Claudita

Norber Tebes
quiasmo
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7 min readAug 7, 2019

A Claudita logré engañarla. Lo supe después. Lo único que yo tenía era la magia de mi melena; aparte de eso, para disimular la falta de talento, hacía lo usual: empilcharme un poquito, correrme el pelo de la cara cada tanto, sonreír tímidamente, y tratar de tocar lo mejor posible. Si lo pienso bien, me parece que puedo recordar su cara, mirando al escenario, apoyada sobre su mano, el brazo sobre la mesa, atenta, la otra mano rodeando el vaso de cervecita, cuando recorría con la mirada las caras de la gente que fue a vernos tocar ese día en el bar de Codito. Ella se sentó con Lore y con Estelita en una de las mesas más cercanas al escenario. Estaba hermosa. Lo supe después. Porque cuando uno mira a la gente, no busca algo específico, por lo menos yo; a mí me gusta ver si hay una química compartida, miro sobre las caras de la gente para ver si alguna chispa prendió, y si sucede, me ayuda a sonreír, a relajarme un poco y a pensar que tan malos no somos. O no éramos, en este caso. Nos presentó Lore después de terminado el segundo set. Me dijo que le había gustado la versión acústica que hicimos de “Comfortably Numb”, de la cual ni siquiera había hecho el solo, que es lo más lindo del tema. Yo hice la rítmica, tratando de hacer algo más que un colchón sobre el que Luisito pudiera desplegar su magia. Me gustó cómo lo tocaste vos, me dijo. Es cierto que Luisito es un monstruo con la viola, pero en esa época no conocía mucho el respeto por la dinámica, la respiración de las canciones; a mí no me quedó otra que saberlo porque no tengo el talento de Luisito, es decir, no me queda otra que estar atento a otras cosas que no son el primer plano, y hacer bien esas cosas. Como el jugador de fútbol que no tiene la pelota pero que construye juego. Bah, eso me dijeron. No sé ni me importa, lo dije porque me acordé recién.
Pero retomando, cuando me dijo lo de que le había gustado lo que había hecho yo, me puse colorado y sonreí lo mejor que pude y se me cayó de a poquito la careta de rocker joven y bien peinado pero desprolijo. Ella no ayudó porque se dio cuenta y lo dijo, ay, te pusiste colorado, me decía. Quedamos en vernos, porque nos contamos desamores personales y creo que ahí ya nos gustábamos. Era hermosa, alta, Claudita, muy alta para mí, lo que es casi una declaración de principios. Joven, impetuosa. Muy joven y muy impetuosa para mí, incluso en esa época donde uno se metía porquerías en el cuerpo para ser un poco más parecido a lo que uno pensaba de sí mismo. Empezó a venir a casa. Como todo queso, le dije, a modo de advertencia, pero nunca por vanagloria, que me gustaría saber si en algún momento se enganchaba. Horrible contar esto. En realidad tuve buena intención al hacerlo. Estuve en los dos lados: cuando te dicen, tranquipiola, maquinola, no te enganches, Andrés. Y también del otro lado, viendo cómo se enganchaban conmigo y es horrible. Porque lo que uno no quiere decir pero tiene que comunicar sí o sí es que está seguro de que no va a engancharse. Claudita lo tomó re bien, tranquipiola. Se notaba al principio que lo había tomado re bien, me paseaba por la casa a gusto y antojo, me hacía cerrar los ojos a cualquier hora, joven, impetuosa. Después yo fumaba y tomábamos mate en la cama con masitas de agua. Un poco ella y otro poco el ejercicio de sacar a las pibas al campito me dejaron estilizado, flaco y fibroso. Y cansado. Éramos felices así, quiero creer. Los rincones de la casa se llenaban de anécdotas en todo momento y hablábamos de vegetarianismo y del forro de su jefe y los imbéciles de los camioneros que paraban en el restaurante en que laburaba. Nos divertíamos cuando me contaba cómo les ponía los puntos a veces. Y de ese discurso de mierda que tienen los camioneros de que por el hecho de estar lejos de su familia justifican cualquier mierda, incluso tocarle el culo a Claudita y a eso llamarle “una joda”. Qué querés, esos escuchan Cadena 3 todo el puto día. De eso no se sale ileso.

De Claudita tampoco se salía ileso. Eso lo supe después. También me reprocho no haberle tocado la guitarra cuando venía a casa. Me di cuenta después. Pero también es cierto que no había mucho tiempo. Por cosas no había tiempo. Qué linda Claudita, joven, impetuosa. No había tiempo. Se hizo vegetariana de tanto que hablábamos. Transcurrida un poco la relación, a veces se quedaba inapetente de todo. De la comida y de mí, sobre todo cuando no se salía con la suya. Lo que cagó todo fue el ex, que nunca fue del todo ex, digamos, al menos eso daba a entender. Ella lo mandó a freír buñuelos un par de veces pero algo había en sus contestaciones que el chabón insistía. Digo yo, que tampoco la entendí mucho a Claudita. Me enojé con ella una vez que sentí que me exigía alguna punta de exclusividad, que yo, por mi parte, no le exigí nunca a ella. Lo supe después, cuando te cae la ficha de todo, cuando la onda expansiva de los paseos que me daba por la casa había disminuido un poco y quedaba espacio para empezar a ser uno mismo. O algo así. Yo fui hermoso cuando Claudita estuvo en mi tiempo. Lo juro. Me miraba al espejo en la mañana y me gustaba. Escribía cosas que me gustaban. Hasta tocaba mejor la guitarra, cebaba mejores mates, la felicidad de la gente no me molestaba, sonreía más. Podría haberla querido mejor, se me ocurre ahora. Pero convengamos que yo no sé querer, sí sé intentar. Con el tiempo, volvió con el ex que no era ex del todo. Se embarazó y fue más feliz que nunca. Me lo decía todo el tiempo por messenger. Yo la extrañaba porque había razones para eso. Creo que no se lo dije porque me hacía el duro, como un gran pelotudo, porque la ternura todavía me cuesta mostrarla aún hoy. Al re pedo, che. Al recontra pedo. Una novia que tuve por esa época me decía que si yo me mostraba tierno, las minas se me iban a tirar encima. No supe qué decirle, salvo que me parecía ridículo. Las minas nunca se me tiraron encima. Salvo Claudita, porque tuve suerte, pero nada más. Hace poco vi una foto de ella, está embarazada otra vez, el chabón que nunca fue ex la rodea con un brazo para la foto y con el otro le ayuda a sostener la primera hija, el mar detrás, el anacronismo adelante de todos ellos. Pienso en Casas: todo lo que se pudre forma una familia.
Y hace unos días atrás, Facebook me recordó una foto que subí una vez en la que estoy con Clarita, una mestiza que tuve de tránsito en casa. La foto la sacó ella. Clarita fue adoptada en Rosario, el día de la foto había sido un día feliz. No había malas noticias y de una manera ombliguista nos tirábamos en el colchón del piso a no hacer nada más que saliva y transpiración y eso de quedarse mirando al otro sin decirse nada, acostados en un egoísmo que, carajo, era lindo de comer. Ni comíamos. Nos pasábamos todo el día boludeando, tomando cervecita, mates, 9 de oro, películas por la mitad, jugando con los perritos que pasaban de tránsito en casa. Claudita me hacía sentir un viejo de mierda. Muy alta para mí, Claudita. Qué lástima ese empecinamiento en decirle a todo el mundo que conocía mi cama, el ruido que hacía, nombrando el nombre del vecino que golpeaba la pared a las 4 de la mañana cuando nosotros nos abrevábamos en el paroxismo y el absurdo de eso que no sé si era amor pero que a esta altura no importa ni me importa definir, porque me la bajan grosso los que dicen qué es el amor. Lo que más le quise a Claudita, creo, era que venía a pesar de que era frecuente que yo no tuviera guita para comer, ni para invitarla a ningún lugar. Ni un helado la podía invitar. Pagaba ella. El colectivo de su venida, la comida que comíamos los dos, la sensación de juventud que me dejaba el hecho de que estuviera. Ni siquiera garchábamos bien, solamente garchábamos, así a secas. Lo supe después. Pero había buenas intenciones. A veces, como en la música, eso pesa más que una ejecución impecable de la cosa. Escribo esto para no extrañarte, Claudita, y al momento de preguntármelo, me hago el boludo y empiezo a cocinar, a no ver si hay algo o no hay nada que responder a eso.
El Gringo está saliendo con una piba 8 años menor. Si bien, por su relato, parece que la piba sale con él y no al revés, le digo de manera paternalista que la cuide, que no la boludee. y me dice, callate, que vos anduviste con esa mina de Pujato, cómo es, la Claudia. Tengo que escribir sobre vos, Claudita, para no caer justamente en esa trampita que tejen los fantasmitas que te hablan de la buena salud de lo que hubo entre nosotros antes que de signos del por qué se terminó todo. La foto tuya con tu ex que nunca fue ex y tu panza de embarazada, con el mar atrás debería servir, aparte de la certidumbre de que quizá vivimos lo que había que vivir, y que fue poco, que sobrevuela por la conciencia. Cuando viajo a Rosario y elijo asientos en la fila izquierda, siempre me asomo al pasar por el restaurante que da a la ruta, y pienso en camioneros, jefes de mierda, Cadena 3, tus dientes blanquísimos, tus ganas de sacarle fotos a todo, tu aroma a flores, tu ex, tu actual, y una pulsión de amor ajeno que tiene forma de descendencia y ahí sí puedo dejar de mirar y volver al libro que me llevo para los viajes en colectivo, porque ya sabés, le digo a mi otro yo, hay que saber guarecerse de fantasmitas que hablan de buena salud y dejan de lado lo demás, que es lo culpable de que yo esté en un colectivo mirando por la ventana y vos, palpitando mundos ajenos a mis mejores voluntades.

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