Antropofagia

Norber Tebes
quiasmo
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3 min readMar 12, 2019

Se soñaba luchando con un león medio raro, en una especie de Coliseo venido a menos y escuchaba que la gente vitoreaba al león. Eso lo desanimaba. En el sueño se desmayaba cuando el león alcanzaba su pierna derecha de manera invencible y estaba a punto de morder el muslo. A la mañana, entendió que el sueño había sido un relato privado pero paralelo de lo que ocurría en la realidad: en su pierna derecha había una herida de un mordisco. Le faltaba un pedazo de carne. Miró a Eva durmiendo al lado. Le caían de la boca unos tenues hilos de sangre seca y sobre su pera había restos como de cartílago o grasa. Le dio un beso y le susurró que se levantaba a hacer el desayuno. Cuando apareció por la cocina, le contó el sueño. Eva sonrió, y dijo “uy qué loco, ¿no?”; Pedro asintió y miró hacia el día que se nublaba de a ratos. Conservaba aún un poco del asombro de que hubiera en el mundo onírico un aviso del mundo real, al mismo tiempo. Si bien rengueaba, no le costó mucho trabajo llegar a su trabajo en el diario. Pasaron dos días. Al tercero, amaneció sin la pierna derecha. En el diario no notaron que andaba con muletas. La vida íntima conyugal se acomodaba a cada articulación faltante. Eva andaba por esos días como con más vida, con más jovialidad. Incluso, había empezado a escuchar a Lee Ritenour, algo impensable de alguien que viene del lado de Sanz, Dalma y esas cosas.
En las mañanas, cuando se despertaban y veían que a Pedro le faltaba alguna articulación, hacían chistes al respecto. Son las marcas del amor, decía él. Son marcas que dan cuenta de tu paso por la vida, ah re, decía ella. Haceme la gamba, decía él, el día que perdió la pierna izquierda. Terminaron por acostumbrarse a dormir con las sábanas manchadas de sangre; si las lavaban muy seguido, no les duraba nada el jabón en polvo. Encima compraban uno caro, de esos que no experimentan con animales. Por suerte, en el diario todo seguía igual: los demás sin notarlo; él, sin notar lo anterior, pero profundamente despierto y efectivo para la supervisión y corrección de las notas periodísticas. Sus disminuciones físicas no afectaban su rendimiento mental.
Cuando perdió los dos brazos, dejó de ir al diario y no se molestó en avisar. Eva lo cuidaba y lo consumía con el mismo fervor. Pedro pensaba que había una felicidad concreta en dejarse consumir por el otro, ser un alimento para el otro. Como no se daba cuenta, Eva le tuvo que decir que también quería esa felicidad rodando sobre ella, precisamente con él, por ser un tipo que había valido la pena encontrar, decía. Lloraron. A Pedro le costaba comerla, pero lo hacía, durante la siesta. Para justificar su lentitud, decía que ella se veía más feliz consumiendo que siendo consumida, pero ella contestaba que ese era un recurso retórico pedorro que ni siquiera lograba disimular su egoísmo de fondo. Entonces, él se esforzó. Pero estaba en desventaja, Eva había empezado a consumirlo mucho antes, y aunque intentó retrasar la ingesta que le correspondía, para que a ambos les faltaran las mismas partes, no logró aguantarse mucho y una mañana no hubo más Pedro en el mundo. Ella lloró un poco cuando, antes de dejarla en el tambor del lavarropas, miró la sábana con manchas rojas y se dio cuenta de que eso era un rastro de algo que empezaba a desconocerla, alejándose.

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