Desde que soñé con Berta Ríos

Luis Recuenco Bernal
quiasmo
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4 min readSep 18, 2017

Me entristeció enterarme de la muerte de Berta Ríos. Por supuesto, también me preocupó, me había acostado con ella la misma noche en que fue establecida su muerte. Además, los forenses no tenían apenas dudas de que la muerte no fue natural y había sido, por tanto, asesinada. La tristeza me duró poco, como poco dura el entusiasmo de una relación fugaz de una sola noche, pero una imprecisa a la vez que fulminante preocupación se aferró a mi corazón con el vigor de una pitón, y me asfixiaba las noches y los días de aquel invierno nefasto donde olvidé cómo se olvida. Soy soltero por convicción y mujeriego por vanidad, aunque si lo expusiera al revés tampoco estaría mintiendo; la soltería es cómoda, libre de compromisos; las mujeres son incómodas y comprometidas, o por comprometidas; sea como sea, siempre acaban por reclamar en algún momento cierto tipo de compromiso; se me da bien reconocer cuándo ese momento ha llegado o está a punto de llegar y me bato en retirada sin una explicación o una despedida: detesto las justificaciones y odio los melodramas lacrimógenos. Cierro la puerta y me olvido enseguida de los días o semanas (nunca meses) que duró la relación; sin remordimientos (ella ha disfrutado), sin añoranzas (hay más mujeres), sin rencores (sabía que me lo pediría, siempre ocurre antes o después). Soy un pragmático, lo sé y me gusta serlo: la vida es corta para sueños y filosofías. Soy un cínico, lo sé y me gusta menos, pero uno no puede elegir todos sus atributos a medida, al fin y al cabo no soy Dios. También soy, ya lo he dicho, un vanidoso y eso no me gusta nada (o no debería), pero mi voracidad sexual necesita esa vanidad como acicate para adentrarse sin brújula en los territorios femeninos, y esas incursiones promisorias compensan y hasta justifican mi vanidosa conducta. Salgo de caza, cobro la pieza y la devoro en mi apartamento, a veces en un atracón de una sola noche, como ocurrió con Berta Ríos; a veces, con la parsimonia metabólica de una anaconda, el festín puede demorarse días o semanas (nunca meses). Siempre acabo satisfecho, tengo buen gusto, soy un sibarita. Berta Ríos se me indigestó, fue asesinada después (y eso solo lo sé yo) de que dejara mi apartamento para irse al suyo, muy de madrugada, donde alguien le clavó un cuchillo bajo el esternón, mientras yo dormía y soñaba. Durante días o semanas (no llegó a meses) padecí ardores, dormía mal, deambulaba por el parque desde la alborada y repasaba sin tregua cada minuto que había estado junto a ella, y me preguntaba brutalmente, sin piedad y con una nota de tormento que se convertía en sendos hilos húmedos que recorrían lentamente mis mejillas qué oscuro secreto o error fatal la llevó a la muerte siendo tan joven, casi una niña. Repasé una vez más, obligándome, casi contra mi voluntad,el sueño que tuve cuando dormía solo, después de que ella se hubo marchado. En el sueño yo era un pragmático, un cínico, un vanidoso; devoraba mujeres como un depredador sexual; era un sibarita y siempre quedaba satisfecho; establecía relaciones que duraban una noche, unos días o unas semanas, nunca meses; en el sueño yo sabía que dominaba a mis presas porque nunca permitía que el corazón participase en los festines sexuales, ni mi corazón ni el de ellas, todo se reducía a sexo, puro y aséptico, depurativo, lenitivo, nunca emotivo; en el sueño Berta Ríos me decía, ya vestida y a modo de adiós, que me amaba; en el sueño yo no me dormía ni soñaba mientras alguien mataba a Berta Ríos en su apartamento, sino que me vestía y la seguía hasta ese apartamento donde la alcanzaba y entraba tras ella, muy sorprendida y algo asustada al comprender que la había seguido; en el sueño yo le decía que también la amaba, que la seguí porque necesitaba decírselo enseguida y por eso le tuve que clavar un cuchillo bajo el esternón; al declararme su amor me había dejado al descubierto y tuve que confesarle el mío por ella para poder acabar cuanto antes. Entonces supe que siempre había sabido que ese había sido el sueño que alguien soñó mientras yo mataba a Berta Ríos en su apartamento tras decirle que la amaba; que ese había sido el mismo sueño, con diferentes protagonistas femeninas, que alguien había soñado cada vez que yo clavaba un cuchillo bajo el esternón a las numerosas mujeres que me habían confesado su amor y yo el mío a ellas. Todavía hoy, después de tantos años, no me han detenido en ninguna ocasión, ni siquiera soy ni he sido nunca sospechoso. Tal vez, después de todo, sí soy Dios.

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Luis Recuenco Bernal
quiasmo
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Born in Málaga, Spain. I’ve always loved reading and writing, as well as adventure travels and meeting new cultures, new people, and the beauty of our planet.