(30) Treinta

Un paseo por una (no tan) buena memoria

Rosie
quiasmo
4 min readDec 31, 2018

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El cometa Hale-Bopp fue descubierto en 1995, pero fue hasta 1996 cuando pasó cerca de la órbita de la tierra, donde pudo observarse a simple vista durante 18 meses; los expertos afirmaron que se trataba del fenómeno astronómico del siglo y que habría que esperar un par de milenios para volverlo a presenciar. En el aniversario del término su paso, me encontraría en casa de una tía viendo un reportaje sobre el cometa al puro estilo del Tercer Milenio y yo, como toda niña de cinco años, incauta e ilusa, sin hacer números, creí que de grande podría verlo.

— Cuando crezca, lo voy a ir a ver con mis papás — le dije.
— No, porque cuando eso pase, ellos ya van a estar muertos… Y tú también.

Pelé los ojos y estallé en llanto ipso facto, a esa edad ya sabía que la muerte implicaba despedida, mientras, mi tía entre risitas subía el volumen de la radio, que tocaba Laura no está. Desde entonces cada vez que suena esa canción, viene a mí aquel momento con la misma frustración infante que sentí ese día, con la música atravesándome los oídos, el fuerte olor húmedo de la casa y la sensación de tener el estómago lleno de germinado de soya y carne molida.

Así opera mi memoria.

Pasaría mucho tiempo y muchas experiencias para convertirme en una especie de anecdotario para aquellos que me rodean. Suelo ser quien hace el recuento de historias; compañeros de trabajo, amigos de la infancia, familiares y personas con quienes compartí aula seguido corroboran conmigo la veracidad de sus recuerdos.

Por ejemplo, apostaría un ovario a que sé los cumpleaños — por lo menos — del 90% de mis compañeros de secundaria en orden de lista. Por decir un par, el de R es el 7 de julio, lo sé porque es el mismo que el de Ringo Starr; el de A es el 22 de junio, uno después del día más largo del año; los de E, C y P son el 16, 17 y 18 de abril, respectivamente, es fácil porque están seriados; aunque no éramos cercanos, el del F nunca se me va a olvidar: El lunes 12 de febrero del 2007 su familia no le celebró por asistir a los servicios funerarios de su abuelito. Diez días después despediríamos al mío también.

Así tengo cientos de datos pululando por mi mente, salen a la superficie detonados por pequeños impulsos como objetos, olores, ropa, sensaciones, caras, sonidos, sabores, texturas… Y cuando me preguntan cómo le hago para guardar toda esa información, respondo que no sé, que solo sucede que tengo buena memoria para las pendejadas. Así es, pendejadas porque de nada me sirve saber la fecha de nacimiento de un montón de gente que ya no es parte de mi vida, ni el segundo nombre del hermano de aquella amiga de preparatoria, ni el primer número de teléfono de la casa de mi abuela, ni acordarme del suéter que usé en la primera cita con ese muchacho que me gustaba mucho, ni mucho menos me serán útiles las tres leyes de la robótica de Asimov.

¿Por qué lo recuerdo tan bien? Porque lo viví, porque mi memoria es excelente para almacenar el conocimiento empírico (y el teórico, bien, gracias), relaciono los acontecimientos con experiencias donde automáticamente creo puntos de control y cada vez que se repiten, se fortalecen. Las personas me dicen cosas como “qué suerte tienes, a mí se me olvida todo, si yo no tuviera las nalgas pegadas, se me perderían” y por un lado, tienen razón, es bonito poder repasar pasajes agradables con tanto detalle… Pero también es una maldición no poder olvidar.

En varias ocasiones me he privado de estímulos que detonan remembranzas increíblemente vívidas. Sensaciones y sentimientos vuelven a mí igual que la primera vez que los experimenté, como aquella cafetería que me encantaba pero ahora paso de largo, el suplicio que representan los funerales o como la vez que salí con un amigo a un bar y después de un rato fui al baño solo a llorar porque pusieron Comfortably numb. Ah, y la película de Her es hermosa, pero terriblemente insoportable.

A pesar de todo, con el tiempo he aprendido a convivir con el recuerdo, ya puedo escuchar Las flores tranquilamente, volví a visitar ese parquecito que me gustaba y aquel suéter peruano lo uso seguido. Esta memoria me ha dado la oportunidad de ser mejor persona, me ha puesto un reto que es tan difícil como sustancioso, porque como no puedo olvidar, el perdón me cuesta el triple, pero es de verdad.

Kim, Henn (2016). ‘Cloudy Morning’ https://www.hennkim.com/

Como sea, igual me divierto, porque en todos mis escritos dejo pistas para quien quiera y sepa recordar.

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