Apolo 2 AM

F. Isaac Loreto
quiasmo

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Hay ocasiones en las que te despiertas en la madrugada y lo único que deseas comer es el famoso pay congelado de Marty’s. Por fortuna o por desgracia, lo único que nos separa es bajar dos pisos del edificio y cruzar la calle hasta Ultramarinos García, abierta 24/7. Estoy de pie en el umbral, bostezando semiconsciente y dudando si de verdad vale la pena abrir la puerta a la calle para ser golpeado por el frío de la madrugada, exponerme a un posible asaltante solitario o tener la rara ocasión de encontrarme a un conocido vestido en pijama y fingir que ninguno de los dos nos vimos.

Decido que el cremoso relleno de plátano con chocolate vale la pena y abro la puerta principal del edificio. Doy un par de vistazos a mi alrededor, la calle está desierta de vida, todas las ventanas negras, a excepción de un débil resplandor en el piso cinco de un edificio contiguo. El alumbrado cálido se rinde ante el ventanal blanco de Ultramarinos García, tras el cual puedo ver a Al García, el “elegante” caballero que regenta el establecimiento, fumando un cigarrillo y hojeando una revista de deportes. Es inconfundible su calva grisácea, el mostacho y su playera de tirantes blanca.

Abro la puerta de cristal frío, llena de estampas a medio quitar de promociones viejas, y suena la campanita del techo.

— Nada de pendejadas en la tienda, amigo. Agarras y pagas o te vas — dice Al sin despegar los ojos de la revista. Una monótona voz sale de la vieja televisión en miniatura mientras reproduce la repetición de un partido de fútbol, sólo interrumpido por la tos ronca del propio tendero.

— Buenas noches a ti también, Al. ¿Ahora atiendes en la noche?

— El cabrón que me atendía se fue, porque “se le estaba haciendo muy pesado”.

— Qué lástima, pero no te olvides de descansar, Al. Siempre es bueno dormir.

— A dormir al panteón, ¿vas a comprar?

— Vuelvo enseguida.

Ultramarinos García es una tienda grande, seis pasillos repletos y una pared doble que funge como refrigerador y congelador.

Camino hasta la zona de alimentos congelados y busco con la mirada el famoso pay de Marty’s. Hay filas y filas de los discos cremosos de queso, pero pocos de mi favorito, el de plátano. Encuentro un empaque solitario y doy gracias a mi suerte.

La campanita de la puerta suena de nuevo. Al le gruñe a otro cliente nocturno, el cual le responde con un delicado timbre de voz.

No tengo nada de sueño y pienso que me faltan varias cosas en la alacena. Escaneo los refrigeradores buscando un galón de leche y algunas otras cosa.

Me encuentro a la otra cliente nocturna en el pasillo de los cereales, usa un hoodie gris demasiado grande que le oculta el desordenado cabello castaño. Busca distraída y parece intentar decidirse entre una caja de Cheerios o una de Lucky Charms.

— Sí no piensas llevarte Lucky Charms, los pido yo — digo, al ver que es la última caja que queda.

— Tómala, demasiado dulce para mí.

— ¿Insomnio?

— Siempre, por eso vengo las tiendas 24/7.

— Yo despierto con antojo de pay. Es raro, lo sé.

Eso la hace reír y luego le ataca un bostezo enorme.

— Parece que está haciendo efecto.

Nos quedamos un momento en silencio, admirando la textura a nuestro alrededor. Hay una cierta cualidad en el sonido de una tienda durante las noches, una sinfonía del aire recorriendo los ductos de ventilación, el zumbido de los refrigeradores, el crujido del metal y la ahogada televisión en un ciclo sin fin.

— A veces sólo necesitas venir para pausar y “bajarte” del tren un momento. Creo que no es el lugar, es el acto de ver otro instante.

— Es solitario.

— Siempre lo es, por lo menos aquí tengo un respiro y puedo verlo con claridad. Además hay comida.

— Y mucho pay de plátano al parecer.

— Marty’s es el mejor.

Ella voltea a ver la caja de Corn Flakes.

— ¿Sabías que los Corn Flakes estuvieron en el Apolo 11?

— El cereal llega lejos, por eso es tan extraordinario.

Otro silencio, otro momento, ahora la respiración lenta de Al se acompaña de un solitario auto recorriendo las calles.

— Nunca creí encontrarme a alguien pensando así en una tienda a las 2 de la mañana.

— Escogemos los lugares más inusuales para ser reales.

Ella sonríe y mira a la luz fría del techo, pero no es felicidad. Siento como detrás de la delgada máscara de su rostro puedo asomarme un poquito al pozo profundo de su alma. Las personas sonreímos por todo, pero en ella es diferente, es único.

De pronto tengo ganas irresistibles de tomar su mano.

Nos aproximamos a la caja. Al sigue igual de malhumorado que siempre. Pagamos lo nuestro y ella se detiene para comprar y raspar un boleto de lotería.

— Bueno, disfruta mucho tu pay, querido extraño — dice ella, cerrándose la cremallera del hoodie.

— Es Marty’s, es el mejor.

— Ya lo creo—responde entre risas dulces y melancólicas como la música de otoño—. No olvides ver las estrellas hoy, quizá la siguiente vez no sea Corn Flakes, sino pay de plátano.

— Espera, ¿por qué compraste un boleto de lotería? — pregunto al ver que empieza a alejarse.

— Para saber sí tendré suerte.

— ¿En qué?

— ¡No sé, en algo podré usarla!— responde, desvanecíendose entre las sombras con su mágica sonrisa.

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