a que sus primeros pasos en el pueblo se limitaran a lo que ya reconocía como familiar. De ahí su bajo perfil entre lo que muchos llaman “medio cultural” en Guatapé. Mejor, pues con el nivel y las posibilidades de interacción que se pueden o pudieron dar aquí, sólo hay un par de casos aislados que hubiesen valido la pena. También es porque cree que en Guatapé ha faltado una auténtica curiosidad por las artes, más allá de la música, sugiere. Entonces pocas veces da con personas que puedan mantener, al menos, la atención por curiosear entre las pinturas, los videos y las manifestaciones de arte que podría enseñar. Igual, Mariano reconoce, ha sido muy “boquiabierto” cuando se han dado esas coincidencias que le entregan nuevos adornos a su rutina en Guatapé, principalmente en los momentos que se traten de degustar un café con alguien más, momento que es innegociable para él y para el que siempre encontrará el momento adecuado.

Mariano es claro con lo que quiere ahora mismo. Si bien quiere trabajar y seguir haciendo, no quiere estar involucrado en coordinaciones o en el liderazgo de algo que implique un grupo de personas, al menos no en Guatapé, “que me vincule a nada administrativo porque no quiero el… ‘hágame el favor y me pasa un informe de actividades, un cronograma’… con mucho gusto los apoyo (…) y hágale usted que está joven y quiere trabajar”. Y esto es así. En proyectos que ha visto surgir de los amigos que compartimos ha sido partícipe desde la lectura activa, los comentarios luego de las publicaciones e, inclusive — aunque sin mucha fortuna — , se ha ofrecido para dictar talleres de sus técnicas o ayudar con la curaduría de alguna exposición en el museo. Eso sí, sin deseos de figurar y ser la estrella de los réditos con políticos y administraciones municipales. Eso le “aterra” y le genera una incomodidad que ya sabe evitar.

Mariano sigue conectado al medio artístico desde su residencia en Guatapé, que también ha adaptado para preservar su taller de arte y así mantener en su rutina las actividades de un hogar en zona rural y las herramientas que le faciliten mantenerse conectado con sus cavilaciones artísticas. Es una rutina demandante de tiempo, lo sabe, y por eso ha mantenido su reloj biológico como si se tratara de uno suizo: limpio, elegante, ordenado, que le permita estar fuera de la cama a las 6:00am, salir a pedalear una hora y un poco más, para luego acoplar su agenda a cada actividad que ha decidido para sus días.

Ilustración para el libro ‘Encerrados afuera‘ (2020) — Mariano A. González Gómez

Mariano es generoso con sus ideas. Es un defensor absoluto de que el arte es un bien público universal que no debe seguir en manos de unas ideas que pocos asumen entender así como de sectores sociales que consumen arte por sinónimos de elegancia y exclusividad, pero poco más de ahí. No quiere que esa elitización que el arte ya vivió de la mano con el narcotráfico se mantenga vigente, por lo cual pone a consideración todos sus pensamientos en lo político y social dentro de su gran cantidad de exposiciones, talleres, grupos de trabajo, exploraciones, experimentaciones y obras que han tejido su vida.

Las curiosidades siempre llevan a un camino andado o por explorar. Pasa que muchas veces la soledad en el entorno lo pone a uno en situaciones de extrema necesidad de seguir descifrando esa pregunta eterna sobre la vida. “Se ha caminado, se ha caminado”, dice Mariano cada vez que posa su mirada hacia la introspección de lo que ya vivió, quizá asegurando que cada paso dado fueron los indicados para permitirme este tributo, este perfil que queda a medias pues faltaran un sinfín de anécdotas y experiencias que deben pasar por el café y el vino, a un amigo que la vida en este pueblo me ha dado.

--

--