166

Patricio Nuñez Fernandez
quiasmo
Published in
4 min readApr 3, 2019

Desperté pensando en el Danubio, suele sucederme esto cuando no llueve por días y no puedo vislumbrar lo próximo a suceder. Pienso en el Danubio esperando que sus agua no quieran ser más esas agua y desemboquen desaforadas en el mar para realizar el anhelado ciclo del agua.

El cotidiano tiende a continuar y no se detiene a esperar por las metáforas fluviales. Por esto mismo me vestí y me perfumé para avanzar con la marcha. El bolsillo del gabán era amplio, además estaba acostumbrado a la carga, caminaría hasta la parada del colectivo con El castillo blanco de Pamuk. El horario era un arreglo de los dos, a las once de la noche en su casa. Ahora que lo pienso, el libro también podría haber sido El golem, ahora, lo mismo es.

Tanto la parada como el colectivo 166 estaban desiertos, de todos modos me senté en una butaca doble casi al final. El sultán recibía a su maestro y al ayudante, un napolitano ex esclavo, mientras el colectivo desembocaba en Juan B. Justo.

El Danubio había abandonado mi cabeza y la culpa ocupaba el espacio principal, culpa porque era la última vez que iría a ese encuentro, culpa por no poder escapar de la necesidad de ilusionar, de crear falsas expectativas, culpa por disfrutar la culpa que sentía.

-Todo lo que leés gira sobre lo mismo, -escuché pasmado mientras la voz continuaba- después de unos días vas a volver a las novelas policiales.

Al levantar la vista, vi un rostro familiar, pero que lo descubría por primera vez. Creo que fue su sonrisa confiada antes de que extraiga su libro de la cartera que cargaba, El péndulo de Foucault, de Umberto Eco. Me sentí atraído en el acto, ella no dejaba de sonreír y negar con su cabeza mordiendo su labio inferior. Ese movimiento horizontal me lo confirmó: era mi doble, pero era una mujer. Era similar a mí, pero no de un modo instantáneamente visible, sino en ciertos rasgos y detalles que sólo conocería quien pasa todas las mañanas afeitándose y en ocasiones habla consigo mismo frente al espejo aguardando alguna respuesta.

-Imagino que ibas a divertirte un poco para volver vacío, pero satisfecho de continuar con las conquistas, ¿no?

-Si lo imaginás debe ser cierto.- respondí, demostrándole que yo también lo había descubierto. -¿Cómo supiste que era yo?

-Tus ojos sobre la lineas que leías, mordiéndote el labio y la ventanilla abierta por más que sea pleno invierno. Afirmó -Vos, ¿cómo lo notaste?

-Tu sonrisa y el ego que parece vapor.-

-Vapor, eso nunca me lo habían mencionado. Me dijeron lo irritante que podía ser, que sólo pensaba en mi como un punto elevado dentro del universo o, simplemente, que era una ególatra insoportable, pero que mi ego parece vapor es una novedad.

-Debe ser que las personas que frecuentaste no eran tan ingeniosas como yo o como vos.- respondí, sonriendo del mismo modo que ella.

Sus ojos eran preciosos, un verde por momentos enmarañado y por otros prístino. No eran ni remotamente los míos, esos ojos eran ciertos.

-Me pregunto acerca de tus padres, pero es preguntar por los míos, pero acostumbrados a criar hombres vanidosos. Vos serías un ejemplo cabal.

Los dos reímos, cada vez estaba más seguro de nuestros comentarios. Imaginé su mundo similar al mío, pero quizás a la inversa. No entiendo porque lo vislumbré con una atmósfera más amable y demostrativa, próximo a un sueño inofensivo, pero deliberadamente más real.

-Soy psicoanalista, recién me separé, pero eso no nos interesa a ninguno de los dos. En ocasiones pienso en el río Rhin, la verdad es que no entiendo el porqué- dijo, quebrando el incomodo silencio que habíamos creado pensando en el otro.- Ahora quiero que me cuentes algo tuyo.

-Soy profesor de historia. Mi río es el Danubio. Disfruto plenamente la soltería, pese a tener momentos de culpa- solté una rápida mirada a sus ojos para luego preguntarle- ¿A cuánta gente lastimaste ya?

-No a la suficiente.- respondió riendo.

-¿Estás esperando llegar a tu casa y escribir esto en tu cuaderno tapa dura Rivadavia?

-Lo interesante va a ser como nos vamos a describir físicamente, ninguno de los dos sabe hacer eso.

-Podríamos hablar del modo en que lo haríamos, puede ser entretenido.- dije, titubeando.

-Eso lo vamos a hacer después de resolver algunos asuntos un tanto más importantes.- Clavó sus ojos ciertos en los míos, eran unánimemente más profundos. Habían visto más de lo que yo podría relatar.

Sentí un leve temblor en las piernas. Ella me sujetó la mano, ¿o fui yo?.

-No vamos a encontrar otro amor que no sea este, por más que te juramentes o intentes enseñarles o amoldarlas a ser como vos, no lo vas a lograr. Acá estoy yo, que soy vos, pero ésta vez en serio, no como las jóvenes metáforas de amores que intentabas. Los dos somos lo que deseamos,- la interrumpí con un beso, nuestra boca y lengua eran sublimes.

Me besaba conociéndome, yo le devolvía lo mismo. Eran mundos que colapsaban en un nuevo génesis, un amanecer del tiempo diverso, igual al origen del Danubio o al Rhin.

Cuando nos separamos nuestros rostros ya no eran los mismos. Permanecimos en silencio, un instante que pareció eterno. Mi parada estaba próxima, ella lo sabía.

-No te preocupes,- le dije simulando ser un detective de los cincuenta,- hoy bajamos juntos.

Ella volvió a mirarme con sus ojos, que ya eran los míos. Su sonrisa era un punto majestuoso de aceptación.

--

--